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Hacia el lejano Siglo XVIII, Georg Christoph Lichtenberg decía que era menos divertido escuchar hablar de la prestidigitación que verla en persona, ya que quien explica el ilusionismo, por más que se esfuerce en capturarlo en palabras, no puede narrar por completo la complejidad del acto que atestigua.
En la actualidad la figura del mago se acerca más al espectáculo que a lo sobrenatural, a los trucos de cartas o el ilusionismo banal y en México cada vez existen menos espacios para estos montajes.
Se acaba la magia, se termina el artificio, muere el ensueño y gana la desconfianza.
Ante un país que no ofrece garantías de seguridad a sus habitantes, en donde los mexicanos desconfían de las instituciones públicas y los índices de criminalidad aumentan, mucha gente deja de solidarizarse hasta con sus semejantes.
Por el gusto de ofrecer un instante de lucidez, el desconectar de su realidad a los demás, el devolver un fugaz brillo de imaginación a las personas en sus ojos, es que Miguel Ángel Agatón Soto y su esposa María Isabel Córdova Guzmán se trasladan desde Naucalpan, Estado de México, hasta la colonia Tacuba para abordar el Metro de la Línea 7 y durante unas horas ofrecer un breve espectáculo de magia.
¿La moneda de cambio? Puede ser desde un simple aplauso, sólo ser testigos o confiar unos pesos a estos ilusionistas ambulantes, que otorgan sus trucos para hacer creer a los demás que todo es posible, aunque sea por unos minutos de encantamiento.
Miguel Ángel dejó su natal Veracruz en 2011. Después de laborar en el campo, la pesca, enlistarse en el Ejército, desertar, volverse Policía Estatal y finalmente trabajar como escolta particular de periodistas, renunció para llegar a la Ciudad de México junto a su cónyuge, lo único que tenía en mente era seguir el camino de la prestidigitación.
“Al final de cuentas somos pareja, yo le dije que si es lo que quería, pues adelante, en mí estaba apoyarlo, darle esa seguridad de apoyo”, describe María Isabel, quien lleva por nombre artístico la Maga Isabelly.
El Mago del Ángel es como se hace llamar Miguel Ángel, que empezó realizando ilusionismo en el centro de la Ciudad de México hace cinco años, pero por invitación de otro artista dejó las inmediaciones de Bellas Artes para adentrarse a las profundidades de la línea naranja.
Cuatro días a la semana llega puntualmente a las 10:30 de la mañana a la estación Tacuba, porta traje negro con camisa blanca y aunque no es ropa de la mejor calidad se nota que la cuida para no percudirse.
Él y María Isabel arriban con unas bocinas discretas que parecen equipaje, ya que cuentan con rueditas con las que se facilita su desplazamiento, se toman media hora para organizar sus artefactos detrás de un Domino’s Pizza en donde nadie le molesta e impiden que las cámaras de Reporte Indigo documenten la preparación artística que guardan con recelo.
El ensamble de sus objetos es un lenguaje críptico que ante un ojo novato se desconoce la operación de los mismos. Mientras continúa el montaje el mago recuerda el porqué de su nombre escénico.
“Del Ángel surge porque tuvimos un bebé y falleció, entonces para mí es ese ángel que está arriba, soy como El Mago del Ángel, ahora sí como él que me protege o nos protege a nosotros”, explica el joven de 36 años.
No se considera religioso, pero sí creyente, cuando recibió su primer propina por hacer magia en el metro, hizo la manda de que se la ofrecería a la Virgen de Guadalupe, hecho que realizó el mismo día que inició su andar en la Línea 7, un 4 de febrero del 2014.
Los magos comienzan su descenso al andén en dirección Barranca del Muerto, tardan un par de trenes en subir debido al tumulto de gente, se necesita un vagón medianamente lleno porque no podría verse su espectáculo desde todos los ángulos, ellos prefieren los últimos carros para evitar aglomeraciones.
Primero sube Isabelly y en el siguiente convoy férreo Del Ángel logra perseguir un vagón que se adecúa a sus necesidades, sabe que topará a su amada más adelante o a su regreso a Tacuba.
