La historia de la temible ‘trituradora de angelitos’, la primera asesina serial del siglo XX
Aunque se sospechaba que había asesinado a cerca de 50 niños menores de cinco años, las autoridades la condenaron sólo a 4 meses de prisión y una multa, pues amenazó con evidenciar a mujeres de alta alcurnia que habían acudido a la clínica clandestina donde realizaba abortos
Fernando FrancoPareciera de no creerse, exclamaban los diarios de principios de siglo XX en México. Una mujer, residente de la popular colonia Roma, estaba acusada de matar a cerca de 50 niños, algunos de los cuales había comprado, otros, los cuales, ¡le habían sido regalados!… Sí, pareciera de no creerse, en eso tenían razón los periódicos que reportaban la noticia a diario.
Felícitas Sánchez Aguillón, la veracruzana que sacudió al centro del país, fue recluida en una prisión el 8 de abril de 1941 después de que elementos de la policía del extinguido Departamento del Distrito Federal recibieran un llamado de alerta de un plomero, quien había encontrado un craneo pequeño y unas piernas cercenadas en una tubería que conectaba el drenaje de un edificio de departamentos de la calle Salamanca, en la Roma, con el sistema de aguas negras de la capital.
¡El escándalo se desató!
Las investigaciones que realizaron policías judiciales y algunos periodistas que laboraban en periódicos amarillistas de la época llevaron a desentrañar una de las historias más cruentas que se hayan vivido en México.
Felícitas, enfermera de profesión, había matado a sangre fría a cerca de 50 niños, algunos al momento de nacer, pues realizaba abortos clandestinos, y otros, que compraba o le regalaban, a los no más de cinco años.
El drenaje, aquel por el que fue atrapada, se había tapado pues ya no daba cabida a los restos de los menores que ella misma cortaba meticulosamente para que cupieran por el inodoro o la coladera.
En realidad, jamás se supo con precisión el número de crímenes que cometió pues, por sorprendente que parezca, entre los clientes de su “clínica clandestina de aborto” figuraban señoras de “alta alcurnia”, aquellas que eran esposas de políticos, jueces y empresarios y que, en un desliz, habían quedado embarazadas, elemento que Felicítas utilizó para chantajear, precisamente a políticos, jueces y empresarios y jamás tener que decir la verdad.
Aunque “la ogresa de la colonia Roma”, como también era conocida, libró la pena de muerte, no libró el repudio social del cual fue blanco cuando salió de prisión pues el castigo al que se hizo acreedora enfureció a todo el mundo: 4 meses de reclusión y una multa de 600 pesos (600 mil pesos actuales) que pagó uno de sus ex esposos… Al final fue tanta la presión mediática que “la trituradora de angelitos” terminó suicidándose con una dosis poderosa de Nembutal el 16 de junio de 1941.
SUS TRAUMAS
Tras su deceso, la historia de la asesina serial salió a flote, contada por sus ex múltiples parejas y por uno que otro familiar que salió “de repente”.
Felicítas había nacido a finales del siglo XIX en Cerro Azul, Veracruz, una zona serrana alejada de la urbe en donde su madre no tuvo “de otra” que tenerla, sin quererla, por lo que su infancia estuvo llena de maltratos y rechazos constantes de los adultos que la rodeaban.
De pequeña, agarró gusto por envenenar a perros y gatos en la localidad a los cuales, usualmente, les cortaba una pata o la cola.
Narran las crónicas de mediados del Siglo XX que durante toda su vida Felicítas guardó un rencor absoluto hacia la figura maternal, por eso cuando le propusieron realizar abortos clandestinos en el Distrito Federal, no dudó en aceptar sin pensar en las mujeres que atendía y mucho menos en los bebés que sacaba de su vientre.
En aquellos años, las mujeres escondían su embarazo lo más que podían y cuando consideraban que “era el momento” acudían a Felicítas u otra mujer que les “ayudara”. La “ogresa de la Roma” llegó a prácticar abortos a mujeres que estaban a punto de dar a luz e, incluso, recibió bebés no queridos a los que le dejaban “para que se hiciera cargo”.
La partera llegó a acumular así decenas de críos, a los cuales, en el mejor de los casos, vendía o simplemente asesinaba cuando ya no podía mantenerlos. Los recursos que utilizaba para deshacerse de los menores aún causan escalofríos: o los metía en una tina con agua fría para que enfermaran, los dejaba sin comer o simplemente los ahorcaba… Para no dejar rastros, la mujer destazaba los pequeños cuerpos y sin más los tiraba al drenaje.
Cuando los agentes de la policía judicial irrumpieron en la vivienda que Felicítas compartía con otra mujer encontraron “trofeos” de sus víctimas, mechones de cabello, pequeños zapatos de bebé y decenas de fotos de niños que no pasaban los cinco años.
RECLUSIÓN Y ESTADO DE REGRESIÓN
Un hecho sorprendente vino a abonar más a la historia de la “trituradora de angelitos”. Mientras su abogado amenazaba a los miembros de la alta alcurnia mexicana con develar los nombres de las mujeres de “clase alta” que se practicaban abortos con su clienta, esta sufría una regresión que puso a los celadores a temblar.
Dentro de su celda, Felicítas empezó a actuar como niña, balbuceaba, pedía su leche y no soltaba un oso de peluche mugriento que alguien le había regalado.
La ‘ogresa’ no dejaba de llorar, sólo pronunciaba monosílabos y hacía berrinches tirándose al piso y repitiendo con voz de niña “¡quiero irme de aquí!”… Cuentan las anécdotas periodísticas de ese entonces que sólo se calmaba cuando era trasladada a otro lugar en donde se recluía en un rincón chupándose el dedo.
A la mujer sólo se le acusó de aborto, inhumación ilegal de restos humanos, delitos contra la salud pública y responsabilidad clínica y médica, por lo que tras pagar la respectiva multa, salió libre.
Felicítas dejó al menos tres hijas, dos de las cuales vendió y una con la cual vivió durante toda su vida y que al final terminó siendo trasladada a un hospicio en donde después fue adoptada para desaparecer completamente del mapa.
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