Gabo desde la butaca
Ante la lamentable muerte de Gabriel García Márquez, el pasado 17 de abril en la capital de México, su patria adoptiva, pareciera que todo el mundo tiene algo qué decir o qué revelar sobre la vida y obra del gran escritor colombiano ganador del premio Nobel de Literatura de 1982.
Diana Gonzálezhttps://www.youtube.com/watch?v=2IWog35Scwo
Ante la lamentable muerte de Gabriel García Márquez, el pasado 17 de abril en la capital de México, su patria adoptiva, pareciera que todo el mundo tiene algo qué decir o qué revelar sobre la vida y obra del gran escritor colombiano ganador del premio Nobel de Literatura de 1982.
A nosotros nos pasa igual: no solo por el hecho de que una de las novelas más importantes del siglo 20, “Cien años de soledad”, haya sido escrita en el domicilio de La Palma, No. 19 de la Colonia San Ángel en la capital mexicana, o porque su lectura haya sido recomendación obligada en el nivel intermedio del país y, precisamente por eso, muchos jóvenes se hayan encaminado (o renunciado) a la escritura como arte, sino especialmente porque desde nuestra trinchera, Gabo y su vasta obra es una presencia igualmente compleja en el cine, como lo fue en la política y la literatura.
Antecedentes y polémicas
Del galardonado escritor, nacido en Aracataca, Colombia, se ha dicho, entre otras cosas, que su enorme dimensión literaria no es del todo, tal.
Para ejemplo, basta el botón de Fernando Vallejo, uno de sus más geniales y acérrimos críticos, compatriota suyo incluso en relación al país adoptivo del propio García Márquez, y quien señala en un ensayo censurado inicialmente por la revista El malpensate, y luego recogido y publicado en el libro “Peroratas”, de Alfaguara, que la originalidad de una obra como “Cien años de soledad” podría desarmarse en pequeños plagios escondidos tras sus luminosas palabras.
Como la frase inicial de la obra misma, considerada por Vallejo no solo “sintácticamente coja”, sino soterrada copia del pasaje autobiográfico de Rubén Darío, donde el poeta nicaragüense cuenta que su tío abuelo político, el coronel Félix Ramírez, lo llevó a conocer el hielo: “Por él aprendí pocos años más tarde a andar a caballo, conocí el hielo, los cuentos pintados para niños, las manzanas de California y el champaña de Francia”.
Y el articulista sigue, con su verbo agudo y de ironía cortante, denotando las construcciones incorrectas que habrían edificado la poética musicalidad, tan solo de los primeros párrafos, además de otras acusaciones hechas en tono más directo que las eufemísticas “influencias”, como lo es el uso de nombres propios completos para la identificación de personajes, rasgo atribuido por Vallejo al también genial Juan Rulfo.
Sin embargo, lo incuestionablemente cierto, es que Gabriel José de la Concordia García Márquez, fue educado por sus abuelos maternos en su pueblo natal, donde el coronel Márquez, su abuelo, le enseñó a usar el diccionario con más frecuencia que las idas al circo cada año, o a la tienda de la “United Fruit Company”, donde se utilizaba hielo.
Entre las influencias literarias, libremente aceptadas o no, García Márquez le ha dado el mayor crédito a su abuela Mina, llamada así por cariñoso diminutivo de Tranquilina, de apellidos Iguarán Cotes: “una mujer imaginativa y supersticiosa”, cuyas historias de fantasmas, premoniciones, augurios y signos eran parte “natural” de su discurso cotidiano. Ursula Iguarán, de hecho, pervivirá por siempre como alter ego de Mina en la novela más popular del escritor.
De las páginas a la pantalla…
Sirva lo anterior como preámbulo de un aspecto menos polemizado: la incuestionable no visualidad, al menos cinematográfica, de la obra “garcíamarquiana”.
Más allá de la quirúrgica o químicamente pura originalidad, o no, de la literatura de Gabriel García Márquez, lo cierto es que su relación con el cine (al menos en el aspecto netamente estético) ha sido mucho menos polemizada, pese a la correspondiente sombra de su también fiel relación cubana.
Pese a la larga historia personal de García Márquez con el arte-industria, en el que participó como guionista, mecenas y adaptador de sus propios libros, los resultados generales en cuanto a la adaptación de sus obras que han sido filmadas, son mucho menos relevantes.
