La historia de los narcosatánicos mexicanos, quienes comían carne humana para ‘hacerse invisibles’

Una de sus integrantes purga una condena de 647 años en Santa Martha Acatitla, acusada de sodomizar a decenas de hombres a los que después descuartizaba

Decía Michael Foucalt que el cuerpo humano puede ser atravesado por el poder, por regímenes que lo apresan.

Operan sobre él (cuerpo)… una presa inmediata; lo cercan, lo marcan, lo doman, lo someten a suplicio, lo fuerzan a unos trabajos, lo obligan a unas ceremonias, exigen de él unos signos.

El filósofo se refería a las complejas relaciones entre el cuerpo y el aparato político dominante, convirtiéndose el primero en fuerza útil cuando sólo es productivo, pero también sometido.

Lo anterior bien podría servir de antesala teórica a lo que se vivió en México a finales de los ochentas cuando un cubano, por sorprendente que parezca, ejerció poder sobre un grupo de seguidores a los cuales hizo creer que, bebiendo un brebaje, compuesto por partes humanas, podrían ser invisibles, primero, e invencibles después.

Aunque pareciera una historia inventada, medios periodísticos dieron amplia cobertura a los hechos que se suscitaron en 1989 en la entonces delegación Cuauhtémoc del Distrito Federal y que desentrañaron una de las historias más escalofriantes del México contemporáneo.

El 5 de mayo del año referido un operativo policiaco de rutina llevó a la detención de David Serna, quien viajaba en un automóvil en el que agentes de tránsito encontraron droga y un caldero con restos humanos en su interior, columnas vertebrales y corazones incluidos.

El descubrimiento, además de horrorizar a unos agentes que estaban acostumbrados a lidiar con choques o riñas citadinas, dio pie a una investigación que culminó con el allanamiento de un departamento en la calle de Río Sena, en el que las fuerzas del orden fueron recibidos a balazos.

Cuentan las anécdotas, esas que aún perduran en páginas amarillentas de diarios de aquella época, que algunos de los maleantes intentaron escapar apaciblemente pasando al lado de los agentes quienes, ni tardos ni perezosos, los detenían sin más: la idea que su misterioso líder les habían inculcado se había esfumado al descubrir que el brebaje que tomaban no los hacía invisibles… Así de inconcebible fue la historia de la banda de los “narcosatánicos”, que se formó en los ochentas en Matamoros, Tamaulipas.

LOS ANTECEDENTES

Adolfo de Jesús Constanzo, cubano radicado en Miami, Estados Unidos, era hijo de una sacerdotisa que practicaba el ancestral rito de palo mayombe, originario del Congo, con orígenes bantúes, basado en poderes ocultos que permiten conectarse con espíritus del más allá mediante objetos naturales, especialmente palos.

Constanzo llegó a México, para desgracia de muchos, en 1983 para trabajar como modelo, pero las enseñanzas de su madre, deconstruidas por su idiosincrasia alrededor de las drogas y el dinero, poco a poco le dieron popularidad en Matamoros como santero, sanador, mago y demás motes que se le quieran adjudicar a aquellos que supuestamente cambian el mundo de quienes los siguen.

Al cobrar notoriedad por su “trabajo” de médium, el cubano fue arropado por los círculos de poder tamaulipecos, entre cuyos integrantes se encontraban algunos narcotraficantes, quienes lo comenzaron a considerar como su líder espiritual… su gurú.

En ese entonces, la desaparición en ese territorio de un joven estudiante, de origen estadounidense, llamado Mark Kilroy, encendió las alarmas por lo que autoridades de ese país, coordinadas con las mexicanas, comenzaron su búsqueda, misma que daría los primeros resultados con la detención de Serna, y su horrendo caldero, en el Distrito Federal.

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Interrogado con los métodos que en aquel entonces eran habituales, ‘tehuacanazos’ incluidos, Serna confesó que pertenecía a una célula criminal que operaba en el norte del país y, más aún, que partes de los restos que transportaba en su automóvil eran del joven estudiante desaparecido.

La confesión dejó perplejos a los agentes pues, además, aseguró que en la banda acostumbraban a beber un brebaje hecho con restos humanos, sangre, tortugas desechas y ajos que, supuestamente, les daba poderes sobrehumanos, como el de la invisibilidad.

