México ha apostado por un modelo económico de apertura comercial y estabilidad macroeconómica. Ésta no es una decisión sexenal, sino un proyecto de desarrollo que ha trascendido la alternancia política. Sus críticos le denominan neoliberalismo.
Sin embargo, más de dos décadas después de que entró en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), la viabilidad de este proyecto se ha puesto en tela de juicio. La propuesta de nacionalismo económico que encarna, al menos en el discurso, la administración de Donald Trump ha obligado a México a replantear las posibilidades de su modelo de desarrollo.
Eso explica parte de la resonancia mediática que tuvo la edición 80 de la Convención Bancaria que se llevó a cabo el mes pasado en Acapulco. El tema de este año fue “Liberalismo vs populismo”.
El foro fungió como una defensa abierta del neoliberalismo. Agustín Carstens, gobernador de Banco de México, declaró que el instituto central serviría como “un dique contra el populismo”. A todas luces, Carstens, probablemente el personaje más representativo del modelo económico mexicano actual, fue la figura central de la edición 80 de la Convención Bancaria.
Huelga decir que el gobernador de Banco de México ha sido, también, la figura central del gabinete económico que ha tenido que hacer frente a la coyuntura económica más adversa desde la Gran Recesión de 2009.
La continua depreciación del peso, el deterioro del balance de riesgos de la inflación y el ascenso de Donald Trump se convirtieron en los componentes de lo que parecía ser una tormenta perfecta.
El tipo de cambio y las expectativas de crecimiento del país pusieron en evidencia la carga negativa del entorno. Durante el periodo de transición presidencial estadounidense, el peso mexicano se depreció 19.79 por ciento frente al dólar. Asimismo, la expectativa de crecimiento del país para 2017 pasó de 2.84 por ciento en mayo de 2016 a 1.49 por ciento en marzo de 2017.
No obstante, la economía mexicana se está acercando gradualmente a un punto de inflexión. El país se ha alejado de la narrativa de catástrofe para acercarse a una condición de estabilidad que el diario Financial Times describe como “una nueva normalidad de incertidumbre”.
“Los riesgos de la economía mexicana han venido a la baja, en primera instancia porque hace un año las dos preocupaciones que tenían las calificadoras están completamente disipadas y así nos lo han hecho saber”, fueron las palabras de Vanessa Rubio, subsecretaria de Hacienda y Crédito Público.
Los indicadores económicos de coyuntura comienzan a dar señas de que lo peor ha quedado atrás. El Índice de Confianza Empresarial mostró su mejor avance mensual desde marzo de 2010, la confianza del consumidor se consolida, el más reciente Indicador General de Actividad Económica creció a una tasa anualizada de 2.5 por ciento y las ventas de vehículos de la AMDA aumentaron 17.2 por ciento en marzo en relación al mismo mes del año pasado.
El rol de Carstens
La recuperación económica del país, al menos en términos de la percepción que mantiene el mercado respecto a México, no es una casualidad coyuntural. El cambio de ánimo obedece a dos factores fundamentales: la moderación del discurso de la administración de Donald Trump en materia comercial y el sesgo marcadamente defensivo que adquirió la política económica mexicana, particularmente la que está bajo control del Banco de México.
Desde el 20 de enero, cuando Donald Trump asumió la presidencia de Estados Unidos, el peso mexicano se ha apreciado 12.55 por ciento frente al dólar.
Este fenómeno encuentra una explicación parcial en el ciclo restrictivo de política monetaria que inició a finales del 2015, uno de los más agresivos en la historia reciente. Entre diciembre de 2015 y marzo de 2017, Banco de México elevó su tasa de interés de referencia en 350 puntos base.
Además, el instituto que dirige Agustín Carstens identificó al deterioro del tipo de cambio como la variable que representa la mayor amenaza para el balance de riesgos de la inflación. En ese sentido, Banco de México diseñó un programa de coberturas cambiarias para mitigar los ataques especulativos contra el peso, la moneda emergente más operada en el mundo. Los resultados están a la vista.
El consenso de analistas ubica a Carstens como un halcón monetario, es decir, en términos llanos, un banquero central que privilegia el control de la inflación sobre el dinamismo económico.
Esta etiqueta es consistente con la postura que ha asumido el Banco de México, no sólo en lo que respecta a la política monetaria, sino que también en lo que respecta a la política fiscal.
Un número significativo de los comunicados oficiales del Banco de México hicieron referencia a la urgente necesidad de contener el creciente nivel de deuda pública, el cual representa una de las principales preocupaciones del sector financiero mexicano, especialmente el de las calificadoras.
En ese sentido, aunque involuntaria, la contribución del Banco de México en este respecto ha sido, según analistas, de mayor importancia que los esfuerzos de austeridad emprendidos por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público.
La semana pasada, Banco de México anunció que entregaría un remanente de operación histórico de alrededor de 17 mil millones de dólares al gobierno mexicano. La mayor parte de este remanente se utilizará, por ley, para pagar deuda pública.
Esto deja poco lugar a dudas de por qué la prensa mexicana reportó que Agustín Carstens fue, por mucho, el hombre más aplaudido y felicitado en la Convención Bancaria.
