La historia de La Dama del Silencio, la luchadora que tristemente ganó fama como ‘La Mataviejitas’
Juana Barraza Samperio, quien nunca saldrá de la cárcel pues asesinó a al menos 17 mujeres de la tercera edad, tuvo un pasado nada glorioso en el deporte de las cuerdas, los vuelos y los costalazos
Fernando FrancoLa Dama del Silencio tuvo un paso efímero en el arte del catch, el mundo de los cuatro ángulos reforzados por cuerdas: la lucha libre. Lo suyo en ese mundo cuasi fantástico era organizar eventos y promocionar a gladiadores, más que luchar.
Entre sus ‘protegidos’, aquellos a los que continuamente conseguía una que otra lucha y un jugoso contrato, se encontraban, según sus propias palabras, La Parka y Latin Lover; sin embargo, también trabajó con Charly Manson y Máscara Sagrada Jr., con quien, incluso, se casó.
“Era un mujeriego, como todos. Yo no entiendo, ¿por qué prometer tantas cosas si saben que no van a cumplir”, narraba La Dama del Silencio, sobre su relación con el enmascarado, en una entrevista que, desde el reclusorio, le realizó Humberto Padgett para el diario Excélsior.
POPULARIDAD ALCANZADA Y NO GRACIAS A LA LUCHA
La Dama del Silencio obtuvo amplia popularidad y su fotografía, sin máscara, acaparó los diarios de México y el orbe, pero no gracias a la lucha libre… El 26 de enero de 2006 la luchadora fue sorprendida después de que asesinara a sangre fría a una anciana de 89 años.
Ese trágico día, Juana Dayanara Barraza Samperio, nombre de quien se escondía debajo de un antifaz de mariposa, acudió temprano al hogar de Ana María de los Reyes Alfaro, en la colonia Moctezuma y emprendió la perorata a la que estaba acostumbrada.
Narran los medios de ese entonces que Juana llegó al hogar, tocó el zaguán y ofreció los servicios que anteriormente había ofrecido a por lo menos 17 ancianas: un servicio médico gratuito de parte del gobierno del entonces Distrito Federal. Ana María aceptó sin imaginar que sería la última vez que vería la luz del sol.
Cuando La Dama del Silencio se disponía a retirarse, el terror se apoderó de ella: un hombre, a quien la anciana rentaba un cuarto, la había visto e iba por ella. Ese día, en la calle, y tras los gritos desesperados del sujeto, cayó una de las asesinas seriales contemporáneas más terroríficas de México: La Mataviejitas.
CONFESIONES QUE AÚN DAN MIEDO
La policía ya seguía los pasos de un asesino serial que cortaba la vida de mujeres de la tercera edad que vivían solas. Hasta ese momento pensaban que se trataba de un hombre, pues testigos lo describían como alguien fornido, parecido a un luchador. Las arenas se llenaron de agentes.
Las pistas de los agentes no los llevaban a ningún lado, pero sabían que, desde el 2000, al menos 40 ancianas habían sido asesinadas del mismo modo, ahorcadas en sus viviendas las cuales no mostraban signos de asalto… Quien las había ultimado, se había ganado su confianza, dedujeron.
Cuando Juana fue arrestada por el asesinato de doña Ana María confesó de inmediato, sin embargo, nunca aceptó los otros crímenes, que “misteriosamente” cesaron tras su captura. La entonces Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal pudo comprobar que la otrora luchadora había matado a 17 abuelitas en un periodo de 6 años.
“Yo odiaba a las señoras porque mi mamá me maltrataba, me pegaba, siempre me maldecía y me regaló con un señor grande”, narraba la ya llamada Mataviejitas desde el penal se Santa Martha Acatitla cuando se le preguntaba por qué había matado a las abuelas. No mostraba rencor.
Cuando fue capturada, Juana tenía 48 años. Un dato sorprendió a propios y extraños: la mayoría de sus víctimas, de entre 70 y 90 años, tenían signos de haber sido abusadas sexualmente antes de ser asesinadas.
Para Feggy Ostrosky, investigadora neuropsicóloga de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), quien estudió con avidez el caso, La Mataviejitas “asoció el abuso sexual de su infancia y el asesinato de uno de sus hijos con el desarrollo de su patología”.
Cada de que Juana cortaba el aliento de una de sus víctimas, cortaba, simbólicamente, el de su propia madre.
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