Cuando la maternidad transforma los sueños

Mónica, Laura y Ana, son mujeres mexicanas que se enfrentaron a ellas mismas para dejar a atrás su vida y replantearse su existencia frente a su destino biológico, ser madres.

De acuerdo con lo que establecen los roles sociales y hasta naturales, las mujeres están destinadas biológicamente a la conservación de la especie, tienen las posibilidades de engendrar hijos, sin embargo, se torna una decisión difícil cuando están de por medio los intereses de cada persona, adolescencia, divorcio, abandono, infertilidad o falta de pareja.

Indigo Staff Indigo Staff Publicado el
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Mónica, Laura y Ana, son mujeres mexicanas que se enfrentaron a ellas mismas para dejar a atrás su vida y replantearse su existencia frente a su destino biológico, ser madres.

De acuerdo con lo que establecen los roles sociales y hasta naturales, las mujeres están destinadas biológicamente a la conservación de la especie, tienen las posibilidades de engendrar hijos, sin embargo, se torna una decisión difícil cuando están de por medio los intereses de cada persona, adolescencia, divorcio, abandono, infertilidad o falta de pareja.

Mónica dejó en suspenso su baile de XV años, “ya estaba todo listo, teníamos el salón, pastel, las invitaciones, mi vestido iba a ser azul”, sin embargo, la ilusión de bailar el vals a lado de su papá se quedó en los planes que no pudo llevar a cabo, porque tres meses antes de la celebración se embarazó y como castigo sus papás la dejaron sin la gran celebración.

Entonces, tuvo que dejar su vida de adolescente, se acabaron las fiestas y poco a poco su esbelta silueta, su brillante pelo corto y su felicidad infantil, fueron quedando atrás al mismo tiempo que el feto iba creciendo en su interior. Ir a la escuela era su única salida, sus padres la “apoyaron” y continuaron pagando todos sus gastos pero le prohibieron volver a ver al padre de su hija, un compañero de la secundaria a quien sus padres cambiaron de colegio y del que nunca más ha vuelto a saber.

Con lágrimas en los ojos cuenta Mónica lo difícil que fue para ella vivir los primeros días tras el nacimiento de Sofía. 10 años después, sigue pensando en la vida que soñó, en las fiestas a las que nunca más pudo ir, “cuando nació Sofí y no estaba mi mamá en casa para ayudarme me desesperaba mucho, ella lloraba y no sabía que hacer, me ponía a llorar con ella, hasta que aprendí. Nunca fue fácil, porque lo que pensé que sería un sueño se convirtió en mi pesadilla, pero gracias a mis papás saqué a mi niña y a mí adelante”, dice con orgullo al mostrar su cédula profesional de la Licenciatura de Enfermería, profesión que eligió por la posibilidad de ayudar a la gente.

En México, la maternidad adolescente es considerada como un problema de salud pública. Cada año unos 400 mil nacimientos provienen de madres menores de 18 años, de acuerdo con cifras del Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Sin embargo, pese a todas las dificultades que ha encontrado en esta década, Mónica cuyo rostro redondo sigue mostrando una chispa en los ojos y su cuerpo dejó de ser delgado y esbelto como en los primeros años de su juventud, ahora luce fuerte, robusta, una mujer madura a sus 25 años, se muestra firma al asegurar que no se rendirá, “mi vida cambió en un instante, no fui a los mismos antros que mis amigas, de hecho, no volví a tener novio hasta que acabé la carrera, no viví como todas esa etapa, pero no me arrepiento de nada, todo lo que viví me hizo ser la mujer que ves y eso junto a mi Sofía no lo cambiaría, si tuviera la oportunidad de vivirlo de nuevo, lo haría sin dudarlo”.

Y colorín colorado, este cuento nunca ha empezado

“Toda mi vida pasé imaginando el día de mi boda, quería muchas flores adornando un hermoso jardín, cientos de invitados y yo con un largo y entallado vestido blanco de enorme cola que mis sobrinos ayudaría a cargar. Mi esposo esperándome al pie del altar mirándome con amor y dulzura”, narra Laura con una ligera sonrisa en los labios pero los ojos llenos de una triste amargura. Ella forma parte del 6.5% de las madres solteras del país, según datos del  Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).