Los riesgos siguen ahí
Resulta prematuro decir que México ha superado la contingencia reciente. La incertidumbre que rodea a la administración de Donald Trump aún es un factor de riesgo. Además, ninguna de las tres principales agencias calificadoras ha retirado la perspectiva negativa de la calificación de deuda soberana de México.
Incluso, Guillermo Ortiz, ex gobernador de Banco de México y director para América Latina del banco BTG Pactual, asegura que la calificación de la deuda mexicana será recortada en los próximos meses.
La fragilidad del crecimiento económico pone en tela de duda la capacidad de las autoridades fiscales para alcanzar sus objetivos de cero déficit fiscal y reducción de deuda pública.
Por otra parte, pese a que el tipo de cambio se ha estabilizado, las expectativas de inflación han adquirido una dimensión no vista desde los años de la crisis global. El consenso de analistas espera que la inflación al cierre de 2017 sea de 5.56 por ciento.
Sin embargo, el mayor riesgo de la economía mexicana se encuentra en las deliberaciones de política económica que deberá tomar la administración de Donald Trump.
Si bien, el tono hacia México ha cambiado e incluso han salido a la luz pública documentos oficiales que plantean una renegociación favorable del TLCAN, las preocupaciones sobre el futuro de la relación entre México y Estados Unidos no se han disipado completamente.
Por un lado, aún existe la posibilidad de que la reforma fiscal que presentará el presidente de Estados Unidos incluya la implantación de un impuesto de ajuste fronterizo. Esto implicaría, en primera instancia, la imposición de un arancel de facto. En segunda instancia derivaría en una profunda depreciación del peso frente al dólar. Estimaciones conservadoras de diversos economistas consideran que ésta sería de entre 10 por ciento y 20 por ciento, lo cual tendría consecuencias de alto impacto para la inflación.
Por otro lado, Paul Krugman, Premio Nobel de Economía 2008, advierte que el TLCAN podría convertirse en un rehén político de la administración de Donald Trump en caso de que las propuestas del presidente continúen siendo rechazadas por el Congreso.
Independientemente de los costos económicos, pedir la salida del TLCAN, lo cual no requiere la autorización del poder legislativo, sería un victoria fácil de Trump para ofrecer a su base política.
El futuro del Banco de México
El mandato de Agustín Carstens como gobernador de Banco de México concluye en noviembre de este año. El presidente Enrique Peña Nieto le solicitó aplazar su salida bajo el argumento de que los mercados podrían reaccionar negativamente al cambio de mando en el banco central.
A pesar de que Banco de México es referido como uno de los órganos del sector público con mayor solidez institucional, analistas se cuestionan si el retiro de Carstens al Banco de Pagos Internacionales implicará un cambio drástico en el manejo de la policía monetaria. Después de todo, Agustín Carstens es señalado como un férreo halcón monetario y uno de los mayores promotores de la estabilidad macroeconómica, aún a costa de tasas de crecimiento históricamente bajas.
Ismael Capistrán, analista de Signum Research, sostiene que la opinión pública maneja dos nombres para sustituir a Carstens como gobernador de Banco de México: Manuel Ramos Francia, un veterano del banco central, y Alejandro Díaz de León, un economista que fue designado recientemente a la Junta de Gobierno de Banco de México.
Citibanamex argumenta que los tres candidatos con mayores posibilidades de ocupar este puesto son el mismo Alejandro Díaz de León, el funcionario del Fondo Monetario Internacional Alejandro Werner y José Antonio Meade, secretario de Hacienda y Crédito Público.
El pecado del neoliberalismo
Uno de los mitos mexicanos más recurrentes es que el país se encuentra en medio de una profunda crisis económica. Nada más alejado de la verdad.
La última vez que el país entró en una recesión de lleno fue en el 2009, año de catástrofe para la economía mundial.
De hecho, de acuerdo al sistema de indicadores compuestos del INEGI, la economía mexicana se encuentra en su periodo más largo de expansión desde que se tiene registro. Ocurre que esta expansión es también la más lenta en la historia.
Esta aparente contradicción ilustra perfectamente la característica esencial del modelo económico de México: la economía crece de manera estable, pero mediocre.
En los últimos 30 años, el crecimiento anual promedio de la economía mexicana ha sido de 2.3 por ciento. Bajo si se compara con otros mercados emergentes.
Los críticos del neoliberalismo argumentan que la estabilidad macroeconómica se ha logrado a costa de un crecimiento lento y altos niveles de desigualdad.
El Grupo Nuevo Curso de Desarrollo de la UNAM, coordinado por el economista Rolando Cordera, sostiene que esto deriva de una estricta política salarial y política de ingresos.
No es casualidad que Andrés Manuel López Obrador, el candidato puntero en la mayoría de las encuestas de cara al proceso electoral de 2018, hizo del cambio de modelo económico una de sus banderas principales de campaña.
En ese sentido, Agustín Carstens podría ser la última línea de defensa del modelo de desarrollo que ha regido a la economía mexicana desde el final de la década de los 80.
Son tiempos de definiciones.