Caro Quintero, preso modelo

Siempre fue un preso modelo. Era el interno al que mayor respeto le tenían todos los reos federales que convivían en el módulo uno, en el pasillo 2-B. Rafael Caro Quintero se despertaba todos los días en punto de las cinco de la mañana, aun cuando el primer pase de lista estaba programado siempre para las seis. Yo lo conocí allí.

Su día comenzaba muy temprano, más temprano que el de cualquier otro interno de los que estábamos en aquel pestilente pasillo. 

J. Jesús Lemus J. Jesús Lemus Publicado el
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Desde finales de 2012 la agencia lanzó una alerta sobre las actividades ilícitas de Caro Quintero y puso su imagen en la lista de fugitivos
"Por eso no me gusta jugar, Y en cualquier juego siempre hay un alto riesgo de perder”
Caro Quintero
Nunca lo vi quejarse o lamentar su condición de preso, como era común en varios de los internos de ese centro federal
http://www.youtube.com/watch?v=dtSGitciNOI

Siempre fue un preso modelo. Era el interno al que mayor respeto le tenían todos los reos federales que convivían en el módulo uno, en el pasillo 2-B. Rafael Caro Quintero se despertaba todos los días en punto de las cinco de la mañana, aun cuando el primer pase de lista estaba programado siempre para las seis. Yo lo conocí allí.

Su día comenzaba muy temprano, más temprano que el de cualquier otro interno de los que estábamos en aquel pestilente pasillo. 

Desde las cinco de la mañana comenzaba a hacer la talacha (el aseo) de su celda y no paraba hasta que dejaba lustrado el frío piso de concreto con aquella franela azul de 20X40 centímetros que se vendía en la tienda del módulo y que él cambiaba en forma periódica al menos una vez cada mes.

“Lo más importante de toda persona” lo llegué a escuchar decir en alguna plática de celda a celda, “es la limpieza”. 

“Ni siquiera la cárcel puede justificar que no tengamos un espacio bien aseado para vivir. Como presos, lo único que nos queda es la dignidad, y la dignidad nos la debemos dar nosotros mismos, teniendo un espacio limpio para vivir”.

Esos eran los diálogos de Rafael Caro dentro de la prisión. 

Nunca lo escuché hablar sobre temas de delincuencia. Su mundo –dentro de aquellas altas paredes de Puente Grande– pocas veces lo compartía con alguien más. 

Siempre trataba de estar solo. Se aislaba en algún punto del patio en donde se pasaba los pocos minutos que se permitían al aire libre, siempre rumiando sus pensamientos, un pensamiento que con nadie compartía y al que nadie era capaz de entrar.

Siempre se sentaba solo. Había una banca al sol que rutinariamente la ocupaba él, y en consecuencia ninguno de los presos se atrevía usar, esa banca la bautizó él mismo como “la oficina”. Ese era su lugar favorito en aquel reducido patio del módulo Uno del Cefereso de Puente Grande, en donde pasó la mayor parte de sus ratos al aire libre durante los días de diciembre del 2008 hasta finales de mayo del 2010.

En “la oficina” se sentaba y comenzaba a masticar los pensamientos que sólo él sabía de dónde venían y a dónde iban. 

En pocas ocasiones se tomaba la licencia de hablar a alguno de los presos que caminaban por el patio, con la intención de platicar sobre algún tema en particular. Todos de manera gustosa acudían a la invitación a “la oficina” para sentarse a platicar con aquella leyenda.

Le gustaba hablar de historia. Se adentraba en los diálogos que pretendía desmarañar la rueda de los hechos históricos de México, los que se dieron después de 1910. 

Le apasionaba hablar de la revolución mexicana y de la época del maximato, en donde él aseguraba que se había forjado la verdadera identidad nacional. Pero tampoco despreciaba temas históricos más recientes, principalmente lo que se derivaron en el marco de la guerra fría entre Estados Unidos y la URSS.

Comenzaba temprano su día. Luego de la talacha era infaltable el saludo cordial y armonioso que comenzaba a prodigar desde su celda –la número 150 del pasillo 2B–, que para la mayoría de los presos de aquel pasillo era su despertador, dado que la ronda de saludos comenzaba quince minutos antes del pase de lista.

“Hay que tener el decoro de una celda bien aseada”, decía Caro Quintero en forma frecuente. 

