México en tiempos de ‘beatniks’
La cita era a las 10:30 de la mañana en su casa de Lomas de Chapultepec: el escritor y poeta Homero Aridjis nos recibe en su casa para conversar sobre su nuevo libro “Carne de Dios”, del sello Alfaguara.
Una señorita nos atiende y nos dirige a la sala de la casa, mientras nos preparamos para la entrevista. Y a las 10:30 en punto aparece el poeta descendiendo por las escaleras del segundo piso de la casa.
Andrea Montes Renaudhttps://www.youtube.com/watch?v=-3nWGbHmIH0
La cita era a las 10:30 de la mañana en su casa de Lomas de Chapultepec: el escritor y poeta Homero Aridjis nos recibe en su casa para conversar sobre su nuevo libro “Carne de Dios”, del sello Alfaguara.
Una señorita nos atiende y nos dirige a la sala de la casa, mientras nos preparamos para la entrevista. Y a las 10:30 en punto aparece el poeta descendiendo por las escaleras del segundo piso de la casa.
Homero Aridjis, quien fuera tres veces embajador en diferentes ocasiones para los Países Bajos, Suiza y la UNESCO, nos recibe con cierta familiaridad, comodidad y se muestra especialmente dispuesto con los cuatro desconocidos que ahí nos encontrábamos.
Lo primero que llama la atención es la pila de libros que hay sobre la mesa de la sala, y que numerosos Post-its separan unas páginas de otras. Alcanzo a leer de reojo mientras él se prepara: HOWL, Ginsberg, Burroughs, Kerouac, una revista Time que pareciera sacada de los años 50 con Fidel Castro en la portada y, entonces, comienzo la entrevista.
En su libro el autor nos ofrece el testimonio real sobre María Sabina, una sacerdotisa oaxaqueña. Así como la cosmovisión del México de finales de los años 50.
Parte del libro transcurre entre cerros, cuevas, montañas, manantiales y ríos habitados por los señores de la tierra, en una cultura que había sobrevivido a través de los siglos hasta llegar a María Sabina.
Los cerros de Huautla (Oaxaca) tenían un paisaje muy particular en los tiempos de María, y ella es la heredera del lenguaje de esa cultura natural: María no sabía hablar, ni escribir español, solo hablaba el mazateca. Hablaba eso, y la lengua de los dioses.
Ella tenía un culto al lenguaje, pero el lenguaje solo aparecía cuando consumía los hongos, y Carne de Dios, era el nombre de ése hongo sagrado que la hacía hablar.
La primera vez que María Sabina consumió hongos alucinógenos lo hizo por hambre. Después, por chamana. Pues la pobreza marcó la vida de María Sabina: ésa la había heredado de sus padres, y ella la heredaría a sus hijos. Así, descubre también su talento para finalmente morir siendo una leyenda.
“Yo conocí a María Sabina hace muchísimos años atrás. Pero antes de conocerla en persona, ya conocía su leyenda”, dice el escritor.
Inducida por el éxtasis a un trance, María Sabina también predecía, adivinaba y curaba, como si la escena hubiese sido sacada del mito de la Sibila de Delfos. Para Aridjis, María Sabina fue la mejor poeta visionaria del siglo 20 en el continente americano.
En “Carne de Dios” conviven ficción y realidad. Los del libro son personajes que Homero Aridjis conoció personalmente empezando, desde luego, por María Sabina, y los beatniks.
“A los 18 años conocí a los poetas de la Generación Beat que llegaron desde San Francisco y Nueva York a la Ciudad de México en los años 50”, señala.
Y agrega que fueron personajes que vivieron “una cultura muy intensa. Conocí a personajes como Allen Ginsgerg y Lawrence Ferlinghetti. Y mientras yo tenía el dinero justo para mis libros y comida, ellos gastaban el suyo en drogas, prostitutas y alcohol”.
Abrir las páginas de este libro es abrir una puerta a esos años del México conservador, donde el círculo intelectual estaba lleno de señoritos de alta sociedad, y frente a los cuales los beatniks, recién llegados de una sociedad de consumo, resaltaban por ser personajes totalmente irreverentes que chocaban con el entorno mexicano.
“Cuando me fui de Michoacán, a finales de los años 50, me encontré con un movimiento literario en efervescencia. Ya estaban Juan Rulfo, Juan José Arréola, Octavio Paz. Y también había un movimiento pictórico y plástico que lo complementaba, ahí estaban Leonora Carrington, Remedios Varo, y una relación estrecha entre los movimientos artísticos europeos y México”.