Su incursión en el cine se dio desde su juventud en Barranquilla, cuando participó en la realización del cortometraje surrealista “La langosta azul” (1954), junto al pintor Enrique Grau, el escritor Álvaro Cepeda Samudio y el fotógrafo Nereo López.
Alternando su trabajo periodístico y literario, en la década de los 50 estudió cine en el Centro Sperimentale Di Cinematografia de Roma, donde estudió junto al argentino Fernando Birri y el cubano Julio García Espinosa, posteriores cofundadores junto con él, del Nuevo Cine Latinoamericano.
Allí, “Milagro en Milán”, de Vittorio de Sica, además del hecho de ser testigos del nacimiento del neorrealismo italiano, impulsó a estos personajes a vislumbrar la posibilidad de realizar cine en América Latina con técnicas similares.
El resultado se vería en 1986, cuando García Márquez establece finalmente la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano en La Habana y, con recursos propios, la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de Los Baños, para el apoyo y financiamiento de jóvenes cineastas latinoamericanos del Caribe, Asia y África, institución donde también impartió en repetidas ocasiones el taller “Cómo se cuenta un cuento”.
Precisamente de esta cuestionable relación del escritor con el sistema totalitario de Cuba y, a nivel personal, con el propio Fidel Castro, se despenden muchas de las críticas hechas a su persona y trabajo.
Sin embargo, su cuestionable relación con la isla caribeña no siempre fue estigmatizada. En los años 60, México mismo vivía cierto romance con el sistema cubano y, en esa época, García Márquez firmó con seudónimo o su propio nombre, numerosos guiones de la cinematografía nacional, algunos incluso memorables.
“El gallo de oro” (1964), basada en el cuento homónimo de Juan Rulfo y adaptado por él mismo, García Márquez y Carlos Fuentes para la dirección de Roberto Gavaldón y la fotografía de Gabriel Figueroa, así como el western “Tiempo de morir” (1966), de Arturo Ripstein, formarían parte de esos últimos.
Pero la ausencia de brillo o de paso significativo por las taquillas del mundo, de producciones como “Eréndira”, “Fábula de la bella palomera” o “Me alquilo para soñar”, todas versiones cinematográficas de las obras correspondientes, dirigidas por Ruy Guerra, o “Crónica de una muerte anunciada”, de Francesco Rosi (1987), o “Un señor muy viejo con unas alas enormes”, de Fernando Birri, (1988), dan constancia de la ya citada imposibilidad.
Como dicen las voces coriféicas del excelente blog “Geografía virtual”, dedicado a la relación de García Márquez con el cine, “el primer obstáculo con que tropieza cualquier realizador está en la aparente imposibilidad de fotografiar con soltura las visiones del escritor, de manera que pueda lograrse la resonancia que tienen en el sustento de lo literario”.
En la materia sutil del lenguaje, ritmada por su corazón, que es la palabra, todo pareciera posible, pero como bien añaden los autores del artículo citado, “El cine, en cambio, trabaja con sus lentes, cámaras y luces, reproduciendo lo concreto en fotogramas precisos”.
De hecho, el director que más se ha empeñado en adaptar las obras de Gabriel García Márquez al cine, Ruy Guerra, le da la razón al autor, cuando en algún momento éste le confesó lo engañoso de su literatura: la visualidad de sus obras no es cinematográfica, sino exclusivamente literaria.
Es decir, el goce experimentado por cualquiera que se haya adentrado a su obra, especialmente a “Cien años de soledad”, sabe lo que significa “ver” con su mente, el que parece desde esa dimensión, un universo colorido, es decir, altamente visual.
No digamos la exuberancia de los personajes, la sutileza o complejidad de sus emociones que, si bien son posibles de “ver” mentalmente por el lector, ningún adaptador a guión (empezando por el propio García Márquez), e incluso ningún actor o actriz, por mejor dotados que estén para las artes de la representación, podrían del todo mimetizar.
Ante lo imposible, la perseverancia regiomontana
Además de los cineastas señalados, en 2001 Lisandro Duque Naranjo llevó al cine “Los niños invisibles”, mientras que el sudafricano Ronald Harwood adapta la novela que fuera inspirada por la historia de amor de los padres del escritor, “El amor en los tiempos del cólera”, dirigida por el británico Mike Newell.
Por otra parte, en 2010 el “Festival Internacional de Cine de Cartagena” estrenó la coproducción entre Colombia y Costa Rica “Del amor y otros demonios”, dirigida por la costarricense Hilda Hidalgo.
