Albert Camus decía que “el otoño es una segunda primavera, cuando cada hoja es una flor”. Esas hojas pintan de fuego y oro las calles, avenidas y callejones; en los senderos donde no habitan los puestos ambulantes, sus restos crujen con los pasos de los caminantes, decoran el paisaje de los deportistas y anuncian la llegada de una nueva estación.