Emiliano Monge se aventura al terreno de lo distópico en México

Emiliano Monge y los ‘tiempos oscuros’ que se avecinan

Con el libro Tejer la oscuridad, Emiliano Monge se aventura al terreno de lo distópico en México, tomando la historia de Mamá Rosa, quien dirigía un albergue infantil en Michoacán en donde se abusaba de los menores. La novela busca darle voz a aquellas personas que han permanecido invisibles

Cuando se destapó el entramado de una asociación de beneficencia y caridad infantil que en realidad era un hospicio de violencia y abuso sexual, Emiliano Monge quedó apabullado, conmovido, pero sobre todo aterrado con la historia de Rosa Verduzco, apodada “Mamá Rosa”, quien en Zamora, Michoacán, cometía estas atrocidades en su albergue La gran familia.

Desde entonces, hace seis años, esa idea le empezó a generar escozor; sin embargo, el autor de relatos autobiográficos como No contar todo (2018) seguía pensando cómo tomar los acontecimientos verídicos para transformarlos en ficción.

Fue al término de No contar todo, que Emiliano Monge se armó de valor y durante un año escribió arduamente Tejer la oscuridad, con el pensamiento de darle voz a aquellas personas que han permanecido invisibles.

Quería escribir sobre eso, sobre la orfandad, los hospicios de México, los orfelinatos y a partir de ahí detonó esta novela del futuro, digamos, con una idea principal que era: ¿qué pasaría si el futuro de todos quedara o estuviera en manos de esos niños a los que les hemos negado, precisamente, el futuro?
Emiliano MongeEscritor

A través de distintas voces, en parte anónimas, como sombras, y alrededor de sí mismas, Monge fue hilvanando la ficción para darle un carácter plural a su novela, que además cae como una microdosis de realidad, ya que los horrores que se vivieron en La gran familia se sienten presentes en la narración.

“Mi idea era que uno esté escuchando la radio y que la noticia que está oyendo, la quiere dejar de escuchar y le cambia de estación, pero están dando la misma noticia y le cambias y es la misma, y así sucesivamente, que un coro de voces te contara la historia, que es su historia, son cerca de 80 narradores que van perdiendo el anonimato poco a poco”, agrega el autor, en videollamada.

Tejer la oscuridad llega en un momento de tensión internacional debido a la pandemia de COVID-19 que se vive, por lo que Monge explica que de no haber salido ahora, el manuscrito habría esperado a que la sociedad regresara a la normalidad, pero decidió que este era el momento para prestarse a la reflexión, precisamente, de los tiempos oscuros que ofrece su ficción.

“Por supuesto que hubo gente que me decía que me esperara, que mejor saliera el siguiente año, que ahorita estaba todo muy difícil, que no era un buen momento, y a mí me parece que haber aceptado eso era un poco una traición al ecosistema del libro”, agrega.

Creatividad, respuesta del neoliberalismo

Emiliano Monge no es el único que ha estado escribiendo sobre escenarios distópicos recientemente, ya que hay otros autores que también plantean la posibilidad de un futuro incierto y oscuro, respecto a esto el autor de Tejer la oscuridad opina que es un pensamiento generacional que se vuelve único en este presente.

“Los escritores respondemos mucho más que a nuestra propia creatividad individual, sino a una creatividad colectiva, que está por encima de la primera, no es casualidad que hayan salido y estén saliendo varios libros que fueron escritos en los años anteriores y que están listos ya, que tienen que ver con temas que parecieran distópicos”, dice el escritor mexicano.

Mugre rosa, de la autora uruguaya Fernanda Trías, y Aún el agua, del colombiano Juan Álvarez, son ejemplos recientes para Monge que cumplen este canon, que él gusta resaltar como intuición colectiva en Latinoamérica, en la que nadie se puso de acuerdo, solo las historias se fueron dando.

“En el fondo no es que estuviéramos previendo o esperando la pandemia como la que hemos vivido, sino que estábamos viviendo los epílogos de la gran ‘pandemia’ o distopía que nos tocó, que es el neoliberalismo, y creo que es más una respuesta o una consecuencia de esto”, subraya.

Era pre-Mad Max

Cuando el cineasta George Miller sacó su ópera prima, en 1979, se veía venir la idea de que la sociedad convulsa depararía en caos y frenesí por la falta de petroquímicos; sin embargo, Mad Max apenas era la punta del iceberg, porque con su secuela El guerrero de la carretera, de 1981, la escasez del agua, gasolina y comida eran el día a día del protagonista.

Al leer Tejer la oscuridad se siente un ambiente similar, un conflicto que estalló, pero del que la memoria prefiere desdibujar, y Monge coincide en ello, que este tipo de literatura son las alertas del tiempo ulterior, que le depara el cambio climático y la irrefrenable huella de carbono a la humanidad.

“De algún modo, en mi novela, efectivamente, lo que sucede o lo que da lugar a ese mundo nuevo tiene que ver con una guerra, pero también con el fin de ciertos recursos y sobre todo con el calentamiento, que sí es muy evidente que estamos trastornando el mundo, y estamos muy cerca de que nos queden pocos años para revertir el ascenso de la temperatura”, se sincera.

Algo que pasaba también en la ciencia ficción distópica de Miller es que Max Rockatansky se volvía un paria errante cuando lo perdía todo. Monge toma el éxodo social como una esencia primigenia del ser humano, ya que sigue siendo más migrante que sedentario.

“Tras esa primera parte del encierro en la novela y de la liberación de los niños del hospicio, es una vuelta al nomadismo, y no debemos olvidar que nuestra especie lleva solamente un dos por ciento de su historia siendo sedentarios, el 98 por ciento hemos sido nómadas y en ese dos por ciento de tiempo, hemos generado el 90 por ciento de nuestro impacto sobre el planeta”, recalca Emiliano Monge.

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