PACTOS QUE AÚN GENERAN TERROR

Remontándonos a aquella balacera que se registró en la calle de Río Serna, los agentes refirieron a medios de comunicación, un poco perturbados, un hecho insólito que llamó su atención: al momento de las detenciones el líder de la célula, Adolfo de Jesús Constanzo, en una escena de película, le pidió a uno de sus discípulos que le disparara. Consumado el hecho, el sometido se suicidó.

Con la información de Serna, fue cuestión de tiempo para que tanto autoridades mexicanas como estadounidenses dieran con un rancho llamado Santa Elena, en Matamoros, a unos kilómetros de la frontera con Estados Unidos, en donde encontraron enterrados 13 cuerpos mutilados de victimas que habían sido asesinadas solamente para quitarles los órganos y preparar el brebaje de los “narcosatánicos”.

¿QUÉ HA SIDO DE LA BANDA?

Los integrantes de la extraña banda, además de asesinar para beber brebajes hechizos, trasladaban droga de Matamoros al entonces Distrito Federal y a Estados Unidos.

Dos de los integrantes, “El Duby de León” y Sara Aldrete eran hijos de familias acomodadas de Tamaulipas. Cuando las primeras detenciones se dieron en el centro del país, Sara adujó en los primeros interrogatorios que había sido secuestrada y obligada a cometer horrendos actos, como comer carne humana, sin embargo, hasta la fecha continúa purgando una condena en alguna prisión del país.

Se dice que Sara fue quien presentó a Constanzo con los miembros de las altas esferas de Matamoros. Ella era estudiante de Antropología en la Universidad de Texas.

 “El Duby”, finalmente, a pesar de que tomó el brebaje hecho con restos humanos por años, murió abandonado en una prisión del centro del país.

PERDITA DURANGO, LA PELÍCULA DE ALEX DE LA IGLESIA BASADA EN “LOS NARCOSATÁNICOS”

En 1997 el director vasco Alex de la Iglesia realizó una de sus obras maestras, basándose en los hechos acontecidos narrados con antelación.

Perdita Durango es una película de humor negro en donde la santería tiene un papel preponderante, sin alejarse de la acción y el sexo, la mayoría de las veces presente en las cintas de Alex.

La película narra la aventura de una pareja de jóvenes, descendientes de una familia adinerada que, sin más, aceptan trasladar un cargamento de fetos desde, quizá, Matamoros hasta las Vegas.

En su momento, el filme fue catalogado como el más caro en la historia de España. Su costo: mil 100 millones de pesetas; unos 6.5 millones de euros.

Entre los actores que dieron vida a los “narcosatánicos” que traficaban con fetos estuvieron Demian Bichir, Javier Bardem y Rosie Pérez.

ME DICEN LA NARCOSATÁNICA

Recluida en diversos penales de la República mexicana, a veces en Nayarit o hasta en Santa Martha Acatitla, acusada de asesinato y contrabando de droga, Sara Aldrete ha tenido tiempo para meditar y escribir. Resultado de ello es el libro “Me dicen la narcosatánica”, en el que narra “los vejámenes y tortura” de los que supuestamente fue víctima.

Sara jamás saldrá de la cárcel… Fue condenada a 647 años en 1995. El diario español El País, quien la considera “la presa más famosa del país”, la entrevistó en 2004 después de que, entre las acusaciones que pesan sobre ella, se ventilara que sodomizaba a hombres para después despedazarlos.

La exintegrante de los “narcosatánicos” siempre ha negado las acusaciones; su único delito, relata en el libro, fue haber conocido a Adolfo Constanzo, “El Padrino”.

“Yo creía en la santería. Los rituales que conocía tenían que ver con animales. Pero nunca, nunca con personas”. ¿Y la relación con el narcotráfico? “Nunca tuve nada que ver. Y Adolfo tampoco, que yo supiera. Pero sí es verdad que protegía a los traficantes con su santería”, confesó en la entrevista que en 2004 dio a El País.

En el libro, editado por Debolsillo, Sara narra cómo conoció al temible cubano que cimbró a México con sus crímenes y a los demás miembros de la secta y su difícil periplo en prisión en la que, según ella, está presa injustamente acusada de cargos que abarcan “hasta brujería”.

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