La historia del niño que se inició como asesino serial envenenando a su familia

El caso de Graham Young conmocionó a un mundo que salía de dos guerras mundiales y vivía la de Vietnam, en un claro contexto en el que las enfermedades mentales eran comunes debido al aturdimiento global que nunca ha dejado de impactar a todos los sectores de la sociedad, menores de edad incluidos

“Un gran admirador de Adolfo Hitler y aficionado a la química“, así catalogaron los periódicos en el segundo tercio del siglo XX a Graham Young, un asesino serial que inició su periplo en los menesteres que quitan el último aliento humano a los 14 años.

Young, como la mayoría de los asesinos seriales, tuvo una niñez harto difícil; su madre murió poco después de que lo dio a luz en un lejano 7 de septiembre de 1947 en las afueras de Londres, Inglaterra.

En ese entonces la ciencia médica no pudo prever, ni mucho menos contener, una pleuresía que culminó con una tuberculosis que acabó con la vida de la señora Young, quien dejó en la orfandad al pequeño Graham, cuyo padre, a la más pura usanza del siglo pasado, lo cedió a sus tíos.

Tras encariñarse sobremanera con quienes lo criaron desde pequeño, el señor Fred Young volvió a escena y ya con nueva esposa quiso rehacer su familia por lo que, no importando el golpe emocional, separó al pequeño Graham de sus hasta entonces padres para llevárselo a vivir a St. Albans en donde ya lo esperaba su hermana mayor, Winifred, y su madrastra Molly.

Era 1950, época en la que, según testimonios de su tía, el más pequeño de los Young comenzó a mostrar signos de angustia y se convirtió en alguien solitario que no hizo mayores esfuerzos en socializar y, por el contrario, se sumergió en sus dos pasiones: la literatura y la química.

Aunque la literatura siempre es loable, Graham inició su periplo en este difícil habito leyendo relatos sobre asesinos seriales, sensacionalistas la mayoría, y sobre la vida de Hitler, ese personaje al cual toda su vida guardó una especie de fervor para nada oculto. Leyó, de igual manera, sobre ocultismo y química, mucha química.

Pequeño asesino

Cuentan las crónicas de los principales diarios europeos, que aún replican la historia regularmente debido al impacto que sigue causando, que Young fue impulsado por su padre a los 13 años para seguir en su camino gustoso del aprendizaje de la química comprándole un juego que tenía que ver con experimentos, mezclas, elementos y demás. En aquel entonces el niño comenzó a comprar antimonio y algo de arsénico. Dicen que simulaba mayor edad y por eso los químicos locales le vendían las extrañas sustancias.

Ya con 14 años (1961) Graham comenzó a experimentar con su familia. Estaba fascinado con los venenos y utilizaba belladona y antimonio que mezclaba con los alimentos para observar los efectos que producían en su padre, madrastra y hermana durante las comilonas de mañana, tarde y noche. A veces, él mismo se envenenaba pues olvidaba en qué platos había hecho uso de sus dotes de científico “maligno” y no le quedaba de otra que experimentar las nauseas, calambres y vómitos que lo llevaban a la cama, junto a su familia, por días.

Finalmente, la tragedia se asomó a la puerta de la no tan apacible familia Young un 21 de abril de 1962 cuando el patriarca encontró a su querida esposa retorciéndose de dolor en el jardín de su casa, con espuma en la boca, en clara agonía.

Aunque la mujer fue trasladada a una moderna clínica inglesa los galenos poco pudieron hacer y en la noche dictaminaron que había muerto por un prolapso de un hueso espinal, aunque investigaciones posteriores demostraron que había desarrollado una tolerancia al antimonio (de tanto consumirlo), lo que despertó sospechas que no llegaron a buen puerto pues el cuerpo de la señora Young fue finalmente cremado.

Poco después el ya no tan pequeño Graham confesaría que, en su primer crimen, el de su madrastra, había utilizado talio pues se había percatado que el antimonio que le suministraba ya no le hacía nada. Young tenía 15 años cuando cometió su primer asesinato.

Camino hacia el último aliento con olor a veneno

En el funeral de la mujer se repartió el tradicional y bien acogido café que a la mayoría de los presentes provocó náuseas y malestares en los músculos. El pequeño Young no descansó ni en el evento de despedida de su madrastra y su padre empezó a sospechar, más aún cuando las náuseas, vómitos y calambres lo empezaron a atacar con mayor fuerza durante todo el día. ¿Sería el pequeño químico y sus experimentos, velados para los demás, los culpables?, se preguntaba.

