Las marcas de crecer en las calles

Los niños que viven sin un hogar tienden a ser agresivos y desconfiados debido a que los adultos que se les acercan buscan aprovecharse de ellos; un especialista recalca que esto puede cambiar si se les ofrece amor y seguridad
Fernanda Muñoz Fernanda Muñoz Publicado el
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Una infancia adecuada es parte fundamental para el buen desarrollo y la estabilidad de cualquier persona. Recibir soporte educativo y apoyo familiar, son piezas clave para que esto se logre; sin embargo, no todos tienen esa oportunidad.

“La calle no es un lugar amistoso, es un lugar donde propiamente eres ignorado. La actitud de la gente que pasa al lado de ellos es de tratar de no verlos, no sentirlos; porque duelen”
Óscar GaliciaDoctor en Psicología

De acuerdo con datos del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), existen 100 millones de niños y niñas que viven en las calles de todo el mundo, de los cuales 40 millones pertenecen a América Latina. Con edad de entre 10 y 14 años, son condenados a intentar sobrevivir en el único lugar que tienen disponible.

La organización sin fines de lucro destaca que estos niños viven en las calles luego de haber sido desplazados de sus hogares por la violencia, el abuso de drogas y alcohol, la muerte del padre o la madre, crisis familiares, guerras, desastres naturales, o simplemente por el colapso socioeconómico.

El doctor en Psicología Óscar Galicia, de la Universidad Iberoamericana, asegura que los niños que viven en las calles sufren un impacto en diferentes niveles, pues se está hablando de un periodo muy importante en el desarrollo de la personalidad del ser humano, de las estrategias cognitivas, mentales, y para resolver los problemas del mundo en un futuro: la infancia.

“Todo lo que aprendemos en la infancia es muy importante para nuestros procesos de socialización. Es donde nos enseñan a comportarnos como seres humanos y detectamos las reglas que tenemos que utilizar para convivir en paz con la sociedad”, destaca el también coordinador de la Licenciatura en Psicología de la Ibero.

En entrevista con Reporte Índigo, el académico detalla que desde que un infante va a la escuela, se ve reflejado el intento de las educadoras y de las madres por enseñarle normas sociales, las cuales se convierten en una forma de interacción con otros.

Las famosas frases de “no le pegues”, “comparte tus juguetes”, “está llorando, consuélalo” y “si lastimas, pide disculpas”, son simples instrucciones que, de acuerdo con Galicia, se van a convertir en estrategias de convivencia con el otro. Si un niño no recibe esa información social, no va a poder distinguir entre lo ético y lo inmoral.

“Eso va a tener que aprenderlo en un mundo terriblemente rudo, donde no hay piedad. La calle no es un lugar amistoso, es un lugar donde propiamente eres ignorado. La actitud de la gente que pasa al lado de ellos es de tratar de no verlos, no sentirlos; porque duelen”, sentencia el experto.

En ese sentido, Galicia resalta que el ser ignorado por una persona es claramente percibido, pues lo que necesitan los individuos es el reconocimiento y el aprecio social, el amor del otro, lo cual regularmente llega a través de los padres.

El niño que vive en la calle y que se ha criado en ella, no tiene un modelo, un fortalecimiento de sus afectos y, debido a ello, se convierte en un ignorante del amor, de la empatía y de la simpatía. “Nadie se lo ha enseñado ni se lo ha demostrado”

Además, desde el punto de vista cognitivo, el doctor en Psicología comenta que el niño que vive en la calle carece de un lenguaje nutrido, aspecto educativo que saca de la oscuridad de las cavernas a las personas, en general.

“Gracias a él, nuestro cerebro se organiza en términos de ideas, imágenes y pensamientos. Conforme más cultivado sea, más capacidad de abstracción tendrá para comunicarse con otros, para pensar cosas complejas e imaginar otras más profundas”, señala.

Cuando se priva a los niños de esa capacidad de comunicación con otros, de absorber ideas y conceptualizar al mundo de manera diferente, se limita mucho su posibilidad de opciones de pensamiento, también la cantidad de estrategias que van a tener para resolver los problemas del mundo se va limitando potencialmente.

Si la falta de un lenguaje nutrido se mezcla con el hecho de que en la calle no hay piedad, simpatía, seguridad y confianza, el resultado será el tener a una persona desconfiada, insegura y agresiva. “Y no tendrían por qué no serlo, para sobrevivir ahí, necesitas tener esas cualidades”, dice Óscar.

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El método de cambio

Aunque una persona aprendió a ser agresiva y desconfiada ante la sociedad por vivir en la calle, este modelo psicológico puede cambiar. Pero, primero que nada, debe detectarse si este individuo consumió, de manera frecuente, alguna droga.

“El no ser queridos, duele; el no tener qué comer, duele; el no tener un lugar para dormir, duele. A veces, el utilizar ciertas sustancias que no te permiten pensar ni sentir eso, forman parte de un escape casi lógico de una situación de miseria material y mental”
Óscar GaliciaDoctor en Psicología

Después de haber detectado alguna dependencia a las drogas, para mejorar la vida de un niño de la calle se le debe demostrar confianza y amor, dos claves para el equilibro psicológico, según cuenta el doctor Galicia.

Cuando alguien que fue maltratado e ignorado por los demás, logra amar a alguien, se facilita la entrada a prácticamente todos los demás procesos, como la educación, el trabajo y las normas sociales.

Para el doctor Óscar Galicia, el ver personas, en especial niños, viviendo en la calle, es una realidad que todos conocen, pero que pocos hacen algo para cambiar, pues se ciegan ante los problemas reales.

“Si queremos recomponer socialmente a este país, tenemos que voltear a ver todo lo que hemos marginado y que opinamos que ni siquiera forma parte de la violencia. Pensamos que sólo tenemos que preocuparnos por los capos de la droga o los huachicoleros y no, también lo tenemos que hacer por la población, por los excluidos y por los marginados”, recalca el especialista de la Universidad Iberoamericana.

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