Una nueva insurgencia urbana acaba de emerger en México. Debutó de manera estelar el día de la toma de protesta de Enrique Peña Nieto. Se trata de la unión de fuerzas anarquistas, socialistas y revolucionarias.
El renovado movimiento es un bloque que habría reunido a las organizaciones insurgentes para retomar las armas y salir a la calles. Dejar las huastecas, sierras y llanos para movilizarse en la ciudad.
Una corriente anarquista de corte internacional denominada “Bloque Negro”, a la par de un nuevo bloque insurgente autoproclamado Ejército Popular Magonista de Liberación Nacional, fueron las fuerzas que chocaron violentamente contra los elementos de seguridad pública en las afueras de San Lázaro.
Más de mil personas, muchas de ellas vestidas de negro, encapuchados y armados con bombas molotov, salieron a las calles el pasado sábado primero de diciembre para “darle la bienvenida” al nuevo gobierno.
Incendiaron automóviles, lanzaron cientos de bombas molotov y petardos, apedrearon, golpearon y gritaron. Sorprendieron a todas las organizaciones que se manifestaban pacíficamente. Hicieron que el movimiento #Yosoy132 y sus similares se vieran con una participación discreta e inhibida.
Desde el martes 27 de noviembre el grupo rompió con el esquema de protestas pacíficas por medio de una publicación en Facebook que decía: “Yo no participaré en el cerco humano, yo lucharé este primero de diciembre”.
El grupo utilizó la táctica que presume en su nombre, Bloque Negro, y difundieron manuales para armar bombas molotov e instrucciones detalladas para derribar los cercos que rodeaban la Cámara de Diputados.
El jefe de gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, señaló como responsables de las refriegas, saqueos y hechos violentos a este grupo, así como a Cruz Negra y Coordinadora Estudiantil Anarquista.
El sitio original de Bloque Negro México en Facebook fue censurado por la misma red social.
Sus integrantes utilizaron las redes sociales para subir videos y fotografías que evidenciaban sus propias tácticas de ofensiva y defensiva insurgente.
Lejos de haber representado brotes esporádicos de violencia repentina, lo sucedido el sábado pasado se trató de una campaña de rebelión estructurada y organizada, contó con coordinación entre facciones, inteligencia, capacidad operativa, propaganda y recursos humanos.
Y aunque días previos a la toma de posesión del presidente Peña Nieto diversas corrientes convocaron a manifestarse en las calles de la capital del país, la intensidad y el alto grado de barbarie que se registró tomó por sorpresa tanto al gobierno de la Ciudad de México, como a las instancias federales.
Las calles del Distrito Federal también fueron el escenario para la inauguración de otro frente insurgente y revolucionario que de acuerdo a su manifiesto, “no darán tregua” y aseguran se encargarán de que el gobierno “sienta la violencia y el fuego en carne propia”.
Surgidos desde la clandestinidad, el Ejército Popular Magonista de Liberación Nacional (EPM-LN) anunció su existencia y su propósito de rebelión en lo que sería el “Comunicado Revolucionario número Uno”.
Son la sombra de las insurgencias en México. La consolidación de unidades paramilitares y escisiones de los principales movimientos guerrilleros en el país.
La concentración de inconformidad, aunada a la participación pasiva de muchos grupos insurgentes durante los últimos años, terminaron de encender la mecha de un coctel explosivo que se creía extinto.
A las revueltas acontecidas el sábado pasado se incorporó la Liga de Trabajadores por el Socialismo Contra Corriente (LTS-CC). Se trata de una fracción trotskista adherida a la liga Cuarta Internacional.
Un fenómeno que no es aislado, y que deja la puerta abierta para todas aquellas formas de insurgencia que operan desde la clandestinidad, en distintos puntos del territorio nacional.
Desde el EZLN hasta al EPR, y los grupos insurgencia urbana, el fantasma de la guerra sucia apareció el día en que el PRI regresa a Los Pinos. Y aunque hoy el contexto es distinto, es sin duda más complejo.
Ante la aparición de un nuevo movimiento insurgente armado como lo es el EPM-LN, y la intención de grupos similares que han operado con perfil bajo durante la última década, se suman dos nuevos factores a la realidad social del país.
Uno de ellos ha acechado al país los últimos seis años. Y aunque sus propósitos son completamente diferentes, el compendio de grupos dedicados al delinquir de manera organizada ha sido ya catalogado como una “insurgencia criminal”.
El segundo se da como producto del despertar tecnológico y el ciclo de información noticiosa constante. Es el resultado de una sociedad intercomunicada, mayormente fomentada por los jóvenes, y la evolución de las ideologías políticas. Se trata de la insurgencia urbana.
Si bien el mensaje del presidente Enrique Peña Nieto fue símbolo de esperanza tras seis años de sueños frustrados por la violencia, también es el preámbulo de un capítulo de agitación social en el cual la organización colectiva, el radicalismo y las armas, han anunciado que el narcotráfico no es la peor pesadilla del gobierno que acaba de entrar.
Pues finalmente el narcotráfico ha evolucionado en formas atípicas y es una actividad de lucro. Y ante todo, reconocen a las autoridades como justicieros.
El mensaje y forma de las manifestaciones violentas del primero de diciembre, pretenden rebelarse y tomar las armas para lograr un fin político: derrocar al gobierno.
Policías federales ¿infiltrados?
Por Raúl Tortolero
Del lado interno de las vallas estaba la Policía Federal y San Lázaro. Afuera, los grupos de manifestantes. Agresiones hubo desde ambas trincheras, igual que heridos. Pero los policías no fueron inocentes durante la toma de protesta Peña Nieto.
Los policías federales –un día antes aún a las órdenes de Genaro García Luna- estaban ahora bajo el mando de Manuel Mondragón y Kalb.
La batalla campal se alargó seis horas. Los uniformados estaban con los escudos hacia arriba, en formación “espartana”. Pero pronto se vieron caer cócteles Molotov que contenían canicas, tuercas, tornillos y clavos.
Estas bombas ardieron la pierna de un policía y la espalda de otro. Además algunos manifestantes llevaban granadas de gas lacrimógeno, que afectaron a decenas de uniformados, así como a varios periodistas.
Los policías empezaron a vomitar, y a sentir los efectos del gas. Entonces las cosas se pusieron más serias.No hubo un mando que les pidiera calma.
Así que trajeron cubetas llenas de granadas de sus propios gases, se las colgaban en el pecho (hasta 10 o 12) y las arrojaban a manifestantes, hiriendo a muchos que iban en son de paz.
También arrimaron tanquetas de agua inofensivos. Lo que no fue inofensivo fue el uso de balas de goma, disparadas con armas largas especiales.
No sabían a quién disparaban porque las vallas impedían apuntar directo a alguien, por lo que las balas caían al azar. Balas de proyectiles que han sido prohibidos en protocolos de seguridad en otros países del mundo.
Además, la Policía Federal llevaba agentes no uniformados que recibían órdenes de los mandos presentes.Vestían en mezclilla, playeras, como estudiantes, como civiles. Algunos se tapaban la cabeza con capuchas o la cara con paliacates. Eran claramente una fuerza de choque especial de la PF. Eran infiltrados.
La PF tendría, al menos, que brindar una explicación por el uso de balas de goma, de gas lacrimógeno y de estas “madrinas”. A lo largo de Eduardo Molina había decenas de camionetas de empresas “fachada” con este tipo de infiltrados de la PF. Algunos no actuaron y solo esperaban ahí.