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La frontera entre la ciencia ficción y la ciencia al servicio de la salud se acorta a un ritmo asombroso. El ejemplo más reciente lo encontramos en la misión de reproducir las funciones de uno de los órganos más complejos y vitales de la naturaleza humana: el corazón.
Según el Centro Nacional de Transplantes (Canatra), en México hay una lista de 17 mil 118 personas que están a la espera de algún órgano o tejido. El órgano más solicitado es el riñón, con una lista de espera de 9 mil 395 mexicanos, le sigue la córnea con 7 mil 228, 419 esperan un hígado y 51 personas necesitan un transplante de corazón.
La operación de transplante de corazón está en aumento en nuestro país. Según el Sistema Informático del Registro Nacional de Trasplantes, durante el año 2012 se practicaron 43 operaciones exitosas de este tipo; un año antes se realizaron 19 y en contraste tan solo se registraron dos casos en 1988.
Pero el proceso para calificar a este tipo de operaciones es complejo y tardado para los pacientes que requieren un transplante de corazón. Un paso intermedio es la implementación de dispositivos artificiales que ayudan a que este órgano vital realice sus funciones.
Cuando una parte del corazón de los pacientes no tiene la suficiente capacidad de bombeo para repartir el oxígeno y nutrientes que el cuerpo necesita, surge la opción de tratamiento con un implante que estimula el flujo sanguíneo que hace falta. En estos casos no es necesario reemplazarlo por completo.
Pero hay otros casos más críticos en donde ambos lados del corazón presentan fallas y ahí es cuando surge la necesidad de un transplante.
Hasta ahora, la ciencia nos ha alcanzado para crear algunos modelos de corazón artificial, cuya caducidad es de corta duración.
En lugar de ser sustitutos completos, funcionan por tres o cuatro años como aparatos que le “compran tiempo” al paciente que está en la angustiante lista de espera para recibir el órgano en donación.
El corazón artificial SynCardia, por ejemplo, ha sido implantado en más de mil pacientes y tiene el sello de autorización de los organismos de salud de Estados Unidos, Canadá y Europa.
El reto está en crear un aparato capaz de soportar por más tiempo las rudas condiciones del sistema circulatorio, un mecanismo que le exige al corazón latir de 30 a 35 millones de veces, en promedio, cada año.
Corazón biocompatible
Carmat es una innovadora firma francesa de tecnología médica que lleva 15 años desarrollando del primer corazón artificial biocompatible, capaz de existir completamente al interior de la cavidad torácica sin la necesidad de componentes externos.
A diferencia de otros modelos que requieren de sistemas de control externos que bombean aire por tubos conectados a través de la piel, aparatos que pueden pesar de 6 a 190 kilogramos, Carmat surge como la bioprótesis más avanzada que combina comodidad y reducción de riesgo.
“Al localizar todo en el interior de la cavidad del cuerpo, se reduce el número de sitios en donde puede surgir una infección, lo que podría permitir que el corazón artificial tenga una vida de duración mayor que los modelos actuales”, dice el blog de biotecnología del Discovery Channel.
El corazón artificial desarrollado por el profesor Alain Carpentier, conocido en la comunidad médica como el “padre moderno” de la reparación de la válvula cardiaca, combina materiales sintéticos y biológicos, así como un avanzado sistema de sensores y software que detecta el nivel de esfuerzo físico que ejerce el paciente para ajustar automáticamente el bombeo.
Carmat será puesto a prueba en cuatro centros de cirugía cardiaca de Europa y Medio Oriente: el Hospital Universitario St Pierre de Bélgica, el Centro Silesian para las Enfermedades del Corazón en Polonia, el Centro Cardíaco Príncipe Sultán de Arabia Saudita y el Centro Médico Universitario de Eslovenia, las cuales destacan por su experiencia en poner a prueba dispositivos médicos innovadores previo a su comercialización.
¿Cómo funciona?
Carmat contiene dos cámaras, cada una dividida por una membrana. Un lado de la membrana contiene fluido hidráulico, mientras que el otro tiene sangre.
Ese fluido se mueve dentro y fuera de las cámaras gracias a una bomba motorizada, imitando la función del corazón. Como resultado de este proceso, la sangre fluye a través del otro lado de cada membrana.
Para hacer que el dispositivo sea más biocompatible, la parte de la sangre de la membrana está hecho de tejido obtenido a partir de un saco que rodea el corazón de una vaca. Las válvulas en el dispositivo también están hechos del tejido de este animal.
Los especialistas de Carmat sugieren que al usar este tipo de tejido animal, se reduce el riesgo de que los pacientes desarrollen coágulos de sangre –el principal problema asociado al uso de corazones artificiales– y por ende, el riesgo de sufrir algún ataque fulminante al corazón.
Como el corazón artificial de Carmat está diseñado para que todos sus componentes permanezcan dentro de la caja torácica, el nivel de bombeo es regulado a través de sensores que transmiten información sobre el paciente a una computadora que procesa la información y en respuesta regresa la señal al dispositivo para ajustar de manera automática el ritmo de bombeo que el paciente necesita en armonía al esfuerzo físico que esté realizando.
El ‘Iron Man’ mexicano
Desde que el corazón del mexicano José Salvador Pérez Yáñez es asistido por el dispositivo HeartMate II, sus nietos lo han apodado “abuelito robot” o “Iron Man” y con justa razón.
El ingeniero civil de 68 años de edad lleva seis meses viviendo gracias a este dispositivo de asistencia ventricular de última generación, convirtiéndose en el primer caso exitoso de su tipo en México y América Latina.
HeartMate II básicamente sustituyó las funciones que tenía el ventrículo izquierdo de su corazón, que es la parte que bombea y lleva la sangre a todos los órganos.
Él porta en una “cangurera” el panel de control del aparato que está conectado hasta su interior, con tubos que le atraviesan la piel. Y cuenta con baterías externas que debe recargar cada 20 horas. La cirugía a la que se sometió duró tres horas e intervinieron 30 especialistas del Hospital de Cardiología del Centro Medico Nacional (CMN) Siglo XXI del IMSS.