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Acabados están los días en que los confines más allá de la Tierra eran vistos solamente en términos de rivalidad entre las dos súper potencias de la Guerra Fría.
Hoy, son más los países que cooperan (o compiten) para llegar más allá de los límites en la exploración del Universo.
Tras el éxito de la misión del satélite New Horizons –la sonda espacial enviada por la NASA en 2007 para explorar Plutón–, después de ocho años de viaje y dos encuentros planetarios (con Júpiter en 2007 y, finalmente, con Plutón en julio pasado) por primera vez en la historia de la exploración espacial se tomaron imágenes del planeta enano y sus satélites.
Tras casi 10 años de viaje en el sistema solar, el New Horizons se encuentra en perfecto estado y, por ello, la NASA ha decidido extender su misión en el Sistema Solar y para dirigirlo a explorar el Cinturón de Kuiper.
Esta decisión tomada por la NASA es una gran noticia para la ciencia, pues ayudará a descubrir nuevas pistas para rastrear la respuesta de nuestros orígenes.
Pero, es también una demostración de sus intenciones por llegar cada vez más lejos en la conquista de lugares jamás tocados por el hombre.
Con un presupuesto anual de 18 mil millones de dólares, Estados Unidos no solo tiene la intención de reafirmar su hegemonía en la Tierra, sino también en el espacio, ya que la NASA tiene la capacidad de embarcarse en una aventura de tales dimensiones.
Una expedición de esta magnitud y distancia requiere de enormes habilidades desde la Tierra: tecnología para resistir condiciones extremas, la habilidad para poner en marcha un dispositivo en el espacio, instrumentos ultra sofisticados para poner a dicho dispositivo a viajar entre los planetas del Sistema Solar y, ante todo, la capacidad para mantener intacto el intercambio de comunicación entre los miles de millones de kilómetros que se interponen.
Otros países que han logrado hacerse de un espacio en el espacio (valga la redundancia) con presupuestos muchos más modestos, probablemente no podrían completar ni la cuarta parte de esta misión.
Pero, incluso sin la capacidad de competir contra el New Horizons, los programas espaciales de otros países –China, India, Israel, Irán, Japón, Rusia, Corea del Sur y la ESA (European Space Agency) –, ya han demostrado su capacidad para acceder a otras órbitas, donde aún queda mucho por descubrir y conquistar.
Retos para todos los países
Los gobiernos saben muy bien que al destinar un porcentaje de sus recursos económicos a la exploración del espacio aumentan su prestigio y fortalecen su influencia política, económica, militar y científica en la Tierra.
“Mientras más y más países reconocen estos beneficios, nos enfrentamos con diversos retos y oportunidades en el desarrollo de tecnología” señaló un reporte del Departamento de Defensa de Estados Unidos en el 2011.
“Pero, existen tres tendencias que definen el presente y el futuro de este ejercicio: el espacio esta cada vez más congestionado, disputado y competido”.
Actualmente, es en la órbita geoestacionaria donde los países afirman éste poder: desde donde opera la mayor parte de los satélites de comunicación. Este es el mismo lugar donde la Unión Soviética ubicó su Sputnik en 1957 y a donde, un año después, Estados Unidos lanzó el Explorer-1.
Al día de hoy, ya son mil 270 satélites de diferentes países los que operan desde esta órbita con fines militares, para la telecomunicación o para proyectos científicos.
Pero, esta carrera por la conquista del espacio, no solo viene de un interés imperialista impulsado por los gobiernos.
Un cambio fundamental ha ocurrido en los últimos años en el seno de esta competencia espacial, y es el surgimiento de bases no gubernamentales como la empresa SpaceX, fundada por Elon Musk, dueño de PayPal y Tesla.
Vida interplanetaria
El sueño de los humanos de un día poder viajar al espacio y vivir en otros planetas ha inspirado proyectos reales, y no solo novelas de ciencia ficción.