“Para que los oficiales que pasan la lista vean que tenemos la dignidad suficiente. Es la única forma de ganarnos su respeto”, insistía.

Esa era su forma de motivar al resto de los presos de aquel pasillo.

Ese era su constante llamado para que todos los presos de aquel pasillo mantuvieran una actitud digna ante aquellas condiciones de oprobio que se sentían todos los días, apenas comenzaba el pase de lista y que no cesaban hasta entrada la noche, con el ultimo conteo oficial de internos.

Los pases de lista dentro de la cárcel eran cuatro: a las seis de la mañana, a las nueve de la mañana, a las tres de la tarde y a las nueve de la noche; pero Rafael Caro Quintero estaba sujeto a dos pases de lista más en el transcurso del día: a las once de la mañana y a las seis de la tarde, lo que hacía que con frecuencia interrumpiera las escasas actividades que se permitían en aquel encierro constante. 

A pesar de ello, nunca lo vi quejarse o lamentar su condición de preso, como era común en varios de los internos de ese centro federal.

Con el peso de los años en la espalda

Siempre era el primero en lavar su charola y estaba atento a las indicaciones de los oficiales.  No le gustaba la sobremesa y tenía buen humor

Cuando lo conocí, el 30 de Noviembre del 2008, una vez que yo fui asignado en la celda 149, a un lado de donde él habitaba, vi a un Rafael Caro Quintero con una apariencia de más años de los que tenía. 

Poco quedaba de aquella imagen que nos metió hasta el cansancio la televisión en nuestro pensamiento cognitivo. Ya no era el Rafael de ondulado cabello negro y bigote caído. Ahora tenía el cabello casi a rape, totalmente cano y sin rastro del bigote de alacrán tan típico de Sinaloa.

La viveza en los ojos parecía que el encierro se la había despertado. Siempre estaba atento, viendo a todos lados –con aquellos ojos negros y chiquitos que parecían bailar y brillar desde lo hondo de sus cuencas–, siempre estaba como buscando algo más allá de donde él estaba. Solo dejaba de mover los ojos cuando se sumía en sus pensamientos, que era la mayor parte del tiempo. 

Se quedaba quieto, aspirando profundo y llevándose de un solo golpe todo el aire posible a sus pulmones.

“No son suspiros”, una vez le dijo a un preso que se atrevió a preguntar sobre el paradero de esa aspiración. “Es la forma en que el cuerpo detiene el alma cuando se le quiere salir”.

Ese era la filosofía de Rafael Caro en la cárcel.

Delgado, alto y con un andar pausado, siempre con las manos por detrás –tal como lo establece la norma de la cárcel–, con los ojos brincando por todos lados o con la vista perdida en algún motivo que nacía en su pensamiento. Era el primero en levantarse de la mesa del comedor. No le gustaba hacer sobremesa.  

Siempre era el primero en lavar su charola y alistarse para ser trasladado de nueva cuenta a su celda. Siempre atento a las instrucciones de los oficiales para incurrir en violaciones al reglamento de disciplina. Por eso era uno de los presos más respetados por todos los presos.

Pocas veces le pegaba el mal humor, lo que en el argot de los internos es “el carcelazo”. Sin embargo la mayoría de las veces tenía buen humor, se reía de los chistes que escuchaba entre el resto de los presos o celebraba con una franca sonrisa actos graciosos derivados de alguna plática que surgiera entre los internos de aquel pasillo. Era la muestra indiscutible de que el hombre estaba de buen humor. 

Pese a la prohibición oficial de dialogar con los custodios, a veces –en sus momentos de animosidad– se atrevía a provocar una sonrisa entre los gendarmes más adustos.

“Comandante”, bromeaba en algunas ocasiones, cuando se le hacia la revisión corporal de rigor, “usted ya no me debería revisar, ya somos como de la familia. Tantos años que hemos estado viviendo juntos”.

No se hacía esperar la sonrisa y en ocasiones la risa escasa rara del vigilante, que de esa forma distendía aquel ambiente siempre denso de gritos y maltratos.

Era de los pocos presos que dentro de su celda no hablaba mucho. Una vez ingresado a su estancia, pese al prolongado encierro que se aplicaba en ese pasillo, en donde había –en ocasiones– actividades recreativas cada dos meses. 

Rafael Caro Quintero no acostumbraba a platicar de celda a celda como lo hacían la mayoría de los internos. Se dedicaba a leer en el interior de su estancia.

