‘A mí también me quieren matar’

La última vez que platiqué con Aurelio Cabrera Campos fue cinco días antes de su muerte. Nos vimos en la Universidad de la Sierra de Huauchinango. 

 

Si bien es cierto que en el rostro no se le asomaba aún el color de la muerte, sí lo noté angustiado; me habló de “las difíciles condiciones para ejercer el periodismo en la Sierra Norte de Puebla”.

J. Jesús Lemus J. Jesús Lemus Publicado el
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periodistas agredidos en Puebla en lo que va del sexenio, de acuerdo con la Casa de los Derechos de Periodistas
Todos los casos de amenazas a periodistas en la zona norte de Puebla han sido documentados solo por la Casa de los Derechos de Periodistas, ninguno por la CNDH
Ellos, los delincuentes, son los que dicen qué noticias se publican y cuáles no” 
Aurelio Cabrera CamposDirector del semanario El Gráfico de la Sierra,
ejecutado en Puebla

La última vez que platiqué con Aurelio Cabrera Campos fue cinco días antes de su muerte. Nos vimos en la Universidad de la Sierra de Huauchinango. 

 

Si bien es cierto que en el rostro no se le asomaba aún el color de la muerte, sí lo noté angustiado; me habló de “las difíciles condiciones para ejercer el periodismo en la Sierra Norte de Puebla”.

 

-A mí también me quieren matar -me dijo en un tono de padecimiento-, y no van a parar hasta que lo logren.

 

Me habló de la presencia del crimen organizado, dedicado principalmente al secuestro y la extorsión de los pobladores de los municipios de Huauchinango y Xicotepec, prácticamente se habían “adueñado” de todos los medios de comunicación.

 

-Ellos, los delincuentes -me habló quedito-, son los que dicen qué noticias se publican y cuáles no.

 

Él ya había padecido esa situación. Desde el anonimato una voz le había advertido qué era lo que tenía que publicar. Casi siempre le ordenaban, bajo amenaza de muerte, que se alejara del tema del secuestro. 

 

-No queda de otra que hacer caso, me dijo como si se echara un clavado al futuro, no quiero morir ejecutado.

 

En sus siete años de periodista ya había vivido de todo: lo habían correteado, amenazado, una vez lo golpearon y le rompieron la cámara, más recientemente le habían dicho que su vida ya no tenía precio.

 

“Te vamos a partir la madre”, dijo que fue la última advertencia que le hicieron.

 

La última amenaza de muerte le vino porque desde hacía ya varias ediciones él decidió no respetar la instrucción editorial del crimen organizado. 

 

Decidió darle seguimiento al tema de los secuestros que se han disparado en la zona norte del estado de Puebla, en donde el índice oficial revela que allí se han registrado 14 de los 22 secuestros que van en este año.

 

-Me la estoy jugando-reconoció-, pero no queda de otra, si no el periódico no se vende.

 

Él era el director del semanario El Gráfico, un impreso que él mismo fundó hace un año, luego que decidió dejar de trabajar para los periódicos La Voz de La Sierra y El Caminante, donde atendía la nota policiaca, tan abundante en la zona por el índice de ejecutados y ajustes de cuentas entre grupos rivales del crimen organizado.

 

-Aquí es un matadero- me habló sin quitarme la mano del hombro, como si intentara sostenerse-; todos los días hay ejecutados.

 

La complicidad oficial

 

La percepción de Aurelio Cabrera sobre el índice de violencia en los municipios de Xicotepec y Huauchinango no estaba divorciada de la realidad.

 

De acuerdo a las cifras oficiales, en esa parte del estado de Puebla solo entre el primero de agosto y el primero de septiembre del presente año se cuantificó un total de 37 homicidios dolosos. En ninguno de los casos se había dado con algún responsable.

 

-Está muy cabrón, aquí la mafia y la policía son la misma cosa. Hay muchos policías estatales y municipales involucrados con el crimen organizado, dijo a manera de confesión.

 

Él decía lo que pensaba, y lo que pensaba lo escribía. Por eso desde su periódico El Gráfico de la Sierra hizo señalamientos contra algunos policías, a los que sin empacho acusó de ser parte de la delincuencia organizada en la zona. Eso valió para que algunos policías y ministerios públicos fueran cesados y sancionados por la fiscalía estatal.

 

-Tengo mucho miedo- respondió en seco a una pregunta no hecha-, aquí no hay periodista que no tenga miedo.

 

Dijo que todos los periodistas de la zona de Huachinango trabajan bajo amenaza. 

 

-Yo sé de muchos periodistas que mejor se hacen los occisos, para evitar problemas -dijo casi en un susurro.

 

Muerte o cárcel

 

El impreso El Gráfico de la Sierra, en solo un año de circulación, alcanzó ventas equiparables con la penetración que por años mantuvo exclusiva La Voz de la Sierra. 

 

Eso despertó el mito urbano de una confrontación a muerte con los directivos de ese periódico.

 

-Porque, si a uno no lo matan, lo meten a la cárcel -me dijo con algo de solidaridad.

 

Como el encarcelamiento de Pedro Garrido Cuevas, enviado a prisión por tres meses tras publicar señalamientos de corrupción en la administración municipal de Huauchinango. Al mismo Aurelio 

Cabrera lo demandaron penalmente.

 

-A mí me demandaron hace unos meses, me acusaron de extorsión.

 

La demanda no prosperó y desde allí arreciaron las amenazas de muerte. Por eso estaba seguro de que lo podían matar, porque ya habían intentado meterlo a la cárcel.

 

-Ojalá no nos dejen solos a los periodistas de acá -me dijo mirándome a los ojos. Apretó fuerte su mano sobre mi hombro izquierdo.

 

Y es que a pesar de la ola de amenazas de muerte que pesa sobre la mayoría de los periodistas de la zona norte de Puebla, organizaciones como Artículo 19, Reporteros Sin Frontera o la propia 

Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) no han tomado conocimiento de un solo caso. 

 

Todos han sido documentados solo por la Casa de los Derechos de Periodistas.

 

No nos despedimos como si fuera la última vez que estaríamos platicando.

 

Quedó de convocar a los periodistas de la zona para dialogar sobre “la hora negra del periodismo”. Sabía que no había nada que hacer, “pero al menos que sirva de catarsis”, me dijo con una sonrisa franca. El encuentro ya no se dio.

 

La próxima vez que volví a saber de Aurelio Cabrera fue la medianoche del miércoles 14 de septiembre, cuando por un mensaje de WhatsApp otro periodista daba la noticia de su asesinato. 

 

Como a todo el gremio, me dolió el hecho. Pensé en sus miedos, ahora fundados, y también apagados por el silencio de las balas.

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