Para el escritor Carlos Franz (1959) –nacido en Ginebra, pero de nacionalidad chilena–, lo más difícil a la hora de concebir una historia de amor es evitar los lugares comunes.
Y es que, para el ganador del premio de la Bienal de Novela Mario Vargas Llosa, por su más reciente obra “Si te vieras con mis ojos” (Alfaguara, 2016), el amor –después de la muerte–, es quizá el tema más recurrido desde que existe la literatura.
Se han escrito historias de amor de todos los tipos posibles; entonces, ¿cómo contar lo mismo, pero de otra manera?
Para él, el recurso más viable fue el de dar una forma nueva a la obra; ésa que, para Franz, recae en el lenguaje. “Creo que el desafío de mi historia de amor fue darle una forma nueva a la estructura del lenguaje, ahí encontré la originalidad”.
Obra ganadora
“Si te vieras con mis ojos” ganó el premio a la mejor publicación de los últimos dos años en todo el ámbito del idioma español.
Pero el premio se lo dieron a la obra, y no a él, reitera Franz. “Pues la obra tiene cierta independencia del autor, porque no es enteramente ficción. La obra tiene cierta vida propia: ella es la que ganó el premio, y yo me alegro por ella”.
Y es que según el chileno, nunca se siente seguro de si será capaz de escribir un libro como el que él ambiciona. “Y por otro lado, siento que el hecho de que una novela como ésta, tan anómala en el panorama de la narrativa latinoamericana contemporánea y que no sigue ninguna de las modas vigentes, haya sido reconocida por un jurado de destacados críticos internacionales. Eso es un gran respaldo”.
‘Incomodando’ al lector
La historia está narrada en segunda persona del singular. Un recurso difícil que, implícitamente interpela al lector, pero que además, hace que la obra tenga más valor artístico. Y en la cual, la óptica y el juego de miradas tomaron un papel importante, no sólo para dar título a la obra, sino también a nivel formal.
“La segunda persona es una mirada oblicua que produce una implicación con el lector: cuando la historia está contada desde el tú, y no desde el yo, el lector es interpelado y eso produce una incomodidad que disfruto”.
La obra de Franz retoma la apasionada historia de amor que hubo entre el pintor alemán Moritz Rugendas y Carmen Arriagada, una de las primera escritoras chilenas del siglo XIX.
La inspiración de una realidad
Sin ser una obra histórica, el escritor se interesó en esta historia real después de que su madre le regalara un libro con la biografía de Rugendas, el pintor alemán, conocido por sus pinturas de paisajes y escenas cotidianas de la vida de varios países latinoamericanos durante la primera mitad del siglo XIX.
Un texto de dós décadas
“Tenía ganas de escribir una historia de amor, pues me parece un desafío importante para un novelista. Y en su biografía encontré el relato de esta pasión adúltera entre el pintor alemán y esta mujer casada, Carmen Arriagada”.
Según el escritor, lo que hacía atractiva esta historia era que ocurría en el “fin del mundo”: en el Chile de hace dos siglos. “Un país que no sólo era lejano geográficamente, sino que estaba también en la lejanía cultural”.
Y ahí estaba Carmen Arriagada, una mujer culta, inteligente, políglota y muy sensible que de pronto, como un milagro, encuentra a un hombre que de ningún otro modo hubiera podido encontrar en la sociedad de su tiempo.
“Me pareció una historia muy conmovedora que empecé a documentar desde mediados de los años 90, y durante casi 20 años tomé apuntes sobre esta historia.
“Pues el período que a mí me interesa en esta novela, es uno muy fascinante, y lo es también para toda Latinoamérica”.
En medio de la lucha
El período al que se refiere Franz ocurre inmediatamente después de los movimientos de Independencia: un momento de anarquía y, a la vez, de grandes esperanzas, pero de mucha confusión.
“Y es en esta confusión, en donde se producen las cosas más interesantes. Porque hay un vacío de poder político, que es también un vacío social y sexual. Las costumbres cambian, los moldes se rompen, las personas se liberan. Y ese fue un momento fascinante para situar una historia como ésta”.
Pero su motivación principal era escribir una historia de amor, y no una biografía. “Yo quería reflejar ciertas experiencias mías. Me gusta partir de experiencias personales, aunque las disfrace con otros personajes”.
Y es que, ésta es una historia que explora no sólo el amor, sino también su naturaleza y por eso hay una discusión filosófica sobre el tema: ¿cuál es esa naturaleza?, ¿la pasión puede durar sin desnaturalizarse?, ¿el amor se convierte en otra cosa? Y, ¿si el amor duradero está condenado a ser aburrido, y ya no merece ser llamado amor?
El placer de la tortura
‘La segunda persona es una mirada oblicua que produce una implicación con el lector: cuando la historia está contada desde el tú, y no desde el yo, el lector es interpelado y eso produce una incomodidad que disfruto’
Atrás de su novela se esconden dos maneras opuestas de mirar al mundo. Mismas que, ilustran muy bien los grandes debates que caracterizaron al siglo XIX: el pensamiento científico versus el espíritu artístico.