Nunca le gustó perder

Cuando en suerte tocaba realizar actividades dejaba en claro su alto rendimiento físico. Gustaba de dar vueltas –corriendo a trote veloz– por todo el patio de aquel módulo, actividad que siempre la hacía en completa soledad. 

No le gustaba correr acompañado de otros presos. A pleno rayo de sol –a las cuatro de la tarde, que es la hora en la que permiten hacer deporte en Puente Grande–, Caro Quintero corría de forma constante por más de 45 minutos.

No le gustan los deportes de conjunto. Pocas veces llegó a jugar voleibol, en donde su posición natural es la de armador. Tiene un buen saque de balón y maneja a la perfección la estrategia para colocar balones rozando la red. 

Su carácter en el juego no es apasionado, siempre se mantiene en la ecuanimidad, aunque reiteradamente hacía llamados a su equipo para evitar perder la cascarita.

“No me gusta perder”, llegó a decir en varias ocasiones, “por eso no me gusta jugar, Y en cualquier juego siempre hay un alto riesgo de perder”.

Ese era el argumento con el que rechazaba las invitaciones que se le hacían por parte de los internos de Puente Grande cada vez que se daba la oportunidad de jugar una cascarita de futbol, basquetbol o volibol. 

Decía que su mejor posición en el juego era la de observador. Y era la ocasión en que convertía su oficina en un palco de estadio, desde donde –en algunas ocasiones– desempeñó el papel de entrenador para los dos cuadros que se enfrentaban en el terreno de juego.

“Es mejor así”, llegó a decir, “así gano amigos de los dos lados”.

La población carcelaria de aquel pasillo supo corresponder a Rafael Caro Quintero en un momento crucial de su vida: se solidarizó quedándose en silencio el día que se supo de la sentencia condenatoria dictada en primera instancia en contra de aquel hombre.

Un día fueron por él hasta su estancia para llevarlo al juzgado. Fue a principios de junio del año 2009. Él sabía que iba a enfrentar su sentencia y camino con entereza, como quien camina rumbo al paredón. Caminó con la cabeza y la mirada hacia abajo, pensativo, más sumido que de costumbre en sus propios pensamientos.

A su regreso del juzgado caminando despacio –como siempre–, encerrado en la fortaleza de su silencio que nadie se atrevía a penetrar, comentó con su compañero de celda el veredicto de su sentencia. Después todo el pasillo se dio cuenta de ello. 

Tras 24 años de litigio había recibido por fin la sentencia a su proceso: Le habían dado 40 años de prisión. Todos los presos se autoimpusieron un estado de pasividad inusual en franca solidaridad con Rafael Caro. Ese día hubo un silencio inexplicable en el módulo Uno.

Luego de esa sentencia, Rafael Caro siguió con su vida rutinaria, hasta que un día lo llevaron de traslado a la cárcel estatal de Puente Grande, luego de más de 25 años preso, la mayor parte de ese periodo en cárceles federales como la de Almoloya, Matamoros y ahora Puente Grande, en donde sin lugar a dudas había visto pasar de todo ante sus ojos.

“De todo lo que usted se imagine, lo he visto en la cárcel”, me comentó en alguna ocasión. “Saldrían cientos de libros si yo me pusiera a escribir lo que me ha tocado vivir”.

–¿Y no piensa escribir un libro un día?

–No me va alcanzar la vida para escribir todo lo que he visto en mis años de preso…

Quién es Rafael Caro Quintero

> Nació el 3 de octubre de 1952 en el poblado de La Noria, Badiraguato, Sinaloa.

> El ‘Narco de Narcos’ Fundó el Cártel de Guadalajara con Miguel Ángel Félix Gallardo y Ernesto Fonseca Carrillo.

> Se le describía como la reencarnación de Pedro Infante, simpático, carismático, sencillo pero adinerado y mujeriego.

> Se casó con María Elizabeth Lerma y tuvo cuatro hijos: Hector Rafael, Roxana Elisabeth, Mario Yibrán y Henoch Emilio Caro Elenes.

> Aunque él niega haber hecho tal oferta, es conocido como el Capo que ofreció pagar la deuda externa del país a cambio de que lo dejaran trabajar dos años sin que le molestaran su cultivo de mariguana.

> Fue detenido en Costa Rica el 4 de abril de 1985.

