Prolífico autor, con 11 libros de poesía, cinco novelas, cinco libros de cuentos y tres de ensayo, además de formar parte de numerosas compilaciones, ese es el corpus artístico de Andrés Neuman, quien en entrevista para Reporte Indigo, habló sobre “Una vez Argentina”, su nueva novela.
En esta historia el escritor, poeta, traductor y bloguero hispano-argentino cuenta la historia de la Argentina contemporánea “a través” de su propia historia.
En una trama que refleja claramente la dualidad de Neuman al haber nacido en Argentina, pero crecido en España.
¿Esta novela nace junto contigo?
Sí, no solo se podría decir eso sino que podemos intentar una hipérbole todavía más grande.
Creo que nace por lo menos un siglo antes de mi nacimiento, explico; “Una vez Argentina” narra sí, mi infancia, y empieza así, con el parto de mi madre, en primera persona como si yo lo recordara, es decir es una primera persona que recuerda lo que no podría recordar.
Y además recuerda lo que no vio ni vivió, porque la cronología de la novela empieza más o menos en 1900, comienza a narrar el siglo 20 argentino a través de pequeñas historias de mis ancestros y viceversa, a narrar la historia de mi familia a partir de hitos sociales en Argentina.
Entonces la novela, digamos, ensancha el concepto tradicional de autoficción porque la memoria del “yo” que narra el libro empieza muchísimo antes de que naciera, así que es un libro que no es producto de mi vida solamente, sino que es fruto de todas las vidas que terminaron convergiendo en mi, o de todas las vidas que suman la formas de nosotros.
A veces pareciera que el verdadero protagonista es la memoria
Claro, totalmente, sí. Todo el repertorio de personajes que hay en la novela forman una especie de flujo colectivo cuya suma equivale a la memoria, pero una memoria que además me gustaría especificar, no es una memoria mecánica en la que algo se recuerda o no se recuerda, sino que, la memoria al igual que la identidad está sometida a debates, ambigüedades.
Hay quien recuerda desinteresadamente, están los que olvidan sospechosamente. Entonces la memoria es un territorio de disputa… Es un debate en el cual yo cuestiono las historias que me habían contado de niño y uno se ve obligado, casi, a tener que sospechar de lo más íntimo que uno tiene, que es el relato familiar.
Y parece que si uno no investiga su historia familiar, pero también sospecha de ella, corre el riesgo de reproducir, después, como ciudadano, el relato que te lega tu estado.
¿Qué es Argentina para ti?
Argentina para mi no es, desde luego, un territorio geográfico. Eso hace mucho que dejó de serlo en medida que, bueno, mi familia se exilió cuando yo era niño, y en ese momento que Argentina dejó de ser mi país de residencia, yo hice la escuela primaria en Argentina y a partir de la preparatoria en adelante España… en ese momento Argentina dejó de ser una frontera geopolítica y pasó a ser una memoria portátil y no muy clara.
De hecho, yo recuerdo mi pubertad como un cuento de Julio Cortázar, uno de esos cuentos de Cortázar en los cuales hay una puerta que comunica con otro mundo, hay dos realidades divididas por una puerta muy finita, como una membrana que separa a duras penas esto de lo otro, porque en mi casa a mi, y sobre todo a mi hermano que era más pequeño, nos educaban como niños argentinos, pero en cuanto abríamos la puerta y salíamos a la calle estaba España.
Háblanos sobre la especie de doble nacionalidad literaria que tanto se dice de tu obra
Yo sin querer, no hice nada al respecto, he terminado en una posición rara, poco habitual, respecto a las nacionalidades literarias… Me he visto en la necesidad de teorizar al respecto de esto, pero es teorizar sobre un accidente, es teorizar sobre una casualidad, me ocurrió al azar.
Esa doble nacionalidad literaria, en realidad es literaria en tanto que personal… Yo lo suelo resumir así: mi madre nació en Buenos Aires y murió en Granada, y me parece que ninguna persona sensata debería poder elegir entre la cuna de su madre y la tumba de su madre.
Yo me siento con la patria como con respecto a mi madre, por hablar de la madre patria. No sé a donde pertenece mi madre, si a donde nació o a donde murió.
¿Cómo escritor que ocurre? Bueno, por supuesto sigo con mucho interés la literatura argentina, la siento en gran parte mía, leo con mucha atención las noticias de Argentina, hice una tesis doctoral sobre literatura argentina contemporánea, o sea que tengo una relación de mucha intensidad comunicativa, por no hablar de la familia que tengo en Argentina, amigos de la infancia.
Pero al mismo tiempo, yo no puedo estar en Argentina sin pensar en toda mi vida española. No la puedo sacar como quien se quita una capa o un traje.
¿Cómo te ayudó a armar esta novela tu vocación de poeta?
Creo que influye mucho porque la poesía no es solo un género literario sino que es una forma de afrontar, la sintaxis. Trato de que toda la prosa que hago tenga un cierto aliento, una cierta música poética. Luego están ciertos recursos metafóricos, alegóricos, que podemos entender como poéticos.
Ahora bien, hay que tener cuidado con las novelas de los poetas, porque hay novelas de poetas que son 200 páginas de hermosa prosa donde no pasa nada… El tono de la novela creo que oscila entre el humor irónico, una especie de épica triste, rebajada, y un lirismo que tiene que ver con cierta mirada a la infancia y con cierta manera de dirigirse a los ausentes, porque siento que en esa novela, y en mucho otros libros, la poesía es una especie de vehículo para dirigirnos a los fantasmas.
¿Cuál es tu opinión del caso Ayotzinapa?
He seguido con muchísima preocupación y muchísimo dolor el caso de los 43 normalistas. México es el país al que más viajo, después de Argentina, o sea que considero que es mi segundo país latinoamericano.
También tengo la sensación, y para esto también sirve la poesía, no es solo para describir qué bonito es el cielo. La poesía sirve para mirar, eso lo decía Bolaño “para mirar lo terrible y no cerrar los ojos”, la poesía tiene que ser capaz de eso.
Entonces de pronto creo que hay una metáfora que ha sucedido en este caso, atroz, el caso, y la metáfora muy iluminadora. Hemos visto como le han arrancado ojos y cara a las víctimas, y que eso creo que ha movilizado a mucha gente, el tipo específico de descuartizamiento, y estaba pensando hace un rato que el arrancarle la cara a alguien, de desposeerlo de identidad, tiene el objetivo de que esa persona se convierta en nadie y por tanto en un desaparecido, no tiene cara, no es nadie.
Pero la metáfora se le fue de las manos a los asesinos y a quienes le dieron órdenes, porque precisamente esa cara que, dejó de tener una identidad concreta, en vez de nadie se convirtió en todos, entonces se les fue de las manos el símbolo, no calcularon que quitarle la cara a alguien es la mejor manera de que todos nos identifiquemos con esa cara.