Estas dos posturas se encarnan en dos personajes, en el joven Charles Darwin y en el pintor viajero Rugendas, que se encuentran a mediados del siglo XIX en Chile. Distintos en todo, pero enamorados de la misma mujer casada, el metódico naturalista y el impulsivo artista se enfrentan y luchan por el amor de Carmen.
Pero su novela es también el registro de la vida de una mujer encerrada en la sociedad de ese siglo.
Y si bien, el escritor afirma no tener agendas ideológicas de ningún tipo en su novela, en el caso específico de Carmen le interesa el hecho de que es un personaje que se enfrenta a límites de todo tipo. Y, principalmente, al de la búsqueda de su libertad inmersa en un triángulo amoroso.
“El personaje puede lograrlo o no, pero sin duda ella aprende que se es más libre después de un gran fracaso. No siempre el caso de emancipación debe traducirse en romper un mundo”.
Del miedo a lo rutinario
Pues según el autor de la obra, para que Carmen pudiera llevar a cabo una emancipación total, debió haber dejado de ser hija de su época, para pasar a ser una mujer tan extraña que no hubiera sido plausible para el siglo en el que la situó.
“No: ella es arriesgada, pero tiene mucho miedo. Para Carmen, que es muy inteligente, lo primordial en su decisión de no abandonar a su esposo, no está la convención social o salvar su matrimonio. Lo primordial es que ella, en su relación con Rugendas, descubre que el principal enemigo de la pasión es convertirla en algo permanente. Si ellos se fugan juntos y constituyen un matrimonio, ambos temen que vaya a caer en una rutina tan aburrida como su matrimonio. Y entonces: ¿qué será preferible? ¿Esa rutina segura, o la gran pasión idealizada?”.
Un personaje de mucho mundo
Para el escritor, el personaje de Carmen no deja de parecerse al de Gustave Flaubert, salvo que para él existe una diferencia muy importante entre Emma y Carmen.
“Carmen es más culta que Emma Bovary. Curiosamente, y a pesar de estar encerrada en un pueblo en el fin del mundo, tiene una visión más amplia de la vida que la que tuvo Bovary”.
“A mi personaje le interesa la ciencia y la filosofía, cosa que a Madame Bovary no le interesaba especialmente. Emma es víctima de sí misma y de las condiciones de su época. Pero también de la literatura que lee. En este caso, Carmen es dueña de su destino, tan dueña que es ella la que cuenta la historia y, además, la cuenta como ella hubiera querido que hubiese ocurrido. Por eso recurro a la segunda persona. Porque ella pone palabras en boca del narrador, que mediante el recurso de la segunda persona, utilizo para personificar a Rugendas.
“Ella se pone en la perspectiva de él, y hace que él diga lo que ella concibe necesario que se diga y se muestre al lector”.
Catarsis de escritor
Es así como Carlos Franz reescribe la historia real y la convierte en un triángulo amoroso tomándose todas las licencias que creyó necesarias para contarla. Pero, y ¿qué tanto de esa ficción fue más bien un desahogo autobiográfico?
“Todo. Tengo un amplio concepto de lo autobiográfico, que no sólo incluye la experiencia vivida, sino también, y de manera más significativa, lo que uno siempre ha deseado hacer y no ha hecho; lo que uno más teme, añora, o lamenta hacer. Hay ciertos pasajes del libro que corresponden a experiencias mías, y no diré cuáles. Y hay otros pasajes que recaen en mi imaginación y que me habría gustado vivir”.
Escribir bajo la dictadura
En la tradición de los escritores chilenos, la década de los 80 fue muy dura. La dictadura dejaba poco
espacio a los escritores emergentes. Había pocas editoriales funcionando, y también pocas librerías, por lo que ser escritor parecía un destino imposible. Pero según Franz, esta situación no fue del todo mala.
“Al no poder publicar, me eternicé corrigiendo mis borradores. Y cuando acabó la dictadura logré publicar mi primera novela, yo tenía 30 años, y tuvo muy buena crítica y un éxito importante.
Entonces fue ahí cuando pensé que era posible ser escritor, algo que hasta entonces, yo únicamente tenía como un sueño”.
Actualmente la situación en Chile no ha dejado de ser complicada, afirma Franz. “Antes Chile era un caso virtuoso en Latinoamérica. Era un país que, viniendo de una gran pobreza, se tenía la idea de que era un país que había logrado introducir a su vasta clase baja, en una clase media.
“Pero ya no es así. Hay un deterioro de la política, que vemos también en otros países del continente que han sido consumidos por la corrupción política, producto, quizá, de la nueva riqueza que ha sido muy nociva. Desgraciadamente no hemos tenido políticos a la altura.
“El actual gobierno, por el cual yo voté, no ha estado a la altura de esos desafíos. Por el contrario, se ha comportado como un gobierno populista. Y en vez de guiar al país, se ha dejado guiar por la masa más vociferante, que grita y exige, de manera egoísta, para su propio sector”.