> Sus penas acumulaban 199 años, sin embargo la legislación mexicana solo permitía 40 años en prisión.

> Tenía una relación con Sara Cosío, hija del exsecretario de Educación en Jalisco, César Cosío Vidaurri y sobrina del ex gobernador de Jalisco, Guillermo Cosío Vidaurri.

La famosa captura del capo

> Noviembre 1984

Tras un operativo de agentes encubiertos de la Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA), las autoridades mexicanas fueron informadas de la instalación de un sistema de producción agrícola industrial de mariguana y su locación en el rancho El Búfalo, en Chihuahua. 

Las autoridades mexicanas y norteamericanas se prepararon para hacer un operativo conjunto, pero diez horas antes de éste, autoridades mexicanas avisaron a los narcotraficantes, quienes desaparecieron.

La gasolina para los helicópteros y camiones de la fuerza armada que irrumpiría en el rancho nunca llegó, por lo que la operación fue un desastre. Solo se incautó la mariguana, no se aprehendió a ningún líder. Por si fuera poco, en el rancho encontraron a ocho agentes de la Dirección Federal de Seguridad, quienes trabajaban con los narcos.

> 7 de febrero de 1985

Por órdenes de Rafael Caro Quintero, Enrique Camarena –agente encubierto de la DEA que había ganado la confianza de los capos– fue secuestrado en Guadalajara cuando salía del consulado americano y se dirigía a comer con su esposa. Tras ser torturado es asesinado dos días después.

> 5 de marzo de 1985

Se encuentra el cuerpo del agente de la DEA junto al del piloto Alfredo Zavala Avelar. Estados Unidos pone en marcha la Operación Leyenda para investigar el homicidio.

> 4 de abril de 1985

Respondiendo el llamado de ayuda de las autoridades mexicanas para rescatar a la hija de César Cosío Vidaurri, quien supuestamente había sido secuestrada por hombres mexicanos, autoridades de Costa Rica irrumpieron la quinta de San Rafael de Ojo de Agua. 

No se imaginaron que Sara Cristina Cosío Vidaurri Martínez había ido por decisión propia, cuando irrumpieron un cuarto y encontraron a la pareja en la cama casi sin ropa. Tampoco se imaginaron que se trataba de uno de los capos más buscados.

Cuando se le leyó a Caro Quintero la resolución del juez quien permitió el allanamiento, el capo se asombró, según los agentes, y Sara respondió: “Yo no estoy secuestrada, yo estoy enamorada de Caro Quintero”.

Tras enviar a México las huellas dactilares del supuesto secuestrador, se concluyó que se trataba del poderoso narcotraficante buscado en México por tráfico de drogas y en Estados Unidos por matar a un agente de la DEA. 

> 12 de diciembre de 1989

Un juez penal en Jalisco sentenció a Caro Quintero a cumplir una pena de 40 años de prisión por secuestro, homicidio calificado, siembra, cultivo, cosecha, transportación y tráfico de marihuana, suministro de cocaína y asociación delictuosa.

> Abril de 1997

Un Tribunal Colegiado concluyó desechar la sentencia condenatoria de 1989 considerando que los desahogos testimoniales no se habían realizado en tiempo, y ordenó que se repusiera el procedimiento penal. 

> 3 de febrero de 2004

Se le niega a Estados Unidos extraditar a Rafael Caro Quintero. Las autoridades americanas manifestaron su compromiso de no someterlo a cadena perpetua o pena capital, pero de manera extemporánea, por lo que no procedió.

> 3 de junio de 2009

Tras 24 años de litigio, un juez penal de Jalisco encontró responsables a Caro Quintero y a Ernesto Rafael Fonseca “Don Neto” de la muerte del agente de la DEA, Enrique Camarena Salazar, del piloto Alfredo Zavala Avelar y otras dos personas.

> 13 de diciembre de 2012 

La DEA emitió una alerta internacional para detener a Rafael Caro Quintero en el caso de ser liberado por las autoridades mexicanas. 

> 9 de agosto de 2013

El capo es liberado tras la resolución de un juez federal quien estimó que por el homicidio de Enrique Camarena debió ser enjuiciado por el fuero común, no el federal.

Caro Quintero: Expediente en EU
Por Paloma Robles

En Junio de 2013 la Oficina de Control de Bienes Extranjeros (OFAC), que depende del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, anunció la cancelación de las cuentas y negocios de 18 personas ligadas a Caro Quintero.

