Aldous Huxley, su último viaje entre la agonía y el LSD
El escritor Aldous Huxley, famoso por sus obras literarias Un Mundo Feliz y Las Puertas de la Percepción, decidió vivir sus últimos momentos en estado lisérgico al inyectarse 200 microgramos de LSD, pero, ¿por qué tomó esta decisión?
Victoria LópezAgonizante, frustrado, afónico. En su lecho de muerte, Aldous Huxley optó por viajar por última vez con una vieja amiga, recorrer ese último tramo entre coloridos fractales, con el tiempo disuelto y la capacidad neuronal al máximo, libre, tranquilo; con LSD.
¿Por qué tomó esta decisión? ¿Por qué aprovechar las últimas horas de su vida en estado lisérgico? Quizá Huxley entendió al LSD mucho mejor de lo que incluso estudios actuales han intentado.
La vida de Aldous Huxley fue un festín de viajes, amor, letras, misticismo y mucha, pero mucha imaginación, impulsada en parte por algunos psicodélicos como la mescalina y el LSD, viajes que aprovechó hasta el último instante, pues las experiencias que le dejaron estas drogas ocasionaron que escribiera uno de sus libros más famosos después de Un Mundo Feliz, o sea, Las Puertas de la Percepción.
El escritor británico nació el 26 de julio de 1894. Su entendimiento y reflexiones sobre el atemorizante futuro de los seres humanos, el adoctrinamiento y el uso recreativo de las drogas psicodélicas lograron hacer mella dentro del universo de los intelectuales y también de los más experimentales.
Después de viajar por la vida por 35 años con su esposa, Mary Nys, falleció de cáncer el hígado y como si de una maldición se tratara, años más tarde esta enfermedad también lo atacaría.
Un año después del fallecimiento de la primera señora Huxley, el escritor se casó con una violinista italiana, Laura Archera, quien la acompañaría en el último viaje de su vida.
Huxley combatió el cáncer de laringe pero luego de tres años el mal que le arrebató la voz al intrépido pensador, por fin lo venció un 22 de noviembre de 1963. Pero no, él no podía irse así tan fácil de este despiadado mundo.
El mismo día en el que el entonces presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, fue asesinado, el autor de La Isla, a través de recados, pidió a Laura le suministrara una dosis de ácido lisérgico; con esta petición, la esposa del soñador comprendió que no le quedaba mucho más tiempo a Huxley. Sin dudarlo, aunque temerosa, Archera inyectó 100 microgramos, una fuerte cantidad de ácido lisérgico, vía intramuscular a su esposo.
Efectos del LSD
Los efectos del LSD suelen activar la máxima susceptibilidad a aquel que está a punto de viajar; los colores se funden con otros, se vuelven más brillantes que nunca; los sonidos y las imágenes se distorsionan, las cosas dejan de ser como siempre se han visto, evolucionan, se transforman, se adaptan al pensamiento y al estado de ánimo en el que el viajero se encuentra; puedes sentir todo incluso aunque no lo toques; los pensamientos comienzan a seguir una secuencia, de pronto todo está ordenado, la situación, sea cual sea se hace más fácil de comprender: los sentidos explotan.
De acuerdo con los resultados de un estudio realizado en el Imperial College en Londres, en el que suministraron a 20 voluntarios placebos o 75 microgramos de LSD. A través de imágenes luego de escanear el cerebro de los participantes, se demostró que a aquellos a los que se les dio ácido lisérgico, elevaron su actividad cerebral, de tal manera que incluso podían “ver con los ojos cerrados”, es decir, que crearon imágenes sin dificultades y sin tener los ojos abiertos.
Los doctores Robin Carhart-Harris y David Nutt concluyeron que la droga logró que el cerebro de los adultos trabajara menos compartimentalizada, es decir, como trabajan los cerebros de los niños: “libre y sin restricciones”.
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El testimonio de Laura
En una carta enviada al hermano de Aldous, Julian Huxley, Laura cuenta cómo fueron los últimos días de la vida del escritor, aseguró que jamás quiso dejar de escribir y que hicieron lo imposible por conseguirle una grabadora a su medida para que pudiera dejar el rastro de su pensamiento.
