La historia del perturbado doctor Ishii y sus atroces experimentos con humanos

Poco le importaba la dignidad de las personas al doctor japonés Shirō Ishii quien provocó las más temibles infecciones bacteriológicas en ellas, además de amputarles miembros, congelarlos y cambiarles órganos vitales de sitio

Uno de los doctores más perturbados que existió en la historia de la humanidad fue el japonés Shirō Ishii, jefe del temible Escuadrón 731 que se caracterizaba por realizar horrendos experimentos con prisioneros de guerra.

El médico Ishii desarrolló su carrera en el ejército de Japón después de que, fascinado por los efectos de la guerra biológica y química durante la Primera Guerra Mundial, iniciara sus investigaciones en torno a los efectos bacteriológicos en los seres humanos.

En 1932 inició sus experimentos sobre la guerra biológica, con el objetivo de ponerlos en práctica durante la Segunda Guerra Sino-japonesa (1937-1945) y la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), siendo nombrado después jefe de la sección de Guerra Biológica del Ejército de Kwantung.

EXPERIMENTOS ATROCES

El doctor Ishii, quien se graduó con honores en la Universidad Imperial de Kyoto, era un ser trastornado. Su interés cuasi enfermo por el ser humano y su grado de resistencia a las más diversas enfermedades lo llevaron a realizar experimentos francamente horripilantes.

En 1942, en la sede del Escuadrón 731, en las afueras de la ciudad tomada por el ejército de Japón de Harbin, China, el médico elegía entre prisioneros de guerra lo mismo niños que mujeres embarazadas, ancianos y bebés para probar su resistencia a los más diversos virus, operaciones, mutilaciones, entre otros “experimentos”.

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A las personas les inyectaba toda serie de virus y bacterias para observar y estudiar su desarrollo y la reacción del cuerpo a las mismas. Entre su arsenal se encontraban la peste bubónica, cólera, fiebre tifoidea, tuberculosis, sífilis gonorrea, disentería y viruela… Todos morían después de una agonía larga y dolorosa.

DISECCIONES Y CAMBIOS DE ÓRGANOS

Las inyecciones letales de virus y bacterias eran los experimentos más sencillos. Entre las curiosidades del doctor Ishii se encontraban el descubrir qué tanta resistencia tenía el cuerpo humano a, por ejemplo, el fuego, los rayos X, la deshidratación y el cambio de órganos.

El doctor, junto con su séquito de aprendices y cómplices, sometía a los prisioneros de guerra chinos a lanzallamas, dosis de rayos X y deshidratación, además de que les inyectaba sangre de animales y les cambiaba órganos de lugar.

Una de las operaciones más terroríficas que acostumbraba a realizar era la extirpación de estómago para unir directamente el esófago al intestino. Nunca se tuvo claro qué fin tenía la cirugía en la cual, inevitablemente, todas sus víctimas murieron.

Otro se de sus “famosos” experimentos era el de congelar personas, a las que llamaba troncos, para medir su resistencia al frío y después intentar reanimarlas.

MILES DE MUERTES Y EL CASTIGO QUE NUNCA LLEGÓ

Durante la guerra Sino-japonesa, en 1942, el mortal Escuadrón 731 implementó la guerra bacteriológica en ciudades de China en donde aviones lanzaban miles de pulgas con la bacteria que causa la peste, con las consecuencias letales posteriores.

De la misma manera, infectaron agua y comida con virus que el doctor Ishii preparaba personalmente. Se ha calculado que este tipo de guerra causó la muerte a 200 mil personas, aunque las cifras son realmente imposibles de corroborar.

En el caso de las torturas y experimentos que realizaba el doctor Ishii, se calcula que provocaron la muerte de 12 mil personas, todas de origen chino.

Cuando la Segunda Guerra Mundial finalizó, en 1946, el doctor Ishii y varios miembros del temible Escuadrón 731 fueron capturados y enjuiciados por un tribunal de la Unión Soviética y después por uno de Estados Unidos cuyo veredicto dejó al mundo entero anonadado.

El doctor y varios de sus secuaces fueron absueltos de los crímenes de lesa humanidad debido a que colaboraron con Estados Unidos develando sus descubrimientos de los atroces experimentos que realizaban pero, sobre todo, de la guerra bacteriológica, esa que desataron en China.

Ishii murió en 1960, a los 67 años, por cáncer de garganta. Su hija, Harumi, aún narra cómo su padre se volvió un “ser bondadoso” que montó un consultorio en Japón en el que atendía de manera gratuita a todos los pacientes siendo sus favoritos los niños.

Existe un diario de Ishii, sin embargo, en él nunca se refirió a sus atroces crímenes de guerra y sí al proceso que lo llevó a convertirse en un fiel cristiano y benefactor de los que más necesitaban.

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