En el 2012, Falcon 9 –manufacturado en su totalidad por SpaceX–, hizo historia cuando logró depositar a la nave Dragón en la órbita correcta para su encuentro con la Estación Espacial Internacional (EEI) –un satélite del tamaño de una estadio de futbol y, a la fecha, el único ejemplo de cooperación internacional en materia espacial–, y con eso, SpaceX se convirtió en la primera empresa comercial en visitar la Estación.
Desde entonces, ha realizado un total de tres vuelos a la EEI para traer y devolver carga para la NASA. Falcon 9, junto con la nave Dragón, fueron diseñados desde el principio para transportar a los humanos al espacio y en virtud de un acuerdo con la NASA, SpaceX está trabajando activamente hacia esa meta.
Actualmente, provee de alimento, agua y equipo a la Estación, donde cerca de 200 astronautas de 15 países se han alojado para la investigación científica.
Simbólicamente, la presencia de humanos tripulando una estación espacial es, por ahora, la única forma de colonización humana que puede haber sobre el Espacio. Pero, ¿hasta cuándo?
Objetivo: la Luna
Desde el año 1969, las agencias espaciales no han dejado de hacer esfuerzos para colonizar la Luna.
En 2013, China envió a Yutu, su primer robot equipado con instrumentos científicos de punta, que tenía como tarea analizar la compleja composición de la superficie lunar.
El siguiente paso para China después de Yutu, será enviar una máquina capaz de recoger muestras de esa superficie y traerlas a la Tierra en 2017.
Rusia, por su parte, planea enviar un convoy de vehículos para circular por la Luna y sus órbitas entre el 2020 y el 2030.
Y es que tanto China como Rusia planean trabajar en conjunto para analizar el subsuelo lunar con la esperanza de que, eventualmente, se pueda instalar una colonia humana.
Por supuesto, Estados Unidos no se queda atrás. La Luna es el nuevo destino para probar las capacidades de su nueva cápsula Orión, prevista para ser finalizada en el 2018, que será piloteada por astronautas.
Si las pruebas de Orión tienen éxito, se prevé hacer misiones para ir aún más lejos que la Luna: a Marte.
Odisea marciana
De acuerdo a Elon Musk –quien a través de SpaceX está desarrollando desde el 2001 diversos proyectos para instalar colonias humanas en Marte–, una primera expedición tripulada de SpaceX al Planeta Rojo podría tener lugar dentro de 10 o 12 años, periodo de tiempo en que la Tierra y Marte estarán más cerca.
Si la primera expedición resulta exitosa, unos años más tarde, los primeros viajes comerciales comenzarán y los boletos saldrán a la venta: 500 mil dólares cada uno, al principio, con el objetivo de instalar a 1 millón de personas en este planeta inhabitable.
El viaje sería bastante largo (alrededor de 200 días) y, salvo el altísimo riesgo de exposición a la radiación de los tripulantes, habría otros pequeños percances: 1) el aterrizaje en Marte, 2) sobrevivir en Marte, y 3) volver a la Tierra.
En una entrevista realizada el jueves pasado en “The Late Show” conducido por Stephen Colbert, Elon Musk explicó cómo, según él, era necesario proceder a “terraformar” el helado planeta rojo donde la temperatura promedio es de -63° C.
“Lo primero que vamos a tener que hacer es vivir en cúpulas transparentes, y eventualmente calentarlo para transformar a Marte en un planeta similar a la Tierra”.
Cuando Colbert le preguntó cómo hacerlo, Musk respondió: “existen dos maneras: la rápida y la lenta”, y continuó, “la manera rápida es bombardear Marte con armas termonucleares”.
Contrario a las declaraciones de Musk, la NASA se pronunció enseguida, en un comunicado que negaba la posibilidad de un bombardeo al planeta por estar “comprometidos a promover la exploración del Sistema Solar de una manera que proteja los entornos como existen en su estado natural”.
Y quizá quede mucha tecnología por desarrollar y estemos aún muy lejos de responder cuál será el futuro del turismo espacial, pero lo que sí sabemos es que una vez habiéndose agotado los recursos de la Tierra, destruidos por el cambio climático o una guerra nuclear, la humanidad tendrá una sola opción para sobrevivir al siguiente milenio: el espacio.