El Observatorio del Instituto Cervantes en Harvard es el creador del Diccionario de anglicismos del español estadounidense, el cual recopila de manera laxa aquellas expresiones del inglés que poco a poco se han posicionado en el habla de los hispanos; incluso sin que éstos o noten.
El diccionario contiene palabras como “áiscrin” (helado – ice cream), “báiquer” (ciclista – biker), “borin” (aburrido – boring), “breik” (descanso – break), “chopin” (comprar – shopping), “confleis” (hojuelas de maíz – corn flakes), así como “crashear” (golpear una cosa con otra – crashing).
Actualmente, el contacto entre el inglés y el español ocurre de manera cotidiana, principalmente por los hispanos que residen en Estados Unidos, o cerca de la frontera con este país, pero también en cualquier parte del mundo, por la amplia presencia que ha adquirido la lengua inglesa.
Este fenómeno lingüístico, es definido por la Real Academia Española (RAE) como “barbarismo”, término que entre sus varias acepciones refiere al “extranjerismo no incorporado totalmente al idioma”, sin embargo, el grupo de estudio del español en Harvard no coincide con esta definición.
Aunque algunas personas los usan como sinónimos, “barbarismo” y “anglicismo” son distintos, pues el segundo es definido como “vocablo o giro de la lengua inglesa empleados en otra”, sin embargo, la definición sugiere que la presencia de estos término es esporádica.
El diario The New York Times (NYT) señala que esa definición puede ser útil para otras lenguas y regiones del mundo, pero no para el español que se habla en Estados Unidos, donde aproximadamente 57.5 millones de personas son latinos, por lo que estas palabras adaptadas no son esporádicas.
Es por esta razón, que este diccionario nos busca ser normativo o académico, simplemente recoge expresiones que, poco a poco, han sido incorporadas por los hispanos, es decir, no pretende dictaminar sobre lo que es o no apropiado; tal y como sí lo hace la RAE.
Sin embargo, para Ilan Stavans del NYT, este trabajo parte de una “falsa premisa” que indica que las lenguas necesitan de una nacionalidad para legitimarse. “En realidad, no importa de dónde viene ni adónde van; lo que importa es que digan algo que la gente entienda”, señala el autor.
A su favor, los creadores del diccionario señalan que éste es un trabajo en construcción, es decir, no es una obra definitiva. “Estas páginas se consideran materiales parciales de un proyecto en marcha, susceptibles de ser completados, actualizados y revisados”, indican los creadores.
Sea como sea, hay que recordar que la lengua es mutable, o sea cambia con el paso del tiempo, la lengua no es definida por una institución, como la RAE, sino por los hablantes que poco a poco generan cambios en su forma de comunicarse.