Las leyendas de Cortés: el oro, el árbol y la tumba

Las leyendas de Cortés: el oro, el árbol y la tumba

A 500 años de la llamada “Noche Victoriosa”, en la que Hernán Cortés presuntamente lloró a la sombra de un árbol, las leyendas alrededor del conquistador están más vivas que nunca

¿Es verdad que Cortés lloró a la sombra de un ahuehuete su expulsión de Tenochtitlán? Y si fue así ¿a dónde está ese ahuehuete?, estas y otras interrogantes son parte de las leyendas que envuelven al conquistador de México, Hernán Cortés.

El pasado 1 de julio se cumplió el 500 aniversario de una de las noches más amargas que cortés vivió durante la conquista de México.

El destino del oro que acumularon durante su estancia en el corazón de lo que ahora es la Ciudad de México, el destino de sus restos y qué relación tiene la conquista con el nombre de una de las avenidas de la CDMX completan otras de las interrogantes alrededor de esta figura histórica, cuyas hazañas están cargadas de prejuicios, misterio e incluso odio.

El Oro

El destino del oro acumulado por la expedición de Cortés fue un misterio desde la huida del grupo de Tenochtitlan, ocurrida entre el 30 de junio y el 1 de julio de 1520.

De todo el botín, que fue fundido por orfebres mexicas, un quinto fue reservado para el rey de España, el cual fue cargado en un caballo. El demás oro fue abandonado y otro tomado por soldados que se negaban a abandonar su riqueza acumulada.

Tras la llamada “Noche Victoriosa”, en la que los mexicas expulsaron a los españoles de Tenochtitlan, el destino del quinto del rey fue un misterio.

Cortés recibió a lo largo de su vida numerosas acusaciones de haber robado el oro que se comprometió a enviar a España, sin embargo, él siempre aseguró que no tuvo nada que ver en su desaparición.

Nada se supo del preciado tesoro hasta 461 años después, cuando a principios de marzo de 1981 una pesada barra de metal dorado apareció en las inmediaciones de la Alameda Central.

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Tras aplicarle diversos estudios y pruebas al lingote, se determinó que la barra de oro, calificada como de alto kilataje por expertos, pertenecía al llamado “Tejo de Oro”, como se denominaba a la riqueza acumulada por el conquistador español y sus hombres.

El primer indicio de que Cortés pudo haber dicho la verdad apareció durante la construcción de edificios que albergarían entes financieros de la nación, como el Sistema de Administración Tributario (SAT).

Una pieza de oro de 1 kilo 930 gramos fue presentada por el entonces presidente, José López Portillo, el 25 de marzo de de ese mismo año ante representantes de la prensa, a quienes les informó que se trataba de un pedazo de historia que databa de más de 400 años atrás.

Hoy, parte de este tesoro puede ser visto en las oficinas del SAT, ubicadas en avenida Hidalgo, que es la prolongación de la Calzada México- Tacuba, antes Tlacopan, por la que los españoles huyeron hacia lo que es la colonia Tacuba.

El árbol

Este misterio que rodea la huida de Hernán Cortés de Tenochtitlan tiene numerosas vertientes, pues los historiadores aún no determinan si realmente el conquistador lloró a la sombra de un árbol en la Calzada México- Tacuba o si este ahuehuete se encuentra actualmente en la colonia Popotla o en Tacuba.

La leyenda cuenta que tras la precipitada huida en medio de la noche del 30 de junio de 1520, en la que se perdió el oro que sería mandado a España, Cortés y sus tropas escaparon hacia la México- Tacuba, la calzada más antigua de la Ciudad de México en funcionamiento desde antes de la conquista.

Los españoles tomaron rumbo hacia esta vialidad, conocida entonces como Tlacopan, desde el área que hoy ocupa el Zócalo capitalino.

Una leyenda intermedia forjada durante este episodio cuenta que el capitán Pedro de Alvarado, causante del conflicto que ayudó al rápido deterioro de la relación entre españoles y mexicas, al verse imposibilitado a cruzar uno de los canales para ponerse a salvo de sus enemigos dio un salto tan alto, con ayuda de una especie de garrocha, que el tramo de Tlacopan en el que sucedió la hazaña recibe hasta hoy el nombre de “Puente de Alvarado”.

