Al sentarse en la silla de enfrente en un café de la avenida Chapultepec, en Guadalajara, Carlos, un joven entrado en los treinta sentencia: no promovemos el consumo, no hacemos apología del narco, no incitamos a que menores la fumen, sólo promovemos el autocultivo para la satisfacción personal.
El cultivo en casa de mariguana ha llevado a Carlos y su acompañante –se hace llamar León Trotsky,” como el revolucionario”, dice– a convertirse empíricamente en unos eruditos.
Saben de legislaciones, beneficios medicinales, daños y hasta métodos agrícolas, en torno a la planta.
Carlos y Trotsky se conocieron por ahí de 2011. Las redes sociales los unieron, como a otro puñado de consumidores locales de mariguana. El 20 de abril de ese año se establecieron como organización, la 420 Guadalajara.
La agrupación, en menos de cinco años ha realizado foros, participado en consultas, organizado “rodadas” en bicicleta y un par de marchas en pro de la despenalización de la mota.
Carlos le entró un poco tarde al asunto este del “tanque y rol”. Casi a la mitad de su vida tuvo su primer contacto con la droga. No le gustó. Pasó el tiempo, cursó la universidad y se convirtió en servidor público de una dependencia federal en Jalisco.
Hace seis años aproximadamente, el insomnio empezó a hacer trizas su salud. No lograba pegar las pestañas ni un par de horas. Los remedios caseros y las píldoras no le hacían efecto. Alguien le dijo que probara con la mariguana.
“Me la recomendaron para dormir. Llevaba mucho tiempo despierto. También la empecé a utilizar para las náuseas, pues desde niño he sufrido de reflujo”, relata.
Primero en té, luego en humo. Relajación, estupor, tranquilidad. El cuerpo de Carlos respondió bien al estímulo…y logró dormir.
Carlos y León son unos estudiosos del tema. Reconocen pros y contras del consumo de la mariguana. Ciertamente, dice Carlos, la concentración de alquitrán es cuatro veces mayor en un churro de mota que en un cigarrillo de tabaco. Pero…
“Un consumidor de cannabis no consume la misma cantidad de tabaco que un fumador”, argumenta.
Carlos parece ser más un fumador social que un adicto. Se levanta, va al trabajo, estudia una maestría. Por la noche se relaja con el equivalente a un gramo de mariguana, un toquecito pues.
“Es como echarse un vinito, relajarte ya en tu casa tranquilo; tampoco vas por la calle como si fueras tomando una botella de alcohol. A veces hay días que no fumo. Nunca me voy fumado a trabajar, es como si alguien se fuera chupado a chambear”, dice el chico.
El tejado verde del Dr. Ganja
Domingo. 4 de la tarde. El calor en la Ciudad de México y el viento se impregna de un aroma peculiar.
La azotea de un edificio de la década de los 60´s sirve como asoleadero para el pequeño plantío de mariguana que a diario cuida el Dr. Ganja.
Desde hace 10 años que este chico consume cannabis, el que cultiva por sí solo.
“Yo le tenía miedo a las drogas, inclusive a la mariguana”, dice.
“Pero fue algo diferente porque yo conocí una filosofía de rastafari en la cual ellos lo piensan como una meditación más que como una droga. Así comencé a consumir”.
El Dr. Ganja acudía con frecuencia al mayor sitio de venta del mariguana en el Distrito Federal, que es el barrio bravo de Tepito.
Pero el acoso policial cada vez se incrementó en contra de los consumidores.
“Nos detuvieron varias veces y nos amenazaron de que nos iban a meter a la cárcel”, recuerda.
Fue entonces que el miedo motivó al Dr. Ganja a autocultivar la mota que consume en la azotea de su departamento.
Era consumidor, pero no conocía nada de la planta. Con el tiempo se ha hecho todo un experto. Hoy sabe diferenciar de una planta macho, que no es fumable por su contenido bajo de THC, que es la principal sustancia activa que causa los efectos de esta droga.
“Lo maravilloso de hacerlo por uno mismo es el resultado, que a veces es mejor mariguana que la que te llegan a vender”, presume el Dr. Ganja.