Corazón de escombro
Al recorrer las calles y ver decenas de ciudadanos queriendo ayudar se siente orgullo, pero en los sitios de la tragedia el corazón se petrifica
Armando EstropRoto. Después del miedo baja la adrenalina. Todo se vuelve tangible. El corazón no puede hacer de contenedor de la fraterna solidaridad, está roto. Todo se derrama. Ahora nada se contiene.
En el número 29 de la Calle de Escocia en la Colonia Parque San Andrés, al sur de la Ciudad de México, un conjunto familiar está herido de muerte. Las tres torres están inhabilitadas como vivienda. Un cordón amarillo con letras negras -prohibido el paso- anuncia la extremaunción.
En las paradojas de la desgracia la Policía se vuelve confiable. Decenas de personas – específicamente 58 familias- son inquilinas de la banqueta. Cuando les permiten entrar a sus departamentos bajo la inspección de los elementos de Protección Civil salen cargados de ropa en maletas o sábanas que se convierten en gigantes mochilas provisionales.
Identificar el nombre de los vecinos ahí ya no tiene importancia; es el número del departamento y la torre –tal cual nombre y apellido- lo que cobra significado.
De tajo se van las borracheras en la azotea y los saludos entre las escaleras. Se mete en la alforja de recuerdos toda una vida. Hay una escena que se repite: salvan como un damnificado más los televisores. A pesar de esa relación disfuncional con la televisión, es de lo primero que buscan rescatar.
Vienen los días de no bañarse en su baño, de no tomar café en su taza, de no acostarse con su almohada. Eso que ante estar muerto parece microscópico pero que estando vivo se vuelve irreductible.
Están por llegar esos días molestos y tristes, burocráticos y de incertidumbre. Ya vienen las noches eternas con infinitas preguntas. Noches de sirenas que taladran los pensamientos. De la experiencia de un 19 de septiembre de 1985 nos queda el establecimiento de los cuerpos de Protección Civil, Los Topos, y la facultad de convertirse en héroes desconocidos, sin rostro, sin nombre.
El puño arriba para alcanzar el silencio. Esa señal internacional de los rescatistas después de un sismo se repetía incesantemente. “No hagan ruido. No se muevan. Permanezcan estáticos”, era la indicación de un empolvado hombre con casco y tapabocas que desde lo que fue la azotea solicitaba vehemente.
Y es que en el Multifamiliar Tlalpan un edificio se colapsó hasta pegar techo con techo. Dantesco. Las labores cumplían las 24 horas buscando sobrevivientes. Por la mañana sacaron cuatro cuerpos sin vida.
“Laaauuuraaa”, gritaba el socorrista con la esperanza de una señal de vida de regreso. Sus gritos no eran en vano, la sensación de querer vida en medio de un edificio derruido es genuina. Quien está ahí lo desea. Más cuando todos susurran que se alcanzan a oír voces de niños.
“Responde, amor, dime algo”. Ante eso todos quedan helados. Pero el grito del socorrista encontró eco en el destino y al caer la tarde Laura Elena Martínez fue rescatada con vida.
¿Qué pasa con nosotros los mexicanos que la tragedia nos une y el triunfo nos divide? ¿Cómo es que hay tanta solidaridad con el corazón de escombro?
Y es que al recorrer las calles y ver decenas de ciudadanos de todas las edades queriendo ayudar se siente orgullo, pero en los sitios de la tragedia el corazón se petrifica, se agrieta, se vuelve escombro.
Así tenemos el corazón entre nuestras tragedias y nuestros políticos: hecho escombros. La verdad es que ya va siendo hora de que los mexicanos modifiquemos el calendario, como en los hoteles que se brincan el piso 13.
Nosotros debemos pasar del 18 al 20 de septiembre. Así Doña Lucha, la del 305 del número 29 de la calle Escocia, no volvería a cumplir años el 19, tampoco tendría que soplar a las velas en un día tan oscuro.