Películas sobre desastres en la nieve o personas perdidas en montañas congeladas suelen mostrar a los que se quedan en el camino de la misma forma: con el pelo, las cejas y el cuerpo cubiertos de hielo.
Estas imágenes han contribuido a la creencia de que es posible congelarse y morir por ello, pero la temperatura corporal necesaria para perder la vida es mucho más alta que los cero grados requeridos para congelarse: 21 grados centígrados.
Las temperaturas extremas en los lugares afectados por el vórtice polar en Estados Unidos han puesto el tema de moda. Y las autoridades alertan que es necesario protegerse del “frostbite” (congelamiento de ciertas partes del cuerpo como dedos, orejas o nariz) y ese es un peligro real. Pero para entenderlo debemos explorar los mecanismos de defensa del cuerpo humano contra el frío.
El descenso en la temperatura del cuerpo es muy peligroso. De hecho, 37 grados centígrados es la normal y a partir de 35 grados se considera hipotermia leve. La hipotermia se da cuando el cuerpo pierde calor más rápido de lo que puede producirlo, por lo tanto el riesgo de morir es inminente.
Conforme los números bajan, el peligro aumenta. Según Livescience, a los 33 grados se puede sufrir amnesia, a los 28 se pierde la conciencia y a los 21 se llega a la hipotermia profunda, cuando se puede morir.
La temperatura más baja que ha soportado alguien sin perder la vida ha sido de 14 grados, muy por encima de la congelación.
Pero las consecuencias de estar expuestos al frío comienzan mucho antes. Para mantener los órganos calientes, el sistema circulatorio deja de enviar sangre a partes no vitales del cuerpo y estos se enfrían, poniéndonos en riesgo de sufrir “frostbite”.
El tiempo de exposición necesario para esto varía según la temperatura y la velocidad del viento, pero la disminución en la cantidad de sangre enviada a una parte del cuerpo puede notarse por un hormigueo o pérdida de sensibilidad.
Frío y resfriado ¿van de la mano?
Desde siempre, las madres y abuelas advierten a los pequeños (y no tan pequeños) sobre los peligros de exponerse al frío, andar sin zapatos por la casa o salir sin bufanda.
Pero según la doctora Sorana Segal-Maurer, del Queens Hospital en Nueva York, y el doctor Brian P. Currie, del Montefiore Medical Center, las bajas temperaturas no causan, por sí mismas, esta enfermedad.
A pesar de ello, es cierto que nos enfermamos con más frecuencia en la temporada invernal y hay una buena razón para eso. Como hace frío, nuestro comportamiento cambia y nos pone en un riesgo mayor.
“Cuando el clima se enfría nos refugiamos en interiores, y ahí el aire se recicla”, explica Segal-Maurer, “además de que estamos en constante contacto con otras personas y sus virus”.
La doctora destaca que el aire más seco y frío ocasiona que las mucosas en el cuerpo pierdan humedad y dejen de fluir, de forma que los virus que están instalados en ella tienen tiempo para desarrollarse y provocar enfermedades.
Entonces, todos somos susceptibles a resfriarnos, por muchas capas de ropa que nos pongamos encima.