Escribir hasta morir
"Escribir es una forma socialmente aceptable de esquizofrenia”, dijo E.L Doctorow a Paris Review alguna vez y no precisamente es una metáfora…
Es bien sabido que la creatividad es un elemento relacionado a las enfermedades mentales. De hecho, hemos visto a un sin fin de personajes que interpretan a un escritor en películas, programas de televisión o en las mismas obras literarias, que termina siendo consumido por su don y pierde la cordura o termina con su vida.
María Alesandra Pámanes
“Escribir es una forma socialmente aceptable de esquizofrenia”, dijo E.L Doctorow a Paris Review alguna vez y no precisamente es una metáfora…
Es bien sabido que la creatividad es un elemento relacionado a las enfermedades mentales. De hecho, hemos visto a un sin fin de personajes que interpretan a un escritor en películas, programas de televisión o en las mismas obras literarias, que termina siendo consumido por su don y pierde la cordura o termina con su vida.
Lo mismo sucede en la vida real, en la que los escritores son dos veces más propensos a suicidarse. Investigadores del Karolinska Institute en Suecia realizaron un estudio que lo comprueba.
En la investigación, liderada por Simon Kyaga y publicada en el Journal of Psychiatric Research en octubre de este año, se analizó la información recabada acerca de un censo de más de 1.2 millones de pacientes con padecimientos como depresión, ansiedad, abuso del alcohol y drogas, anorexia, TDAH (Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad), Trastorno Esquizoafectivo y/o que habían cometido suicidio. A la par, analizaron su desempeño en las artes.
Los resultados señalaron que hay un estrecho vínculo entre las personas que se dedican a las artes o profesiones que destilan creatividad y trastornos como esquizofrenia y/o bipolaridad.
De hecho, el estudio indica que las familias de científicos son las que tienen más historial de enfermedades mentales entre sus integrantes.
También, se concluyó que los escritores (sean novelistas, dramaturgos o poetas) tienen mayor propensión a la depresión, esquizofrenia y a sufrir trastorno de bipolaridad.
Y no solo eso, los resultados de esta extensa investigación apuntan a que los escritores tienden a suicidarse a una tasa mayor que la población general, hasta un 50 por ciento más.
Kyaga señaló que ”esto podría deberse al hecho de que muchos pacientes con trastorno bipolar están altamente motivados. Habiendo también una conexión entre el pensamiento creativo, divergente y la hipomanía (estado de ánimo elevado, expansivo)”.
El especialista añadió que “si tenemos en cuenta que ciertos fenómenos asociados con la enfermedad de los pacientes son beneficiosos, se abre una nueva vía de tratamiento (…) en psiquiatría y medicina en general existe la tradición de entender la enfermedad en términos de ‘blanco o negro’, y de esforzarse por tratar al paciente mediante la eliminación de cualquier factor contemplado como insano”.
En 2010, el Karolinska Institute realizó otro estudio que se publicó en PlosOne y que mostró que hay una relación entre la salud mental y la creatividad, a nivel cerebral.
Y añadieron que eso se puede deber a la escasez de receptores de dopamina D2 (una hormona y neurotransmisor) en el tálamo (estructura neuronal que se encuentra encima del hipotálamo dentro del cerebro), en mentes de personas creativas, así como de esquizofrénicas.
Letras suicidas
Se podría decir que la locura y la muerte rondan a la creatividad, existen muchos casos de artistas o mentes creativas que traspasan los límites y las barreras mentales de la cordura y la sensatez, con ánimos de ir más allá de la existencia.
Tal es el caso de algunos escritores, quienes “embelesados” por la melancolía, la depresión y simplemente el hastío hacia lo banal y lo cotidiano de la vida, prefieren ponerle fin a su vida.
O tal vez por el temor que pudieron sentir para no caer en lo que algunos llaman locura, como fue el caso de Virginia Woolf, Ernest Hemingway, Reinaldo Arenas, la poeta argentina Alejandra Pizarnik, Paul Celan, Alfonsina Storni, Yukio Mishima (cuya muerte con el rito de los samuráis conmocionó al mundo en 1970), Silvia Plath, Mariano José de Larra (embargado por el pesimismo y esa disyuntiva de si fue por una mujer o por España), Emilio Salgari (quien fuera periodista italiano), Séneca y Safo. Y la lista puede seguir.
Uno de los casos más recientes es el de David Foster Wallace, quien en 2008 fue encontrado ahorcado en su casa. El novelista de 46 años ya había expresado su deseo de protección para evitar su propia “iniciativa” por quitarse la vida.
Y es que sus muertes ponen los pelos de punta de quienes escribimos –y de los que no. Basta con recordar esa frase que dejó el escritor italiano Cesare Pavese como última entrada en su diario: “Sin palabras. Un gesto. No volveré a escribir”.
“¿Por qué se mata un escritor?”, es una pregunta que miles se han hecho durante años. Para comprobarlo, haz una búsqueda en Google y verás la cantidad de resultados que arrojará. Incluso, el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince escribió un artículo titulado así.
Muchas de las respuestas –que no estén relacionadas al reciente estudio de Simon Kyaga del que hablamos al inicio de este artículo– indican que los escritores son “criaturas” sensibles, volubles, vulnerables y gozan de un grado de estética que almas y mentes “mortales” no podrán entender.
En ese texto de 2008, Héctor Abad Faciolince señala que “se dice, con más razón que sorna, que el único riesgo profesional de los poetas es el suicidio. No sé si hay estadísticas, pero tengo la impresión de que los escritores se suicidan más, proporcionalmente, que los mortales de otras profesiones”.
Faciolince dijo que “la raza de los escritores suicidas, pero indecisos, se ha inventado otro tipo de estrategia para no matarse, y para ni siquiera intentarlo. Me refiero a los escritores que, en vez de dar el salto, trasladan el propio suicidio a sus personajes”.
“Así hizo Shakespeare con Ofelia, Romeo y Julieta; Goethe, con el joven Werther; Tolstói, con Anna, y Schnitzler, con el subteniente Gustl. Es raro, pero si uno suicida a alguien en un libro, se experimenta una muerte que de alguna manera sacia la ansiedad por la propia muerte. Lo sé por experiencia propia”, finalizó.
La autodestrucción de una pluma –o de una mente creativa– que termina en suicidio es una manera de lograr comprender los límites de la propia mente y los callejones sin salida a los que puede acorralar la propia imaginación y talentos y tormentos.