Ser mamá es un papel que sólo algunas personas logran entender. Tener a un ser humano en el vientre, para luego criarlo y educarlo con el fin de que se convierta en alguien feliz, es un sueño para mucha gente; sin embargo, hay situaciones que pueden interponerse, como la muerte.
“El ser madre es la oportunidad más bella que como ser humano te puede dar la vida, conoces hasta dónde puedes llegar y cuáles son tus alcances, porque cuando tienes que resolver un problema de uno de tus hijos, simplemente no hay límites”, dice Verónica Martínez Sentíes.
Ella se convirtió en madre de tres niños, Verónica, Amador y Antonio. Antes de que naciera el último de sus hijos, sufrió un aborto, tenía cuatro meses de embarazo cuando el médico que la atendió le dijo que debía intervenir. Y aunque esa fue una gran pérdida para ella, no se acercó al dolor que sentiría años después.
La relación que tenía con sus tres hijos era inigualable; sin embargo, a uno de ellos le veía una luz especial. La gente que la rodeaba le repetía que sobreprotegía a Amador de una manera que no hacía con los demás.
Cuando el segundo hijo de Vero nació, ella estuvo a punto a de perder la vida. Por accidente, en el quirófano le cortaron la vejiga. “Amador logró nacer y a mí me tuvieron que poner muchísimas unidades de sangre, estabilizarme y gracias a Dios me recuperé, pero siento que él, antes de llegar a este mundo, hizo un pacto de ‘yo quiero a mi mamá, tendré una vida de 13 años, pero la quiero a ella, viva’”, comenta la locura de radio.
En marzo del 2015, el cuerpo de Amador empezó a inmovilizarse. Primero fue una de sus piernas, a los dos días ya no la podía mover, y al día siguiente era imposible que una de sus manos pudiera sostener un plato. Cuando el médico le dio a Vero y a su esposo el diagnóstico de su hijo, dejaron de ser ellos mismos. Tenía un tumor en el tallo cerebral.
“Ese día morí en alma, dejé de pensar en mí, dejé de existir como Verónica y me dediqué a existir para Amador, no pensaba nada en la vida más que él tenía que vivir, me dediqué a esperanzarme para su vida, cosa que no se logró. Murió el 21 de agosto del mismo año”, cuenta.
Cuando su hijo partió, Vero se dio cuenta que nunca lo sobreprotegió de más, sino que, como él se iba a ir tan pronto, habría que darle todo el amor del mundo, una expresión invaluable que necesitaba realizarse antes que se fuera.
Desde que Amador nació, Vero siempre sintió, de manera interna, que él se iba a ir, pues, según ella, era tan angelical, tan noble y empático con la gente, que era como un ángel, y eso le daba mucho miedo. “Incluso nunca me lo imaginé de adulto. Pensaba ‘él se va a ir pronto’, y cuando pasó, el día que lo dejé volar le dije ‘vete, ya no sigas más aquí’. Lo único que pensé fue ‘llegó el momento, finalmente llegó el momento’. Sabía que esto iba a suceder”, recuerda.
Además, se dio cuenta que, aunque ya había vivido la pérdida de un hijo que no logró conocer, el dolor de ver partir a una persona con la que vivió por 13 años, fue una experiencia más delicada y diferente, pues ahora tenía recuerdos, lugares, canciones que le recordaban a él, y un futuro que no se logró.
“Él decía, por ejemplo, que iba a ser presidente de la República, y esas cosas no se lograron; sabiendo que era buen estudiante, que era el primero de su clase y que quizás pudo haber sido el representante del país. Hay una vida que ya no se logró, eso hace el duelo todavía mucho más profundo, largo y difícil”.
El legado de Amador
Para Vero, la muerte de su segundo hijo tuvo un propósito: luchar en favor de los niños, niñas y adolescentes que están padeciendo una enfermedad, no nada más neurológica como la de Amador, sino de cualquier tipo de cáncer u otro padecimiento terminal.
El día que Amador dejó de estar con su familia, ella le dijo al doctor que lo atendió, Alfredo Quiñones, que “un ser tan increíble” no se iba de este mundo así nada más, que tenía que haber una razón por la cual lo hacía.
En menos de un año, después de la muerte de su hijo, Vero y el doctor comenzaron a hacer misiones para que el médico curara a los niños de tumores cerebrales. “Amador vino a darnos una lección muy importante, me siento muy afortunada de haber sido madre de un ser de luz que iba a partir tan pronto; y cualquiera que me escuchara diría ‘se le murió su hijo, ¿cómo puede decir que fue afortunada? No se mueren, simplemente cambian de vida, se van a otra más maravillosa”, opina.
Con el grupo Amigos de la Fuerza, Vero visita los hospitales para ver a niños, niñas y adolescentes con alguna enfermedad terminal, pero lo hace interpretando a uno de los personajes de Star Wars, la Princesa Leia. Su hijo Amador, era fiel seguidor de estas películas.
Cuando Vero está con los niños, platica con ellos y les dice que Dios les dio una pausa para hacer lo que ellos aman hacer, como colorear, escribir o dibujar, pero, aún más importante, estar con sus padres y decirse lo mucho que se aman.
“Yo veo a todas las mamás de los hospitales, que están todos los días sentadas junto a la cama de un niño con una enfermedad incurable. Para mí, ellas merecen todo el respeto, porque no hay días festivos, ni Día de la Madres, ni cumpleaños ni nada. Creo que hay que voltearlas a ver, a pensar en ellas”, considera la activista.
Entre los recorridos que daba por los hospitales, Martínez Sentíes notó que algunos de los pacientes estaban sin sus padres por días; razón por la que decidió apoyar al fundador y director de Cáncer Warriors de México A. C., Kenji López Cuevas, en su propósito de impulsar la reforma para que los papás de niños con cáncer tuvieran licencias para visitarlos en sus terapias y procesos médicos, sin que en sus trabajos los despidieran.
El pasado 29 de abril, el Congreso avaló dicha iniciativa. “Fue toda una tarea, un víacrucis, pero finalmente se aprobó. Uno de los motores que inspiraron a Kenji fue el caso de mi hijo Amdor”, recalca Vero.
Actualmente, Martínez se encuentra en la espera de que su libro, Cita con un ángel, salga a la luz. En éste, habla de todo el proceso que vivió con su hijo, pretendiendo darle un sentido de vida a alguien que está sufriendo una crisis, como ella la llegó a vivir.
“Volvería a vivir mis momentos malos y buenos, porque todos me ayudaron a comprender muchas cosas, y si tuviera que hablar hoy con Amador, le agradecería por haberme elegido como su mamá, porque, en gran parte, gracias a él soy quien soy ahora”, platica Vero.