Finalmente en México, más allá de las numerosas aportaciones de guión hechas por García Márquez, y un poco antes de las producciones extranjeras señaladas, el director mexicano Arturo Ripstein filmó en 1999, “El coronel no tiene quien le escriba”, una cinta que pasó sin pena ni gloria, pese a su atractivo reparto, que incluía a Fernando Luján en el rol principal.
Un antecedente doméstico inevitable, aunque no del todo considerado por la productora de la siguiente, y hasta ahora, última intentona de adaptación hecha en el país: “Memoria de mis putas tristes”.
Impulsada por la regiomontana Raquel Guajardo, en coproducción de Dinamarca y México, la adaptación de esta novela de García Márquez tuvo una historia particular, como si de cerrar con broche de bronce se tratara.
Fue filmada en secreto en la ciudad de San Francisco de Campeche, México, en 2011, luego de haber suspendido el rodaje en el estado de Puebla dos años antes, debido a la polémica que desató la activista Lydia Cacho al calificar la novela y su guión como apologías de la prostitución infantil y la pederastia.
Obviamente sin poder adivinar que esto iría a sucederles y quizá inconscientemente sustraída de la trágica tradición de la “imposibilidad”, Raquel Guajardo se dejó atrapar por el guión, adaptado por Henning Carlsen y Jean Claude Carrière.
“Leer la adaptación me hizo sentir estar dentro de la obra, con Delgadina y con el Sabio. Los olía”, señala la productora, a quien los movimientos de cámara le acercaron más adelante a la inasequible realidad, “¡Sentía el sudor!”, dice en entrevista para Reporte Indigo.
Y continúa, “Me imaginaba a Geraldine (Chaplin) exactamente tal cual la vimos en la película, pues dentro de mis posibilidades limitadas, lo que pude hacer realidad fue a Rosa Cabarcas”.
De hecho, Raquel viajó a Suiza para convencer a Geraldine Chaplin de hacer el papel de la matrona de la novela. El encuentro fue en su casa, durante la hora de comida con el esposo de la actriz.
“Fue genial cuando aceptó. A ella le encantaba el personaje de Rosa Cabarcas. Le gustan los retos, y verme a mi pidiéndole en su casa que aceptara el papel, creo que fue lo que la convenció”, agrega Guajardo.
Además del entusiasmo de la productora, el hecho de que Pato Castilla, el esposo de Geraldine, hubiera fotografiado “La viuda de Montiel”, terminó por afianzar la colaboración.
Sin embargo, los posteriores sucesos que condicionaron la producción en México, hicieron que la experiencia resulta “horrenda” para Raquel.
“Con lo de Lydia Cacho se nos cayó el financiamiento, y yo tenía la obligación de terminarla ante Hacienda por lo del EFICINE, es decir, o la terminaba o la terminaba, pero teníamos todo en contra, aunque finalmente se acomodaron las cosas y Geraldine fue la más guerrera, junto con su esposo”, comenta.
“Yo no pude decir nada en ese entonces porque me tenía que enfocar en sacar la producción y García Márquez ya no quería mas publicidad negativa de su parte claro”, señala Raquel, quien a pesar de todo, llevó su relación personal con el escritor, e incluso con su familia, a la amistad.
“Los respeto mucho, y los problemas llegaron a acercarnos, por lo que te puedo decir que estoy muy agradecida con ellos, especialmente con Mercedes Barcha, la esposa de Gabriel, quien es una gran, gran mujer”.
A Mercedes Barcha, la productora regiomontana la conoció cuando ella la citó para tomar café en su casa de Cartagena.
“Yo iba a una boda y le dejé un recado en su casa… ella me llamó a mi hotel y me invitó. Allí la conocí a ella y al Gabo, fue una mañana deliciosa, con él vestido de lino blanco y de un maravilloso humor. Mercedes para mí es una de las mujeres mas interesantes que he conocido”, recuerda Raquel Guajardo.
En la reunión, efectuada en enero de 2010, la comitiva integrada por la madre de la productora, ella misma y su pareja, conversaron con los García Barcha sobre libros, películas, la situación del mundo… en fin, de todo y nada, en un momento que pasó como el pestañear.
Como resulta ahora la dimensión de toda una vida creativa, cuya grandeza literaria es proporcionalmente opuesta a su visibilidad cinematográfica. Esa especie de sortilegio que, por desgracia, ha quedado sin conjurar, incluso hasta el último de los intentos y a pesar de la obstinación de una productora regiomontana.