El día que que jamás se olvidará

A eso de las 7 con 19 minutos de la mañana del 19 de septiembre de 1985, Jacinto Rivera sintió que su cuerpo se tambaleaba cuando intentó caminar dentro de su departamento en la colonia Doctores de la Ciudad de México. 

Trastabillando, el hombre llegó hasta su ventana y miró con asombro cómo el pavimento de la calle se retorcía y se movía como olas de mar. Los autos estacionados frente a su calle se sacudían tan fuerte que las defensas chocaban entre ellas.

“Ahorita pasa”, pensó el entonces empleado de Televisa, pero el hombre estaba equivocado. 

Mónica Hernández Mónica Hernández Publicado el
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muertos fue la cifra oficial revelada por las autoridades
Jazmín sobrevivió sin ningún rasguño, pero estuvo 15 días en el Hospital Infantil mientras su padre buscaba a su madre Juana Aguilera Paz entre los escombros
“Ellos querían recuperar su cuerpo, tener al menos a quién llorarle. Esa era su esperanza”
Óscar Sandovalexprofesor del Conalep
El sismo significó para muchos la experiencia más dolorosa de sus vidas

A eso de las 7 con 19 minutos de la mañana del 19 de septiembre de 1985, Jacinto Rivera sintió que su cuerpo se tambaleaba cuando intentó caminar dentro de su departamento en la colonia Doctores de la Ciudad de México. 

Trastabillando, el hombre llegó hasta su ventana y miró con asombro cómo el pavimento de la calle se retorcía y se movía como olas de mar. Los autos estacionados frente a su calle se sacudían tan fuerte que las defensas chocaban entre ellas.

“Ahorita pasa”, pensó el entonces empleado de Televisa, pero el hombre estaba equivocado. 

El movimiento no sólo no cesó, sino que la intensidad aumentó con el paso de los segundos. Se hizo más violento. Las paredes de su departamento comenzaron a crujir y el miedo lo paralizó.

Muy cerca de ahí, a sólo unas cuadras, en el antiguo Centro Médico del IMSS, el temblor despertó a la señora Hilda Arana, quien se recuperaba del parto de su bebé un día antes. 

Las camas del hospital se pegaban con brusquedad y de pronto la pared que dividía el área de cuneros se desplomó causando pánico entre las pacientes.

“¡Mi bebé!”, escuchó Hilda gritar a una de las mujeres que corría por el pasillo para intentar salvar a su hijo recién nacido.

En otra parte de la ciudad, por la Alameda Central, el sismo se sentía igual de intenso.   

Miguel Angel Arias estaba formado para donar sangre en el Hospital Juárez cuando observó cómo se vino abajo el edificio donde estaba su esposa Juana Aguilera Paz y su bebita recién nacida.

La Ciudad de México enfrentaba el terremoto más violento de su historia. La capital del país se cubría de polvo y comenzaba a impregnarse de un olor inconfundible: el de la muerte.

El temblor más mortífero 

Hace 30 años la Ciudad de México sufrió el terremoto de mayor intensidad (8.1 grados en la escala de Ritcher) de toda su historia. 

No sólo fue el sismo más violento que se haya registrado en el Distrito Federal, sino que el terremoto de 1985 será recordado como el más mortífero: casi 20 mil muertos -la cifra oficial fue de 10 mil víctimas-, miles de damnificados y miles de millones de pesos en daños.

El sismo significó para muchos la experiencia más dolorosa de sus vidas.

Entre el horror y el caos

El panorama era desolador en la Ciudad de México. Muchos edificios de departamentos y de oficinas se desplomaron en la colonia Roma, en la Doctores y en la Cuauhtémoc. Los que no se derrumbaron se tambaleaban y amenazaban con venirse abajo. 

El pavimento de avenidas importantes como el Viaducto se agrietó por el movimiento de la tierra.

“En el taxi que íbamos se agarraba por un carril, luego se brincaba a otro y así íbamos todos los autos avanzando como un chorizito”, recuerda Andrés Loredo, quien trabajaba como ingeniero en una empresa de la colonia Roma.

Las escenas en la calle eran de pánico. Gente pidiendo auxilio en la calle. Gente gritando. Gente llorando. Gente agonizando. No había agua potable. Tampoco energía eléctrica. Menos transporte público.

Los automóviles particulares se habilitaron como ambulancias para trasladar a los muertos y heridos por la catástrofe natural.

La ciudad era un caos. La avenida Insurgentes era un morgue pública donde decenas de cadáveres rescatados de las ruinas esperaban su identificación. Cuerpos mutilados por doquier: sepultados entre las ruinas. Miembros esparcidos: brazos, piernas y manos regados. Las maniobras de rescate de los sobrevivientes y cuerpos se realizaban pisando escombros donde emergían más muertos. 

El horror se apoderó de la Ciudad de México.

El profe que olía a muerto

Durante mucho tiempo Óscar Sandoval, entonces profesor del Conalep de Humboldt, olía a muerto. 

Cuando este hombre subía al transporte público los otros pasajeros se alejaban de él por el olor corporal que despedía.

