Cada año que se realiza el concurso de canciones Eurovision, no puedo dejar de sentir un poco de envidia por los europeos. No por la calidad deslumbrante de las canciones presentadas, sino por tener un evento musical que une a todo un continente para pasar una buena noche frente a la tele.
El concurso les permite ver las idiosincrasias nacionales y, mejor aún, sentir que son esas mismas diferencias lo que hace que Europa –pese a lo que sucede actualmente en Grecia– funcione. Bueno, semi funcione.
“Euphoria”, la canción ganadora de la edición de este año, es un ejemplo de que la fábrica pop sueca está tan sana como siempre. La intensidad del track de Loreen –que justifica totalmente el título– es el concepto de calidad Ikea hecho dance pop. No hay una sola nota que no esté colocada con la intención de hacer un hit para clubs.
Es momento de que regrese un festival de la canción a nivel continental. Hacen falta momentos que definan a la monocultura, y un festival anual así –un OTI renovado– sería sumamente interesante.
Preferible ver esto un domingo por la tarde que la abominación de Pequeños Gigantes*.
Me puedo imaginar una batalla campal musical que al mismo tiempo ponga a competir a nuevos talentos –una Carla Morrison de México contra Astro de Chile– y rescate antiguas estrellas.
Este tipo de competencias están justificadas sólo con la existencia de este video: bit.ly/tristeoti (la presentación de “El Triste” será motivo para mi próximo #Popcast de la semana).
Necesitamos un Eurovision Región 4. Hay talento y en el continente sobran buenas canciones.
*Le doy mi voto al candidato que prometa sacar ese show del aire.