‘Era un niño triste’

Ríos de personas acudieron a darle el último adiós. A refrendar al pie de su féretro el cariño, la amistad y la admiración por José Emilio Pacheco.

La vasta obra que el escritor mexicano deja como herencia semeja ese mar eterno del que una vez habló en sus poemas. Un mar compuesto de letras y palabras precisas, claras y profundas.

Este 27 de enero, un día después de su muerte, a Pacheco se le rindió un largo homenaje en el Colegio Nacional de la Ciudad de México.

"No entiendo mi vida sin él (...) De ahora en adelante tengo que hablar en pasado de una persona que está muy presente en mi vida"
Cristina PachecoPeriodista

Ríos de personas acudieron a darle el último adiós. A refrendar al pie de su féretro el cariño, la amistad y la admiración por José Emilio Pacheco.

La vasta obra que el escritor mexicano deja como herencia semeja ese mar eterno del que una vez habló en sus poemas. Un mar compuesto de letras y palabras precisas, claras y profundas.

Este 27 de enero, un día después de su muerte, a Pacheco se le rindió un largo homenaje en el Colegio Nacional de la Ciudad de México.

Ahí estuvieron miembros de las esferas cultural y política, pero también múltiples ciudadanos que desde hace años siguieron la estela luminosa de ese hombre a quien Enrique Krauze definió como “un niño triste y un viejo prematuro… el fruto mejor de las generaciones literarias en México y al mismo tiempo el custodio de ese jardín armonioso que alguna vez fue la literatura mexicana”.

El historiador fue el encargado de pronunciar el discurso inaugural del homenaje que se le rindió en ese recinto donde José Emilio dictó diversas y memorables conferencias.

“José Emilio era, en el buen sentido de la palabra, bueno”, dijo el fundador de la revista Letras Libres.

Porque de forma genuina le preocupaban la desigualdad y la pobreza de México, recordó. En varios de sus textos quedó registro del “deterioro de su ciudad, de su país, de su cielo”.

Posteriormente tuvo lugar la primer guardia de honor en torno al féretro de madera donde yacía el cuerpo del poeta de 74 años.

Ahí estuvieron Cristina, su esposa, y Luz Emilia, su hija. También Emilio Chuayffet, secretario de Educación Pública, y Rafael Tovar y de Teresa, presidente del Conaculta.

En el mismo recinto, intelectuales, periodistas, poetas y escritores soltaban reflexiones y anécdotas que aludían a la obra literaria de Pacheco y del amigo, esa persona reconocida por todos por su gran sencillez y calidad humana que logró edificar un puente de entendimiento con un mosaico diverso de lectores.

Crítico feroz, testigo y cronista de las grandes problemáticas de nuestras sociedad, poeta excelso, su partida cala en los huesos de muchos mexicanos.

Pero en especial, cimbra la existencia de su gente más cercana. Como la de Cristina Pacheco, su pareja y cómplice, quien ayer por la mañana reveló los pormenores de las últimas horas de vida de su esposo para luego rematar:

“De ahora en adelante tengo que hablar en pasado de una persona que está totalmente presente en mi vida. Todo lo que yo diga de él es pasado. Pero puedo hacer algo, puedo hacerlo real conmigo y que sea un presente distinto porque no entiendo la vida sin él”. 

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