Fue en el mismo año en el que murió su madre cuando el señor Young tomó una de las decisiones más difíciles de su vida: mandar a su hijo al psiquiatra quien, tras una primera evaluación, decidió llamar a la policía debido a una “serie de confesiones perturbadoras”.

Tras ser detenido y con toda la sangre fría que quizá había aprendido de los libros que leía sobre Hitler, Graham confesó su intención de querer asesinar a su padre y hermana, además del asesinato de su madrastra por lo que, sin más preámbulo, fue condenado a quince años de reclusión en un psiquiátrico, condena que se redujo considerablemente pues la “avanzada ciencia” de ese entonces permitió determinar que tras nueve años de terapias había sido curado.

Lo que bien se aprende, nunca se olvida

Young salió de prisión una fría tarde de 1971; tenía 24 años y contra todos los pronósticos fue alojado por su hermana que, dicho sea de paso, sentía una extraña fascinación por aquel ser que mató a su madrastra, una mujer con la cual ninguno de los hermanos se llevó bien.

Fue en un laboratorio fotográfico, a donde había llegado a solicitar trabajo con todo y su carta de antecedentes penales, que el destino del ya no tan pequeño asesino quedaría sellado para toda su vida.

En su lugar de trabajo, ubicado en Bovingdon, Hertfordshire, no muy lejos de la casa de su hermana, los compuestos químicos y sus olores abundaban, lo que despertó en él la locura, la fascinación, que había sentido cuando niño y que según los doctores habían eliminado por completo.

Aprovechando el vasto cóctel con el que contaba, que incluía el letal veneno conocido como talio, el joven se dio a la tarea de ser el encargado de organizar la tradicional costumbre inglesa que perdura hasta nuestros tiempos: la hora del té, cuya infusión él mismo preparaba.

Por supuesto los calambres, nauseas y vómitos se apoderaron del todo el personal de la entonces pujante empresa fotográfica, a tal nivel que los servicios de salud atribuyeron los malestares, erróneamente, a un ataque de un virus conocido localmente como bovingdon.

Pasaron varias jornadas similares en las que los trabajadores, férreos ingleses, no perdonaban la hora del té, hasta que la muerte, esa cuyo tufo apestaba a talio, se hizo presente y se llevó a uno de los trabajadores llamado Bob Egle, quien tenía 51 años y cuya causa de deceso fue determinada por los médicos como “una neumonía”. Las sospechas no se elevaban, ni por la mínima altura, contra Young.

Fue hasta meses después, en el mismo año en que fue liberado, que la muerte de otro compañero llamado Fred Biggs, la tercera víctima de quien posteriormente sería bautizado por los medios de Gran Bretaña como “El envenenador de la taza de té”, generó sospechas.

La muerte de dos trabajadores de la empresa fotográfica en tan poco tiempo puso en alerta a las autoridades policiacas y sanitarias, quienes no tardaron en indagar en los archivos y descubrir que Graham tenía serios problemas desde su niñez y que su afición al veneno había derivado en la muerte de su madre.

Cuando Young fue detenido en su departamento le encontraron una buena dosis de talio, antimonio (su favorito) y aconitina. Era el inicio del final de una trágica carrera que culminó con su muerte a los 42 años, en 1990, en su celda del centro penitenciario de Parkhurst. La causa de su deceso: un infarto, aunque según los escritos de la prensa amarillista de la época -esa que perdura -, el envenenador fue asesinado por otros internos.

¿Homenajes?

Sobre la vida de Graham Young existen en el mundo dos obras, una cinematográfica y otra musical.

En 1995 vio la luz una película: “The Young Poisoner’s Handbook”, dirigida por Benjamin Ross y cuyo papel principal recayó en Tobias Arnold, quien se dio a la tarea de recrear la vida del famoso asesino serial que comenzó su periplo a los 14 años envenenando a toda su familia.

En el plano musical – y no podría ser diferente -, una banda de metal llamada Macabre escribió “Poison”, canción que versa en su totalidad sobre los crímenes que cometió Young. La rola forma parte del álbum “Murder” (2003).

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