“Para los beatniks, el nuestro era un país que representaba la libertad social y cultural, que tenía sus represiones, desde luego, pero muchos venían de la Guerra de Corea, por otro lado, ya se estaba gestando la guerra de Vietnam y todavía se sentían los estragos de la Segunda Guerra Mundial”.
La relación entre poesía y narrativa en ‘Carne de Dios” se encarna en el personaje mismo de María Sabina al hablar el idioma del oráculo: cantos inspirados por el hongo sagrado y dichos en verso.
“Yo la conocí a través de su leyenda. Un banquero neoyorquino que se llamaba Robert Gordon Wasson tenía una fascinación por los alucinógenos y mucho interés por rastrear los orígenes del éxtasis entre las diferentes comunidades indígenas del mundo. Fue así como encontró a María Sabina, y él la popularizó en Estados Unidos”.
Gente de todo el mundo venía en busca de la chamana para conocer los efectos de las alucinaciones, o bien, curarse alguna aflicción.
No es casualidad –y esto habla de las deficiencias de nuestro México– que los cantos de María Sabina no se tradujeron del mazateco al español, sino del mazateco al inglés primero.
Al mismo tiempo, la novela hace una crítica social clara, y denuncia la pobreza y condiciones de explotación a las que se somete a la población indígena.
Este mensaje de denuncia social indigenista habla sobre los mecanismos de discriminación en México como una incapacidad de los mexicanos de conciliar con la realidad de sus orígenes: el indígena es siempre el pobre y el explotado. Y así como muchos, María Sabina también nació, vivió y murió pobre y enferma.
“En este país el indígena es pobre y es explotado. Nosotros los ambientalistas vemos al indígena como ese ser que entendió el lenguaje de la naturaleza, y sin embargo se les mata, se les explota, y más recientemente, también se les acusa injustamente de ser narcotraficantes”, dice Aridjis.
“Hay muy poco reconocimiento al trabajo de los indígenas. Yo en una ocasión ayudé a María Sabina. La traje a un centro médico de la Ciudad de México para que la atendieran. Cuando llegamos, no la querían admitir porque no pertenecía a la Confederación Nacional Campesina y no tenía credencial del PRI”.
Y es que, para Aridjis, la relación entre la vida, la política y la poesía están interrelacionados y la literatura la utiliza como un medio, más que como un fin, para ello se sirve de los aforismos de tipo social como: “Para empezar a acabar con la pobreza extrema, debemos empezar a acabar con la riqueza obscena”.
“Han habido grandes poemas de índole político y sociales en la historia de la literatura, ahí tenemos el trabajo de William Blake. Yo mismo en mis poemas, he tratado de hacer a esas tres cosas convivir: vida, política y poesía, para poetizar en lo posible los horrores de las ejecuciones en México en los últimos años. Sin ser muy gráfico, pero tratando de encontrar una posibilidad de lo macabro, y de los valores del horror en México”, puntualiza el escritor.
Laboratorio de creación
Para Homero Aridjis la poesía habita en el espíritu. Su laboratorio de creación está en su despacho y en él mismo.
“Yo vivo en un estado de poesía constante, porque estoy siempre preparado para recibirla, y convivo diariamente con ella”, dice.
Y sobre las afirmaciones que se han hecho a lo largo del siglo 20, acerca de que la poesía ha muerto, o que son malos tiempos para leerla, prefiere responder que los que han muerto son, más bien, aquellos que la escriben mal. “Pues lo mismo han dicho de la novela, ha habido muchos novelistas muy dudosos que han afirmado que la novela ha muerto. Y es absurdo”.
Aridjis es un poeta que empezó a escribir después de las vanguardias. Creció leyendo sobre el surrealismo, el creacionismo de Vicente Huidobro, el dadaísmo, y todas las demás vanguardias europeas, pero siempre ha nadado contra corriente. Para todos los que lo catalogan como surrealista, él afirma no serlo.
“Un día presenté una obra de teatro que se llamó ‘Moctezuma’ y vino Luis Buñuel a verla. Al terminar la obra, Buñuel me hizo un elogio que no me lo esperaba: ‘eres un gran poeta porque tu obra es surrealista’. Y yo le respondía: ‘Don Luis, discúlpame, pero yo no soy ningún poeta surrealista’. Él me respondió: ‘Hombre, acéptalo de igual manera, porque para mí, decírtelo es el mejor de los elogios’”.
Delirio de destrucción
“Las generaciones futuras nunca comprenderán nuestro delirio de destrucción de la naturaleza. Y lo vemos aquí mismo en la Ciudad de México en donde en el nombre del desarrollo se destruyen las culturas y los ambientes sociales. Esperemos que se logre algo con la Cumbre del Cambio Climático recién celebrada en París”. Empezando por higienizar el lenguaje sobre este tema (…)”, dice Homero.