En 1976, la mayoría de los argentinos vivían escondidos, los padres de familia opositores al gobierno del militar Jorge Rafael Videla les enseñaban a sus hijos a sobrevivir por si ellos llegaban a faltar por defender sus ideales. Debido a la crisis social, algunas familias, como la del compositor musical y escritor Federico Bonasso, llegaron a México, convirtiéndose en hijos del exilio político. La sangre y los interrogatorios por parte de militares habían quedado atrás, junto con algunos recuerdos buenos, como la convivencia con la abuela y las salidas con los amigos al terminar el colegio.
Los padres de Federico Bonasso decidieron cambiar el apellido de toda la familia, creando una identidad casi completamente nueva bajo el ojo del agresor y de las personas que se encontraran con ellos.
“Buenos Aires no es sólo la ciudad capital del país donde yo nací, sino que es el símbolo, la metáfora, de la herida de la infancia. ¿Cuál es esta herida de la infancia que produjo la irrupción en nuestras vidas más o menos normales y comunes? La brutalidad de la dictadura militar de los años 70”, comparte Bonasso.
Antes de que la música llegara a su vida, Federico ya escribía, por lo que en su viaje de regreso a casa comenzó a redactar lo que vivió de niño en la capital de Argentina en forma de diario, para después crear una novela a la que llamó Diario negro de Buenos Aires (Penguin Random House, 2019), libro que acaba de publicar a los 51 años de edad.
El escritor comenta que en sus páginas no buscó reflejar una protesta política sobre un hecho que sucedió hace 43 años, sino una protesta propiamente existencial, de volver a ver y enfrentar un lugar que tenía muy presente en sus recuerdos.
Sin embargo, no todo fue lo que imaginó, la Buenos Aires que lo despidió junto a su familia en los años 70 ya no era la misma, habían cambiado sus calles, la gente y los olores. No comprendía algunas actitudes de personas cercanas y ajenas. Le respondía a las personas con frases mexicanas y ellos le contestaban llamándole “Cantinflas”, algo que, aunque le causaba gracia, le hacía sentir un dolor inexplicable.
“Buenos Aires: disculpa que te escriba así, que te haya tratado mal, no es más que la rabia del pibe despechado (…) Te amé, puedo asegurarlo, quise volver a vos en tantos sueños; aquí nacimos todos una vez, de aquí fuimos, y, sin embargo, al regresar y ver que no me habías esperado, el sendero general de mi vida se torció ya sin arreglo”, se lee en la primera publicación de Bonasso.
De acuerdo con registros de las Naciones Unidas, en 2017 se condenó a 48 personas acusadas de cometer torturas, asesinatos y desapariciones forzadas durante la dictadura militar en Argentina. Al respecto, el compositor destaca que aún cuando se les castigue a todos los culpables, el mal ya está hecho y nunca se olvidará.
En ese sentido, para el músico, el arte, independientemente de cómo se presente, sí puede llegar a cambiar una situación social catastrófica, pues crea un espejo de los malos comportamientos y cómo le afectan a la gente. “El arte es una herramienta; primero de defensa contra la brutalidad y después de combate a la misma brutalidad”, sostiene.
Federico Bonasso El músico escritor
Para Federico la escritura era una actividad que le provocaba paz, pues de algún modo deseaba sacar o transmitir sus temores internos, por lo que sus canciones fueron reflejando algunos de sus miedos, pero también sus momentos buenos. Con el Diario negro de Buenos Aires, dice, también intentó descifrar algunas de sus composiciones.
En la canción “Caras ocultas” se le escucha decir “Me voy a ir de la ciudad que no es mi ciudad”, mientras que en “Tu amor mata” se escucha “Mi amor, no dejes que las sombras vuelvan”. En el libro, Federico describe a un niño que, entre sus paseos por Buenos Aires, lo persigue en sueños, como una sombra de sí mismo, espiando su acto seguido.
Por otra parte, Federico Bonasso recalca que el que las personas lleguen a identificarse con él y lo que hace, en la música y ahora en la literatura, es una de sus satisfacciones más grandes, pues lo impulsan a seguir adelante, autodescubriéndose. “Me llama mucho la atención cómo cada lector tiene un pedazo del libro que le ha interesado, se ha llevado un momento de esta variedad de recuerdos que decidí plasmar”, comenta.
Diario negro de Buenos Aires está separado por semanas, donde Federico narra qué actividad hizo en Argentina, como cuando no supo cómo introducir las monedas a la máquina del camión y el chofer se enfadó con él, preguntándole si venía de la Luna, o aquella vez que “casi le mientan la madre” cuando quería comprar una soda con un billete grande. “Estos primeros días me han dado pánico comprar una Coca-Cola”.
De 1999 para la actualidad, Federico ya ha viajado a Argentina en repetidas ocasiones, y aunque siempre va con una ilusión de sentir la ciudad como suya, dice que cada día la ve más perdida, y no sólo en términos personales, sino en lo general, pues “el país cae cíclicamente en un desastre económico, con un presidente que tiene millones de dólares a salvo mientras la gente se está derrumbando”.
“Me da una enorme tristeza lo que sucede en ese país, y gran culpa de lo que pasa la tienen ciertos sectores de la misma Argentina, sectores que no han aprendido la lección histórica, que siguen burlándose incluso de la democracia, porque aunque hay democracia formal, en el fondo es una tiranía”, confiesa.