La historia del hombre de los dulces envenenados

En la fría noche de Halloween de 1974 un niño de ocho años, llamado Timothy O’Bryan, murió después de comer algunos dulces que había recolectado en un hogar
Fernando Franco Fernando Franco Publicado el
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Bien dicen que la realidad supera a la ficción y la fría noche de Halloween de 1974 fue claro ejemplo de ello cuando un niño de apenas ocho años, llamado Timothy, fue asesinado con dulces.

El frío de la noche, que calaba en los huesos, fue mudo testigo del accionar de un padre de familia que, como marca la tradición, acompañó a sus hijos – Timothy tenía una hermana llamada Elizabeth – a tocar a las puertas del vecindario donde vivían para pedir “calaverita”.

Junto con Ronald Clark O’Bryan y sus vástagos se encontraba Jim Bates y su hijo, vecinos de Deer Park, Texas, lugar donde acontecieron los lamentables hechos… Todo era felicidad, dulces y disfraces.

En aquel entonces, Jim contó a la prensa que ese día llegaron a un hogar siniestro cuyas luces se encontraban apagadas; al tocar y no recibir respuesta la mayoría del grupo, menos Clark y su hijo Timothy, avanzaron a las siguientes casas.

Fue tanta la insistencia del pequeño Timothy que al final, según la versión de su padre, alguien salió del lúgubre hogar y le dio algunos tubos de polvo en dulce. Feliz, el niño corrió a unirse al resto del grupo y comenzó a repartir los tubos a su hermana y el hijo de Jim.

La noche transcurrió con normalidad y cuando hubo que dirigirse a casa para cenar, el grupo se dispersó… Jamás volverían a ver con vida al pequeño Timothy.

LA MUERTE SE HIZO PRESENTE

Por una extraña razón, tras cenar, Ronald permitió que sus hijos abrieran los dulces que habían colectado y los comieran. Nunca permitía que los niños comieran algo después de la cena, esa fue la excepción que le costó la vida a uno de ellos.

El pequeño Timothy pidió abrir uno de los tubos con polvo que había conseguido en el hogar sin luces; su padre lo ayudó y fue testigo de cómo se llevaba un buen bocado, con algunos estornudos y risas incluidas.

No pasó más de una hora para que el niño muriera.

Cuando Timothy fue llevado al hospital, los médicos nada pudieron hacer. Había muerto de un paro cardiorrespiratorio.

Tras una exhaustiva entrevista a su padre, el dulce en polvo salió a relucir, por lo que tras un minucioso examen al cuerpo del menor se determinó que había sido envenenado con cianuro.

Las alarmas se encendieron… De inmediato el padre del niño se comunicó con su vecino Jim quien le informó que, afortunadamente, su hijo no había consumido ninguno de los dulces que recolectaron aquella trágica noche.

Ronald Clark O’Bryan y su abogado

EL MISTERIOSO INQUILINO DE LA CASA SINIESTRA

Ronald O’Bryan sostuvo ante las autoridades que un misterioso hombre, que vivía en la casa sin luz, había sido quien le había dado a su hijo los tubos con dulce. De inmediato se trasladaron al lugar en donde nadie les abrió la puerta.

Las indagatorias continuaron y llevaron a la policía de Texas a descubrir que el misterioso hombre de la casa trabajaba en el aeropuerto de Houston William P. Hobby, hasta donde se trasladaron para, con un impresionante operativo, arrestarlo enfrente de todos sus compañeros, acusándolo de asesinato.

El sujeto, cuyo nombre quedó en el olvido, aseguró en el arduo interrogatorio al que fue sometido que la noche del asesinato del pequeño Timothy había trabajado toda la noche y que en su casa se encontraban su mujer e hija quienes, efectivamente, mantuvieron las luces apagadas toda la noche.

Tras investigar la coartada, entrevistar a sus jefes, compañeros de trabajo y demás testigos las autoridades pudieron determinar que, efectivamente, el dueño de la casa siniestra había laborado toda la noche por lo que era imposible que él fuera el asesino de Timothy, cuyo padre los había engañado vilmente.

LA TERRIBLE VERDAD SALE A LA LUZ

El caso, que parecía cerrado, volvió a abrirse. Los agentes centraron su atención en Clark, debido a que les había mentido sobre el origen de los dulces, por lo que empezaron a investigarlo.

Meses antes de la muerte del menor, Ronald Clark O’Bryan había asegurado a sus dos hijos por 10 mil dólares y, justo antes de Halloween, había aumentado la cifra a 30 mil dólares.

El contrato decía que en caso de muerte accidental o violenta de alguno de ellos, él recibiría el dinero.

Una llamada, a las 9 de la mañana del día siguiente a la muerte de Timothy cerró la pinza. En ella Clark exigía a la aseguradora, airadamente, el dinero que le correspondía por la muerte de su hijo.

El asesino de Halloween

Cuando O’Bryan fue arrestado negó el cargo por el que se le acusaba, asesinato, sin embargo, la policía pudo comprobar que días antes de Halloween acudió a una empresa de químicos de Houston a comprar cianuro.

¿Por qué un oftalmólogo querría comprar cianuro?, se preguntaban las autoridades, al igual que un juez que, al final de un juicio, lo sentenció a morir ejecutado en la silla eléctrica al encontrarlo culpable de asesinato capital y cuatro intentos de homicidio.

El 31 de marzo de 1984 finalmente Clark, quien siempre sostuvo que era inocente, fue ejecutado, no en la silla eléctrica la cual ya se había dictaminado que era un castigo cruel, sino con una inyección letal.

Ese día, afuera de la penitenciaria del Estado de Texas, en Huntsville, cientos de personas se manifestaron en contra de la implementación de la pena de muerte en Estados Unidos. Los mismos fueron recibidos por otro grupo que apoyaba la medida, quienes les aventaron decenas de dulces.

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