Autodefensas: La lucha por sobrevivir
Estas son algunas de las interrogantes que David Espino plantea en su libro “Aunque perdamos la vida. Viaje al corazón de las autodefensas” (Grijalbo), en el que se adentra en la forma de operación y organización de los grupos de defensa en Guerrero.
Estos grupos, fueron comandados algunos por líderes natos de su comunidad que terminaron en prisión; y otros, por hombres que hablaban en celulares marca Ferrari y viajaban en camionetas blindadas proporcionadas por el gobierno.
Imelda García
Estas son algunas de las interrogantes que David Espino plantea en su libro “Aunque perdamos la vida. Viaje al corazón de las autodefensas” (Grijalbo), en el que se adentra en la forma de operación y organización de los grupos de defensa en Guerrero.
Estos grupos, fueron comandados algunos por líderes natos de su comunidad que terminaron en prisión; y otros, por hombres que hablaban en celulares marca Ferrari y viajaban en camionetas blindadas proporcionadas por el gobierno.
Así de asimétricas son las autodefensas en Guerrero, que aún hoy pelean porque los dejen luchar contra el crimen organizado –sea en la persona de delincuentes o de policías que trabajan para ellos- y la muerte no toque a sus familias o sus hogares.
Nadie vio la tragedia
David Espino, un periodista independiente originario de la sierra de Atoyac, en Guerrero, señala que en la última década, el índice de homicidios en ese estado subió un 300 por ciento.
Es cosa de todos los días, dice, saber de hombres, mujeres, niños o ancianos asesinados; cuerpos mutilados; cabezas cercenadas; enfrentamientos entre distintos grupos.
La tragedia humanitaria que Guerrero y el país entero vivía desde hace años, señala Espino, no fue visible hasta que los 43 estudiantes de Ayotzinapa fueron desaparecidos.
¿Por qué? Porque la ciudadanía -no sólo de Guerrero, sino de todo el país- creyó el discurso oficial de que quienes eran asesinados, secuestrados o sepultados, formaban parte del crimen organizado.
La noche de Iguala arrancó la venda de los ojos a muchos mexicanos, desde Cancún hasta Tijuana.
Fue entonces que Guerrero estuvo en el ojo del huracán. Pero ahí, en esa entidad, ya las convulsiones llevaban gestándose años atrás.
“Antes de Ayotzinapa ya habían pasado muchísimas cosas atroces. Ya se habían encontrado cientos de fosas clandestinas con muchos cuerpos. Y muchos de esos cuerpos fueron a dar a la fosa común porque nunca se supo quiénes eran. Todo se encasilló siempre en que habían sido gente del narco.
“Por eso normalizamos la violencia. Nos parecía algo ajeno a nosotros, cuando en realidad estábamos en medio de ella. Y muchas de las personas que han muerto, ya sea por una bala perdida o porque los secuestraron o los mataron y los enterraron en fosas, el Estado hizo pensar que eran parte de esta pugna de los espacios de poder entre criminales, pero no era así en todos los casos”, reflexionó Espino, en entrevista.
Vivir en medio de ese horror llevó a que cientos de personas se organizaran para intentar dar seguridad a sus familias.
Cuando ocurrió la tragedia de Ayotzinapa, Guerrero ya llevaba mucho tiempo en llamas.
David Espino, autor del libro ‘Aunque perdamos la vida. Viaje al corazón de las autodefensas’.
La historia
El grupo de autodefensa más reciente que surgió fue el de Teloloapan, en la región Norte de la entidad, apenas en enero de este año.
La historia de las autodefensas en Guerrero es, en algunos casos, el de la infiltración por parte del crimen para poder operar de forma más o menos legítima en algunas regiones. En otros, la cooptación del gobierno para evitar que les sigan “dando problemas”.
Por otro lado, la razón que hace que sigan surgiendo y existiendo es la lucha de sus pobladores contra el crimen organizado.
“A pesar de todo, el narcotráfico sigue inamovible e imbatible: controla la ciudad más grande y más poblada, Acapulco, y el pueblo más recóndito y pobre, Zitlala; ha causado miles de muertes y ha desplazado a cientos de personas, imponiendo así la ley de la selva donde el Estado es débil o de plano inexistente.
“Sin embargo”, subraya Espino en su libro, “ese vacío lo han llenado también hombres y mujeres que siguen creyendo en la armonía como norma y en la paz como sistema. Que si tuvieron que tomar las armas, que si siguen tomando las armas, ha sido para desarmar a los otros. Aunque en el intento pierdan la vida”.
‘Declaratoria de guerra’
’La primer autodefensa de Guerrero surgió en junio del 2012 en el poblado de Huamuxtitlán, en la región de la Montaña. Fue antes, incluso, que las de Michoacán.
Sin embargo, no se hizo notoria porque su nacimiento fue más discreto que en el estado vecino.
“Acá las armas no pasaban de escopetas y pistolas de bajo calibre, mientras que en Michoacán, aunque el fenómeno emergió más tarde, los cuernos de chivo llamaron la atención de inmediato para las fotos de los titulares de los grandes diarios nacionales e internacionales”, escribe Espino en su texto.
La primer autodefensa fue vista como una turba enardecida que rescató a unas personas secuestradas de un grupo criminal que operaba en la región. Pero ese fue, afirma el periodista, el día que nació el grupo que intentaría rescatar Huamuxtitlán de las manos del crimen.
“Fue una declaratoria de guerra que la población lanzó contra un adversario inmenso e imbatible, cuando las cifras alcanzaban ya 10 mil asesinatos violentos en Guerrero”, sentencia Espino.
Según datos forenses, los homicidios se habían incrementado 315 por ciento en los últimos 11 años.
Los grupos de autodefensa siguieron propagándose en la región, llegando a 46 de 81 municipios con presencia de grupos comunales armados.
Algunos líderes cobraron relevancia mediática por sus acciones al frente de los grupos comunitarios.
Sin embargo, al parecer no todos perseguían los mismos fines ni siguieron los mismos métodos.
El grupo de Nestora
En octubre del 2012, el poblado de Olinalá creo su grupo de autodefensa, comandado por Nestora Salgado, que cobró notoriedad cuando detuvo al síndico procurador de su municipio –hecho por el que luego sería llevada a prisión, acusada de secuestro-.
El otro polo de los líderes de las autodefensas fue el protagonizado por Bruno Plácido Valerio, quien en enero del 2013 inició el grupo armado en Ayutla de los Libres.
“Mientras Nestora se confrontó con el gobierno del estado, de quien en un principio solo recibió una pick up, Bruno se hizo su aliado, aceptó (…) hasta una camioneta blindada en la que se transportaba”, escribe Espino.
Para el periodista, el gobierno buscó cooptar a los grupos de autodefensa por representarles una viva imagen de su incapacidad de gobernar; a quienes no pudo convencer, fueron reprimidos o amenazados.
Si el relevo en el Gobierno estatal, de la administración de Ángel Aguirre (PRD) –y luego Rogelio Ortega- a la de Héctor Astudillo (PRI), no trajo cambios en los niveles de violencia y el control del crimen organizado, sí modificó la manera en que se ve a las autodefensas.
“Ahora es más radical. Aguirre al menos intentó poner una cara bonita y una sonrisa y tratar de cooptarlos. Y Astudillo no, él los ha acotado, él dice que están fuera de la ley, que no pueden prosperar y, si acaso, que estén en sus pueblos y comunidades y que no salgan de ahí; tiene una postura más dura”, expuso el autor.