Óscar pasó mucho tiempo entre muertos.

Durante el terremoto le tocó la dolorosa tarea de rescatar e identificar los cuerpos de sus alumnos de entre las ruinas del edificio educativo.

Muchos cuerpos estaban irreconocibles. Destazados. 

El momento más difícil para él era cuando tenía que comunicarles a los padres la mala noticia y terminar con sus esperanzas.

“Ellos querían recuperar su cuerpo, tener al menos a quién llorarle. Esa era su esperanza”, recuerda Óscar.

“Muchos al final agarraban cualquier cuerpo y preferían darlo por su hijo para poder enterrar a alguien y poder llorarle”.

Cuando se reanudaron las clases en el Conalep, el grupo del profe Óscar estaba más que diezmado.

“Yo tenía 50 alumnos”, recuerda el maestro con tristeza.

“Cuando regresé a clase me quedé con 17”.

Hoy el sólo recuerdo de la experiencia, el recuerdo de sus alumnos muertos en el terremoto, le ocasiona derramar lágrimas.

“Discúlpeme por favor”, interrumpe el profesor la entrevista.

“Pero fue muy duro”.

La experiencia vivida le pasó factura al profe Óscar: seis meses después del temblor sufrió una parálisis facial.

Jazmín, la bebé  milagro

Juana Jazmín Arias nació (es lo que dice su acta de nacimiento) el 18 de septiembre a las 6 de la tarde en el Hospital Juárez, que se colapsó el día del terremoto. 

Pero ella realmente nació al día siguiente, el 19 de septiembre. 

Jazmín fue uno de los 16 bebés milagros que sobrevivieron el derrumbe del Hospital Juárez ubicado por la Alameda Central.

Su padre Miguel Ángel Arias quiso llevársela a su casa junto con su madre el día del parto, pero en el hospital le autorizaron la salida hasta el día siguiente para que donara primero sangre.

El destino le tenía preparado su peor experiencia a la pequeña recién nacida.

“Yo fui la primera niña rescatada”, cuenta Jazmín, que hoy cumple 30 años de edad.

“Las cunas se voltearon y nos cayeron encima y nos salvaron. No sufrí ningún rasguño”.

Los bebés milagros protagonizaron una historia increíble entre el dolor y la tristeza que provocó el terremoto de 1985 en la capital del país. 

Una historia que llenó de esperanza a los capitalinos devastados por la tragedia.

Jazmín sobrevivió sin ningún rasguño, pero estuvo 15 días en el Hospital Infantil mientras su padre buscaba a su madre Juana Aguilera Paz entre los escombros.

 “A mi mamá nunca la encontraron”, cuenta con resignación.

“Mi padre se la pasó buscándola, pero nunca la encontró. Él no habla del terremoto”.

Hoy Jazmín tiene una nena de 2 años. Durante muchos años recibió ayuda médica y apoyo para sus estudios gracias a un fideicomiso que se constituyó con las donaciones recibidas. 

Una vez al año por lo menos acude al Hospital Infantil a agradecerle a la doctora Norma Lucía Villas, quien atendió cuando fue rescatada entre las ruinas del Hospital Juárez. 

“Ella más que la doctora es mi amiga”.

‘Todos querían ayudar’

El día del terremoto la ciudad quedó entre ruinas y los capitalinos devastados por el mayor desastre que les haya tocado enfrentar en la historia.

La sociedad civil –como la bautizó Carlos Monsivais- se organizó para ayudar en las labores de rescate de cuerpos y de auxilio de sobrevivientes. Muchos se metieron a remover con sus manos las piedras y las losas de los edificios que se desplomaron. 

Otros se organizaban llevando agua y comida a los rescatistas voluntarios.

“Todo el mundo quería ayudar”, recuerda Roberto Hernández, actual jefe de Bomberos de la UNAM y a quien le tocó participar en las labores de rescate por el sismo.

El terremoto de 1985 no sólo es la peor tragedia que ha sufrido este país. El sismo significó un despertar ciudadano –más allá de la solidaridad- para organizarse en las labores de rescate y de auxilio ante la incapacidad de las autoridades para enfrentar el desastre.

“Las instituciones no respondieron”, recuerda Adrián Pérez González, hoy brigadista del grupo de rescate Topos de Tlatelolco.

“Las autoridades ni gobierno supieron qué hacer”.

La magnitud de la catástrofe rebasó a los cuerpos de auxilio existentes de ese momento como eran los Bomberos que no estaban equipados para enfrentar algo así.

El Ejército Mexicano aplicó el Plan DN- III para auxiliar durante el desastre, pero la estrategia resultó insuficiente de atender a los miles de afectados.

Entre el dolor y la tristeza hubo historias increíbles. Como la nenita que salvó un grupo de rescatistas entre los escombros de un hospital. 

La bebé sobrevivió durante 5 días amantándose de su madre… muerta por el terremoto.

“Fue algo de verdad increíble”, cuenta Sergio Martínez, jefe de Bomberos de la UNAM.

Ni el dolor ni la muerte que provocó  el terremoto de 1985 nunca pudieron matar la esperanza de los capitalinos.

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