Los efectos secundarios de la mayor parte de los tratamientos contra las células cancerosas suelen ser devastadores, pero científicos del Instituto de Investigación Biomédica de Barcelona podrían haber encontrado una alternativa: el veneno de avispa.
Específicamente, se trata del uso de un péptido que proviene de este compuesto, y que puede “formar poros en la membrana plasmática celular, penetrar dentro de la célula y, finalmente, provocar su muerte, ya sea por necrosis o desencadenando apoptosis, una destrucción celular programada”, según explicó a la agencia Sinc el autor principal del estudio, Miguel Moreno.
Pero para poder utilizarla como método para atacar las células del cáncer, era necesario encontrar una forma de llevar el péptido a ellas, directamente. De otra forma, también afectaría a las células sanas.
El sistema que idearon los investigadores requiere un polímero que lleva dos componentes: el péptido del veneno de avispa, y uno que se aferra a las células del tumor.
Hasta el momento este método ha tenido éxito en pruebas in vitro, y los científicos esperan poder realizar pruebas en células cancerígenas de ratones, antes de poder pasar a pruebas humanas.
Anticonceptivos y cáncer
Durante años, se ha asociado el consumo de anticonceptivos hormonales con ciertos tipos de cáncer. En algunos casos disminuyendo el riesgo –como con el cáncer endometrial– y en otros, incrementándolo.
Un estudio publicado en Cancer Research, sugiere que ciertos tipos de anticonceptivos hormonales, específicamente aquellos con altos niveles de estrógeno, pueden aumentar la posibilidad de contraer cáncer de mama.
Los científicos evaluaron los historiales médicos de mil 102 mujeres con esta enfermedad, y clasificaron las pastillas anticonceptivas en tres tipos: las que tienen un nivel bajo de estrógenos sintéticos (20 microgramos de etinilestradiol), las de nivel medio (entre 30 y 35 microgramos de etinilestradiol o 40 microgramos de mestranol), y las de dosis alta, con más de 50 microgramos de etinilestradiol o 80 de mestranol.
Las mujeres que consumieron este último tipo eran casi tres veces más propensas a padecer cáncer de mama. Las que tomaban pastillas con niveles medios, corrían 1.6 veces más peligro. Los anticonceptivos con dosis bajas no provocaron un incremento.
Pero el estudio tiene varias consideraciones importantes. En primer lugar, las pastillas de dosis alta son cada vez menos comunes, y suelen ser consumidas solamente por personas con un mal específico que estas pueden solucionar.
Además, al dejar de consumir las pastillas –de cualquier tipo–, el riesgo de cáncer vuelve a su nivel original: 1.5 por ciento para mujeres de 40 años, y 2.38 por ciento para mujeres de 50.
Por ello, los doctores deben personalizar la recomendación de método anticonceptivo para cada paciente. Por ejemplo, si en el historial familiar de alguien hay un mayor riesgo de cáncer endometrial que de cáncer de mama, tomar las pastillas podría hacer más bien que mal.