Apurada, restriega sus manos en el pantalón viejo de mezclilla, afina la voz y cuenta que lo más difícil de ser madre fue tomar la decisión, “tenía una vida perfecta, un buen empleo, era independiente, me encantaba vivir de fiesta y viajar, sobre todo a comprar ropa, cada temporada iba a San Diego por las últimas tendencias de la moda. Tenía un novio al que veía poco pero estaba bien, un día me propuso vivir conmigo y acepté, luego de peleas y discusiones decidimos separarnos, pero tuvimos una última noche juntos, me embaracé”, toma aire y baja la voz, como para contar un secreto, “pensé en abortarlo, la idea e rondó porque, bueno, no estaba preparada para una responsabilidad así”. 

Después de días de meditarlo, decidió practicarse una interrupción legal del embarazo (ILE), programa que en los 10 años que lleva en vigor en la  Ciudad de México lleva 176 mil 927 abortos legales. 

Las consecuencias que tuvo en su salud emocional se vieron reflejadas en su estado físico, pues a pesar de ser un proceso ambulatorio, es decir que no requiere de hospitalización, pero “yo estaba deprimida, algo había cambiado en mi, ya no era feliz. Mi pareja regresó y me apoyó para tratar de superarlo, así, año y medio después volví a embarazarme y no lo pensé, decidí tenerlo pero él ya no me apoyó apenas le dije que íbamos a tener un bebé se desapareció, fue como si se lo hubiera tragado la tierra”.

“Luego nació mi bebé, decidí llamarlo Carlos, tuve que renunciar a mi empleo porque los tiempos no se acomodaban, tenía una jefa que no comprendía porque ‘había tirado todo a la basura’ por un hijo, no quise explicarle, simplemente ya no comulgaba con ese medio con su ideología. Hoy hago trabajos freelance y aunque no he podido viajar en este último año y medio, no lo extraño, simplemente mi mundo cambió cuando vi a mi hijo por primera vez, ya no me duele pensar en que esta no era la vida que había soñado, al final es la vida que tengo y la que disfruto”, dice convencida al tiempo que sostiene la mano regordeta del niño que duerme sobre sus piernas y pide no revelar sus datos completos por el peso que aún carga en su conciencia sobre su primer embarazo que concluyó en aborto, “aún me cuesta hablar de esa parte de mi vida” expresa la rubia y delgada chica que viste desgastada ropa de marca de otras temporadas, pero que luce radiante cuando camina orgullosa con su bebé en brazos.

Amor para repartir

Ana y Esteban desearon siempre tener hijos juntos, cuando paseaban por el parque imaginaban cómo serían sus descendientes. Cuando se casaron buscaron mudarse cerca a un jardín público “para tener a dónde llevar a los niños a caminar por las tardes”. Durante los primeros meses buscaron sin éxito embarazarse, entonces acudieron a realizarse una serie de análisis para saber qué estaba pasando.

La respuesta fue contundente, Ana tenía matriz infantil y no podría tener hijos, “salimos desconsolados, los dos lloramos mucho, nos encerramos en casa sin saber qué hacer, sin querer ver a nadie. Yo le propuse divorciarnos y que buscara a una mujer que sí pudiera darle hijos, fue muy doloroso, un verdadero infierno”, recuerda ella sin poder contener el llanto, Esteban la abraza y se crea un silencio desgarrador.  El suyo, es uno de los 2.6 millones de casos de infertilidad a los que cada años se suman 180 mil, según cifras del INEGI. 

Después de platicar con amigos, incluyo tomar terapia de pareja, decidieron adoptar, era sin duda la mejor opción. “Nos acercamos a pedir informes, metimos solicitud, hicimos todos los trámites, “pero otra vez, no pudimos convertirnos en padres, nos rechazaron la solicitud”. Según información de la Dirección de Estadística del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México, de las mil 247 solicitudes de adopción sólo se aceptaron 440.

Pero Ana, no se rindió, su deseo de ser madre, cuenta, es lo que la ha impulsado a seguir adelante. “Un día, la señora que nos limpia el departamento nos contó que su sobrina había sido violada en su pueblo, que la iba a traer a abortar. Se nos iluminaron los ojos y le propusimos cuidarla y pagarle todos los gastos, darle una beca, pero que nos regala a su bebé, después de mucho tiempo ella aceptó, no nos cobró nada. Sabíamos que no estaba bien, que era ilegal y ahora me da miedo decirlo porque no fue correcto, pero siento que hice un doble bien al salvarle la vida a mi hija y a su madre. Mi nena aún no sabe nada porque apenas tiene seis años, pero cuando esté en edad debe saber su origen, se lo vamos a explicar con mucho amor, que todo lo hicimos por ella”, dice convencida mirando al columpio donde Esteban juega con la niña.

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