Monte Albán: Cuando Alfonso Caso halló ‘la tumba más importante de América’

Con sus propios recursos y el de algunas instituciones, Alfonso Caso viajó a Monte Albán en 1932 con un gran objetivo: excavar la Gran Plaza Norte y estudiar los signos de las estelas zapotecas.
Indigo Staff Indigo Staff Publicado el
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Con sus propios recursos y el de algunas instituciones, Alfonso Caso viajó a Monte Albán en 1932 con un gran objetivo: excavar la Gran Plaza Norte y estudiar los signos de las estelas zapotecas, sin embargo, el hallazgo maravilló al mundo y puso a México en el foco. 

El arqueólogo dejó su natal Ciudad de México para adentrarse, junto a su colega italiano Guido Valeriano Callegari, a esta región donde se habían hallado algunas ruinas de los zapotecas.

Mientras reunía a un grupo de científicos para iniciar la excavación, solicitó al gobierno de Oaxaca una carretera para acceder al monte.

Este grupo selecto estaba integrado, entre otros, por Martín Bazán, Juan Valenzuela, Eulalia Guzmán, Ignacio Marquina y la esposa de Caso, María Lombardo.

Alfonso, quien más tarde se convertiría en rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), se desanimó al encontrar varias tumbas que fueron saqueadas, sin embargo, los elementos de una de ellas lo intrigó. 

De acuerdo con las historia, Caso y su esposa volvían de Oaxaca cuando su compañero Valenzuela los recibió con un collar de jade en el cuello.

El gran hallazgo se había conseguido en aquella tumba: el trío de arqueólogos ingresó al lugar y encontró tres orejeras de jade y un caracol de mar que funcionaba como trompeta.

Valenzuela y Caso entraron a la tumba a través de un pequeño hoyo que se abrió, iluminaron el hueco de la tumba y se toparon con el tesoro.

Buscaron un recipiente para sacar los preciados objetos: cuando salieron del lugar, cargaban consigo 35 piezas de oro.

Hallaron un cráneo humano forrado de turquesas, brazaletes de oro y plata, pectorales, pechos y brazos descarnados, uñas postizas, anillos…

Trabajaron a vapor, hasta las hijas de Ignacio Marquina y del propio Caso trabajaron incansablemente para limpiar y medir cada una de las piezas.

Incluso, Caso decidió portar una pistola para protegerses de un posible saqueo ante el impactante hallazgo. 

El periodista e historiador mexicano, Fernando Benítez, lo narró así:

A las 6 de la mañana el joven arqueólogo abandonó la tumba. Todavía seguía impregnado con el olor dulzón y caliente de la lámpara de gasolina y respiró con delicia el aire fresco del amanecer (…) A sus pies se extendía abrupto el cementerio de los zapotecos -cementerio viejo de 18 siglos que acababa de entregar uno de sus turbadores secretos: la tumba más rica del continente americano (…) No, no estaba soñando. Tenía en las manos una caja de zapatos en la que había colocado sobre algodones 35 grandes joyas de oro y de su memoria no podía desvanecerse la visión de aquella tumba ruinosa, invadida por el polvo y las piedras caídas de la bóveda, donde centelleaban las orejeras de cristal de roca, los huesos de jaguar labrados con escenas históricas, los jades, las copas transparentes de la más pura forma.

Era hora de mostrar al mundo el gran descubrimiento. El 13 de enero de 1932 Alfonso Caso lo anunció así en un telegrama: “Descubierta tumba más importante América, enviaré detalles. Alfonso Caso. Arqueólogo”.

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