Entre ellos sus familiares, esposa, hijos, yernos y nueras. Así como los integrantes de la Familia Sánchez Garza, dueños del restaurante El Barbaresco.

Algunos de los corporativos que fueron señalados por el Departamento del Tesoro y que permanecen sin actividad desde junio pasado son ECE Energéticos, S.A. de C.V. (gasolinera) y El Baño de María, S. de R.L. de C.V. (productos de baño y belleza).

Así como Pronto Shoes, S.A. de C.V. (CX-Shoes), Piscilanea S.A. de C.V. (Albercas y Tinas Barcelona) y Hacienda las Limas, S.A. de C.V. (centro turístico y spa). 

Pero desde finales de 2012 la agencia estadounidense lanzó una alerta sobre las actividades ilícitas de Caro Quintero y puso su imagen en la lista de fugitivos internacionales.

Los Sánchez Barba, su liga en el lavado

La familia Sánchez Barba fue acusada por las autoridades americanas de operar una red de empresas legalmente constituidas para ofrecer bienes, servicios alimenticios y de construcción.

Como los fraccionamientos Villa Verona, Pontevedra y Zotogrande en Zapopan, según dio a conocer Reporte Indigo (véase, el Triángulo del Lavado).

Esa familia opera el restaurante Barbaresco en la colonia Providencia además son dueños del Salón de fiestas Hacienda Benazuza sobre la carretera a Colotlán.

En ese mismo corredor carretero poseen más de una docena de terrenos que anteriormente fueron ejidales y que hoy se ofrecen a la venta (véase, Balas sí, lavado no)

La DEA identifica a Jesús Sánchez Barba (padre) como operador de Caro Quintero en Texas, Jalisco y Ciudad de México.

A Sánchez Barba también se le liga con la muerte Camarena Salazar pues según registros de prensa el agente de la DEA fue asesinado en un terreno propiedad de los Sánchez Garza.

En septiembre del 2012 uno de los hijos, Alejandro Sánchez Garza se entregó a las autoridades estadounidenses tras acusaciones de Lavado de Dinero.

El día que fue liberado

El pasado viernes nueve de agosto, el Segundo Tribunal Unitario con sede en Zapopan, Jalisco, ordenó la inmediata liberación de Rafael Caro Quintero, del penal federal de Puente Grande, por medio de un amparo interpuesto ante el Primer Tribunal Colegiado en materia penal.

Los tres magistrados de dicho tribunal resolvieron declarar la inmediata liberación de Caro Quintero, a quien en 1985 le dieron 40 años de prisión, la pena máxima que podía darse en México en ese entonces.

A poco menos de 12 años de terminar su condena, el llamado narco de narcos fue puesto en libertad pues los magistrados consideraron que éste debió haber sido juzgado por un tribunal local y no del fuero federal.

Los abogados defensores del capo probaron que Camarena Salazar no estaba acreditado como personal diplomático ni consular en México. 

Respecto a su salida se informó que se dio la madrugada del pasado viernes. 

La liberación habría ocurrido entre la 1:30 y las 3:00 de la mañana. No se conoce el destino del sinaloense, miembro del extinto Cartel de Guadalajara.

Una corte de California aun investiga al capo mexicano por su parte la  DEA lo ha colocado como uno de los fugitivos más buscados.

‘Don Neto’, ¿también libre?

Ernesto Fonseca Carrillo conocido como “Don Neto”, segundo a bordo del extinto cártel de Guadalajara también habría salido de la cárcel de máxima seguras Puente Grande, según informó el abogado del capo.

La versión fue difundida en algunos medios nacionales, ahí se explicaba que la propia familia había informado de la liberación de Fonseca Carrillo junto con Rafael Caro Quintero y que por cuestiones de salud habría sido enviado a la ciudad de México.

El abogado José Luis Guízar, presidente del Colegio de Abogados de Jalisco apuntó que su cliente tiene un severo daño renal. El  ex recluso tiene noventa años.

En Abril del 2011, le fue resuelta una causa penal en la que se echó para abajo la sentencia condenatoria por 40 años de prisión por el secuestro y homicidio del Agente de la DEA Enrique Camarena. Fue absuelto por el cargo de narcotráfico.

Carrillo Fonseca fue aprehendido en Puerto Vallarta Jalisco poco tiempo después de la aprehensión de Rafael Caro Quintero en Costa Rica.

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