Oficinistas, estudiantes, amas de casa, obreros, ejecutivos y más, todos se convierten en un público para el ilusionista, dejan de ser usuarios del Metro para volverse espectadores en el escenario improvisado, que durante casi cuatro minutos les distrae de sus ocupaciones diarias.
Los presentes dejan el periódico, su celular, libro o la charla para quedar eclipsados por los movimientos prestos del Mago del Ángel, quien aparece y desaparece una baqueta que se esfuma entre pañuelos de colores al ritmo de la música, hace encender con un LED a una rosa de fantasía y finaliza con el estratagema que en definitiva cautiva por completo, hacer levitar una mesa en el aire desafiando las leyes de la gravedad.
Al término del número los ilusionistas se refugian entre los recovecos de las estaciones para nuevamente arreglar su siguiente presentación.
En uno de los recorridos tras media función en la que el artista del engaño óptico se dirigía a su público, el metro se detuvo en Constituyentes, un hombre que portaba una bolsa negra grande se subió en el mismo vagón a una puerta de distancia, empezó a chiflarle al mago a manera de reclamo para que bajara la música, era un vendedor ambulante.
Del Ángel quitó de golpe una canción de la violinista Lindsey Stirling con la que acompaña su acto y el comerciante empezó su perorata para promocionar el artículo del momento: una bufanda ajustable de posiciones de invierno a 20 pesos.
Mientras el hombre gritaba su producto, por más que lo anunciara nadie le prestaba atención, las miradas, por más recónditas que fueran desde el fondo del vagón, seguían sobre Miguel Ángel, quien continuó en silencio el resto de su rutina.
El vendedor se retiró derrotado en Auditorio, no logró vender una sola balaclava, mientras que el prestidigitador reunió varias monedas al retirarse del tren que los transportaba a ambos.
Miguel Ángel llegó hasta la secundaria, no pudo cursar la preparatoria, la situación económica de su familia era precaria en Martínez de la Torre, Veracruz, pero ahora la suerte le sonríe, él se siente agradecido con cada moneda que recolecta de la gente.
Se reserva el declarar cuál es el ingreso total que obtiene de sus paseos por el transporte colectivo, pero en menos de una hora de recorrido sus bolsillos suenan, lleva consigo casi dos salarios mínimos ganados de manera honrada.
“Yo a una vuelta le hago 40 minutos y no me vas a dejar mentir, pero llevo como 120 varos en cinco vagones (…) realmente te puedo decir que me va muy bien por cuatro horas que venga”, comenta.
Los policías captan su presencia, pero no lo abordan.
Del Ángel se sabe cuidadoso de su oficio, de vez en cuando tiene que dar una “aportación voluntaria” a los uniformados para seguir trabajando en los andenes.
Pero en la Línea 7 él se siente cómodo ya que afirma que no hay caciques que le estén extorsionando por una cuota al dar su show.
Solo en dos ocasiones ha tenido que pagar sanciones administrativas por laborar en el Metro.
El Mago del Ángel está consciente de que el mexicano es desconfiado en estos tiempos, se le nota el estrés en los rostros largos que abundan en los carros naranjas; en este trance de incertidumbre nacional una breve artimaña inocente es necesaria para darles una ilusión a los ciudadanos, que tengan una razón para dudar al ver una escena de magia y tal vez poder creer.
“La gente ya no cree, pero le hace uno pasar el momento y en el momento que estás haciendo ese tipo de efecto, ese tipo de juegos, la gente sí está creyendo, por ese momento sí lo cree (…) hay gente que en verdad si le gusta y hasta nos dan una buena propina, un billete o algo así, pero la satisfacción más que nada es que se sienta la energía positiva, que esté alegre”, asegura el artista para Indigo.
El veracruzano termina el circuito de regreso en Tacuba, se encuentra de nuevo con su pareja detrás de la pizzería y retocan sus piezas mágicas para volver a bajar a los andenes, ya pasa de mediodía, la afluencia de gente empieza a subir, mientras ellos se van perdiendo entre la multitud iluminada con luz ámbar que cae sobre el corredor del ferrocarril subterráneo.