La historia de la temible ‘doña Lupe’, la asesina serial del Porfiriato

La mujer, también conocida como la temible Bejarano, fue musa de uno de los grabadores más grandes de la historia: don José Guadalupe Posada, quien recreó en papel los cruentos crímenes que cometió a finales del Siglo XIX
Fernando Franco Fernando Franco Publicado el
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Una historia trillada dirían algunos, sin embargo, es poca la información que se tiene de doña Guadalupe Martínez de Bejarano, quien también era conocida como doña Lupe, la temible Bejarano o simplemente la mujer verdugo.

El hecho de que no exista casi información al respecto, y de que periodistas y narradores tengan que asistir a la hemeroteca para indagar sobre su vida, se debe a que vivió en la última etapa del Porfiriato, allá por 1887.

Su nombre cobró harta notoriedad en los pasquines de esa época, que aún en aras del moderno Siglo XX se pegaban en uno que otro poste de madera o pared de adobe de alguna vecindad, debido a que fue una de las primeras, sino es que la primera, asesina serial de México.

Por extraño que parezca, doña Lupe fue musa de don José Guadalupe Posada, quien tras conocer su historia comenzó a recrear en papel los cruentos crímenes que la mujer cometió a finales del Siglo XIX y por los cuales sólo fue condenada a 10 años de prisión.

También fue modelo de inspiración para Antonio Vanegas Arroyo, el célebre impresor y editor mexicano (1850-1917) quien creaba gacetas, historietas y adivinanzas y quien era una de las manos derechas de Posada. El multifacético trabajador del papel le compuso un corrido a Guadalupe, mismo que trascendió los tiempos y aún es posible leer.

LOS CRÍMENES DE DOÑA LUPE

Cuentan las crónicas periodísticas de finales de 1800 que doña Lupe tenía una fijación con mujeres jóvenes a las cuales contrataba como amas de llaves o sirvientas para después arrancarles, de manera tormentosa, el último suspiro.

El primer crimen que la policía de aquel entonces pudo comprobar con sus rudimentarios métodos de investigación fue el de la niña Casimira Juárez en 1887, por el que Guadalupe pasó no más de cinco años en la cárcel debido a que las leyes no estipulaban bien a bien cómo castigar el infanticidio.

Fue por la desaparición de dos hermanas, en 1892, Guadalupe y Crescencia Pineda, que doña Lupe acaparó los reflectores en aquel entonces.

Como las autoridades la tenían en la mira por el asesinato de la pequeña Casimira no tardaron en volver a detenerla y, ahora sí, con base en interrogatorios propios de la época, tehuacán incluido, descubrieron la cruenta verdad.

La mujer confesó que le gustaba esclavizar a sus víctimas -que hasta el momento sumaban tres-, y contó que antes de asesinarlas las torturaba  obligándolas a sentarse desnudas sobre braceros ardientes. De la  misma manera, las colgaba de las muñecas del techo para propinarles sendos latigazos.

A las jóvenes, quienes provenían de provincia, las engañaba con ofertas de trabajo laboral que luego se convertían en horripilantes horas de angustia.

Por los crímenes de las hermanas, quienes también eran menores de edad, que no niñas, sólo le dictaron una condena de 10 años 8 meses de prisión, misma que no llegó a cumplir.

TRISTE FIN

Doña Lupe terminó su vida encerrada en la insalubre cárcel de Belén, que hasta 1863 todavía funcionaba como un colegio, el de Las Mochas, que era exclusivamente para mujeres.

La misma estaba ubicada en lo que hoy se conoce como la avenida Arcos de Belén, en el número 82 de la alcaldía Doctores. En ese entonces las galeras no contaban con letrinas y las reas debían hacer del baño en cubetas que luego vaciaban a un gran barril que emanaba un hedor inimaginable.

Dadas las condiciones, y a que la mayoría de las prisioneras, que no perdonaban los infanticidios, buscan acabar con la vida de la llamada mujer verdugo, doña Lupe no tardó en morir, víctima del miedo y de una infección estomacal de la cual jamás pudo librarse.

El corrido en su honor dice, en algunas estrofas, así:

“Con una crueldad atroz, la terrible Bejarano

ha cometido la infamia, el crimen más inhumano.

Iracunda martiriza aquellas carnes tan tiernas

con terribles quemaduras en los brazos y en las piernas.

Y a pesar de su maldad es digna de compasión,

por lo que debe sufrir encerrada en su prisión.

Y allá entra la negra sombra de su oscuro calabozo,

de la víctima inocente verá el espectro espantoso”.

 

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