[kaltura-widget uiconfid=”38728022″ entryid=”1_u9r7grrn” responsive=”true” hoveringControls=”false” width=”100%” height=”75%” /] Como bien decía Gustavo Cerati en “Cuando pase el temblor”, hay grietas que a pesar de que no se ven, se perciben al interior. Las desgracias nos apartan de nuestros problemas más ínfimos y nos sacuden hacia otro eje.
Este tipo de introspecciones llegan cuando ocurren eventos catastróficos, como el del pasado 19 de septiembre en México. A casi un año de ese suceso, las lesiones siguen vigentes sin una cura emocional, aunque ya se haya mitigado el dolor aparente de las fisuras vividas en la urbanidad.
“Entonces, también vinculé, es decir, las emociones y las desgracias forman como un hilo invisible que de pronto muestra su costura”, comparte Andrés Neuman, en entrevista para Reporte Índigo.
Es justo con otra calamidad mundial que el autor argentino inicia Fractura, novela que toma el terremoto ocurrido en Japón, el 11 de marzo del 2011, que después deviene en el accidente nuclear de Fukushima. Ahí, Yoshie Watanabe, personaje principal de la novela, rememora el haber sobrevivido de manera presencial el doble ataque a Hiroshima y Nagazaki, 66 años antes.
“Otra cosa es que creamos que no nos afectó (…), pensemos en Chernóbil, que estaba en territorio ucraniano —diríamos hoy—, pero el país más afectado fue Bielorrusia”, argumenta Neuman.
Esta ficción que cimbra desde su inicio, remueve los recuerdos del pasado de Watanabe y quienes lo conocen, cuatro mujeres que lo identifican como un viejo amor en cada país que habitó durante su juventud hasta su vida adulta y con quien se comunicaron en distintos lenguajes, menos con el japonés.
“Fractura creo que es una novela que habla de la viralidad del ser humano, de todo lo más hermoso y lo atroz, la capacidad de destrucción y también de resiliencia, es como muy constitutiva de nuestra especie al parecer, hacemos todo lo posible por autodestruirnos, pero somos también maestros de la supervivencia”, dice el autor.
Los lenguajes secretos
Watanabe tiene hambre por despojarse de su terror vivido en la infancia, huir de ser una víctima de la hecatombe, por eso viaja a Francia, Estados Unidos, Argentina y España, donde constantemente se vuelve un escapista del pasado y comunicándose con sus parejas, con un precario idioma, logra una conexión intuitiva y emocional.
“¿Qué es la comunicación y hasta qué punto hay una gramática compartida en el orden de lo político y lo emocional? Es decir, hasta qué punto una sociedad puede entenderse (…), toda pareja o todo grupo de amigos va generando un léxico propio, así como cada persona tiene sus dialectos, su lenguaje personal, también cada grupo o cada pareja genera un código secreto, una pequeña tribu que habla un idioma que nadie más habla”, revela el novelista.
“En el paso de lo que tú dices a lo que yo entiendo, hay un salto en el abismo, pero ese salto produce también cultura que está llena de caídas en ese abismo de la incomprensión del otro”, acusa el argentino que radica en Granada, España.
El guiño con aroma a Eco
Neuman escribe al final de su libro las lecturas de investigación que lo impregnaron a lo largo de su escritura, que le tomó casi un lustro. Confiesa que dejó una fuera, pero asegura que está latente a lo largo de Fractura.
“Todo el tiempo estaba pensando en Las ciudades invisibles, de (Italo) Calvino, y llegando al final de esta novela —sin hacer spoiler— él (Watanabe) va empezando a pasar por pueblos fantasmas, por pueblos semi desalojados, un poco rulfianos y ahí la sombra, el fantasma de Calvino vuelve a aparecer”, se sincera el literato.
Esta no es la primera vez que Neuman utiliza el recurso Calvinista en su escritura, con El viajero del siglo —la cual ganó el premio Alfaguara, en 2009— el argentino se atrevió a crear una ciudad imaginaria que se mueve en el mapa y a los extranjeros les parece que deliran o que tal vez es su desconocimiento con esta urbe.
“Ese es un libro importante para mí, porque habla de la arquitectura de la imaginación y de la arquitectura imaginaria y esa posibilidad de fundar territorios que no existen, es tan propia de la literatura, que en ese sentido ese libro de Calvino es el libro de los libros, te muestra todo lo que se puede fundar, mundos enteros en un par de páginas”, aclara el escritor.
Sus imperdibles
Neuman recurre al cine y la literatura para encontrar su equilibrio e inspiración, enunciando a intelectuales de distintas culturas que le envuelven en la fascinación
Escritores
>Rosario Castellanos
>Jorge Luis Borges
>Virginia Woolf
>Federico García Lorca
>Reiner Maria Rilke
Cineastas
>Stanley Kubrick
>Luis Buñuel
>Michael Haneke
>Jane Campion
>Lars von Trier
Homenaje a la inmortalidad
Yoshie Watanabe está, en parte, inspirado en Tsutomu Yamaguchi, hombre que falleció meses antes de lo ocurrido en Japón, en 2011, y que fue la única víctima reconocida por el gobierno nipón que sobrevivió a las explosiones de Nagazaki e Hiroshima.
“Mi personaje no es directamente un trasunto de este Yamaguchi, sino que es la suma de muchos otros supervivientes, de otros lugares, pero la primera idea, la inspiración o el punto de partida, sí fue crearle un puente, digamos imaginario, extenderle la vida a este personaje, pero también inventarle trabajo y amores en países en los que Yamaguchi jamás vivió”.
La metáfora como narrativa
A Neuman le gusta utilizar las alegorías como método de sintaxis, además de que adornan con cierto toque poético su narrativa que se vuelve visual en la imaginación del lector.
“Creo que la simbología, las metáforas, todo lo que tiene que ver con los recursos poéticos, son atajos que ahorran muchas explicaciones y las vuelven innecesarias. Me gusta pensar en la novela contemporánea como una máquina que si necesita tomar del ensayo, de la historia, lo hace; si necesita un pasaje lírico lo toma, si hay una escena teatral la digiere perfectamente. Entonces, creo que una novela necesita tener los reflejos en guardia ante cualquier posible recurso expresivo”.