“Hay tanto que quiero contarles sobre la última semana de vida de Aldous y particularmente sobre el último día. Lo que sucedió no sólo es importante para nosotros, sus cercanos y amados, sino que es casi una conclusión, aún mejor, una continuación de su propio trabajo. Por lo tanto, es de importancia para la gente en general.
Primero debo confirmarte, con completa y subjetiva certeza, que Aldous no había considerado conscientemente que podría morir, hasta el día mismo que murió. Inconscientemente estaba todo allí y serán capaces de verlo por ustedes mismos, porque tengo grabadas muchas de las observaciones de Aldous […]
Archera narra que el día de la muerte de Aldous, por la mañana, el escritor se encontraba inquieto, incómodo; “se sentía fatal, nada estaba bien, ninguna posición era la correcta”, pidió que movieran su cuerpo, sus brazos, sus piernas e incluso la cama para conseguir algo de calma.
De pronto, en algún momento de la noche, Aldous pidió la pizarra que ayudaba a comunicarse con su esposa, y escribió: “Prueba LSD 100 intramuscular”.
Fui rápidamente hacia la alacena de la otra habitación, donde estaba el Dr. Bernestein, en la TV acababan de anunciar el asesinato de Keneddy. Tomé el LSD y dije “Voy a ponerle una inyección de LSD, la ha pedido”. El doctor tuvo un momento de agitación, ya conoces muy bien la molestia respecto a esta droga en la mente médica, y dijo: “De acuerdo, llegados a este punto ¿cuál es la diferencia”. Sin importar lo que hubiese dicho ninguna autoridad, ni siquiera un ejército de autoridades podría haberme detenido entonces, fui a la habitación de Aldous con la ampolla de LSD y preparé una jeringa. El doctor me preguntó si quería que le aplicase la inyección él, tal vez porque vio que mis manos estaban temblando. Su pregunta me hizo consciente de mis manos y respondí: “No, yo debo hacer esto”. Me aquieté y mientras le apliqué la inyección mis manos estuvieron firmes. Entonces, de alguna manera, llegó un gran alivio para ambos.
La segunda dosis
Aldous consintió recibir una segunda dosis, la cual le fue suministrada media hora después del primer empujón. Fueron casi cuatro horas en las que el escritor estuvo consciente de que le quedaban un par de respiros más para encontrarse con la muerte. Su esposa lo acompañó hasta el final.
“De repente, había aceptado el hecho de la muerte, había tomado moksha, la medicina en la cual creía. Estaba haciendo lo que él había escrito en La Isla, y yo tenía la sensación de que estaba interesado, aliviado y tranquilo.
Le apliqué otra inyección y comencé a hablarle. Para entonces estaba bastante tranquilo y sus piernas se estaban enfriando, se podían ver las zonas cianóticas color púrpura subiendo cada vez más. Comencé a hablarle, diciendo “libre y ligero”. Algunas de estas palabras se las estuve diciendo las últimas semanas por la noche antes de dormir, y ahora lo decía con más convicción, de manera más intensa.
Desde las dos de la madrugada hasta el momento en que murió, que fue a las cinco y 20, hubo completa paz excepto por un momento.
La gente había estado intentando prepararme para las horribles reacciones físicas que probablemente ocurrirían. Nada de eso sucedió. De hecho, el cese de la respiración en absoluto fue un drama, porque sucedió de una manera tan lenta y tan suave, como una pieza musical acabando en un sempre piu piano dolcemente.
Se había estado yendo suavemente durante las últimas cuatro horas”, escribió Laura a Julian.
Los doctores y enfermeras que se encontraban con Aldous dijeron que fue la muerte “más serena y más hermosa imaginable”. Aseguraron que nunca habían visto a una persona en similares condiciones físicas, irse sin dolor y sin lucha. Así fue como terminó la vida de una de las mentes más brillantes del siglo XX, un escritor que buscó despertar mentes con sus ensayos y libros reflexivos, augurando un futuro nada prometedor para el mundo.