Tras ponerse a salvo de los mexicas, las tropas de Cortés desaceleraron el paso para contabilizar las bajas, según la leyenda esto sucedió a la altura de lo que hoy es la colonia Popotla, lo que provocó el quiebre del conquistador.

Según las crónicas de Indias, escritas por el soldado Bernal Diaz de Castillo, bajo el título de Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Cortés se sentó a la sombra de un ahuehuete a llorar amargamente su derrota y la pérdida de hombres en la huida.

Sin embargo, los defensores de la autenticidad de esta historia se dividen entre los que creen que el llanto del conquistador se dio en el árbol de Popotla y otros que sitúan esta acción un poco más lejos, en un ahuehuete que sobrevive aún en estos tiempos y que se ubica en la esquina de la avenida Marina Nacional y la calle Golfo de México, en Tacuba.

Según algunos historiadores, el final de la antigua calzada Tlacopan se encuentra en ese punto de la colonia Tacuba.

La tumba

Las hazañas del conquistador de México, Hernán Cortés, son conocidas de este y del otro lado del mar, las anécdotas que rodean a Cortés son misteriosas, pero lo es más aún la leyenda alrededor de sus restos y el emplazamiento de su tumba.

Después de 20 años de caída Tenochtitlán a manos de los españoles, sucedida en 1521, Hernán Cortés volvió a España, en donde habría de morir.

Fue en 1547, seis años después de su regreso a España, que Cortés falleció en Sevilla, en un palacio de Castilleja de la Cuesta, casa en la que residió desde su regreso a Europa hasta su muerte.

Es a partir de este momento que surge la leyenda, debido al constante movimiento de sus restos de su ubicación original.

Cortés fue inhumado en el monasterio de San Isidoro del Campo, en la cripta de la familia del duque de Medina Sidonia.

En su testamento Cortés cambió varias veces la ubicación en la que deseaba se quedara su cuerpo “por la eternidad”.

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Primero solicitó que sus restos se depositaran en la iglesia de Jesús Nazareno, en la Ciudad de México. Este templo se encuentra al lado del Hospital de Jesús, que perdura hasta nuestros días en el número 82 de la avenida 20 de Noviembre, en el Centro Histórico de la Ciudad de México.

Después cambió de opinión y pidió ser enterrado en un monasterio que construiría en Coyoacán, en donde poseía un palacete, sin embargo este no llegó a edificarse pues el conquistador partió a España para atender un juicio de residencia al que fue citado. 

En octubre de 1547, dos meses antes de su fallecimiento, ocurrido el 2 de noviembre de ese año, asentó en su testamento que prefería ser sepultado en la parroquia más cercana al lugar en donde muriera.

Tres años después del último suspiro de Cortés, en 1550, su cuerpos fue cambiado de sitio dentro de la misma iglesia de San Isidoro del Campo.

En 1566 sus restos cruzaron el mar para llegar hasta la Nueva España, en donde se inhumaron al lado de los de su madre y una de sus hijas en Texcoco, concretamente en el Templo de San Francisco. Ahí permanecieron hasta 1629.

Ese mismo año, su último descendiente directo, Pedro Cortés, falleció por lo que decidieron una vez más trasladar los restos del conquistador, junto a los de su vástago, al convento de San Francisco, en la CDMX.

Tras una remodelación de San Francisco, los restos se llevaron de la parte de enfrente del templo al fondo de este, en donde estarían por 78 años.

En 1794 las autoridades virreinales  decidieron darle eterno descanso en el sitio en el que el pidió yacer, por ello fue trasladado al templo de Jesús Nazareno, contiguo al hospital del mismo nombre.

Tras el movimiento de independencia, y su eventual triunfo, en 1823 un movimiento nacionalista obligó a las autoridades de México independiente a esconder los restos en la tarima del templo de Jesús Nazareno, tras una breve estancia en un mausoleo de la Catedral.

Más de 100 años después, en 1946, el presidente Manuel Ávila Camacho y su gobierno autentificaron los restos del conquistador después de sacarlos de uno de sus últimos escondites en el mismo templo de Jesús Nazareno y le dieron un lugar de reposo adecuado, además de instalar una placa en la que se lee “Hernán Cortés 1485- 1547”.

El actual deterioro y abandono de la iglesia hacen dudar de que los restos de Cortés, efectivamente, descansen en el sitio.

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