El Festival de La Bestia
Gracias a una beca otorgada por el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca), el colectivo Errante, junto con la compañía Asalto Teatro y Teatro para el Fin del Mundo, unieron esfuerzos y decidieron hacer una celebración itinerante en diferentes puntos de la Ruta del Migrante por el corredor del pacífico.
Así nació el Festival de La Bestia, con su primera presentación del 22 al 26 de marzo, en la estación ferroviaria de Arriaga, en Chiapas, donde La Bestia inicia su viaje. Tres meses después llegó a las afueras del comedor FM4 Paso Libre, a Guadalajara.
Víctor Fernández
Gracias a una beca otorgada por el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca), el colectivo Errante, junto con la compañía Asalto Teatro y Teatro para el Fin del Mundo, unieron esfuerzos y decidieron hacer una celebración itinerante en diferentes puntos de la Ruta del Migrante por el corredor del pacífico.
Así nació el Festival de La Bestia, con su primera presentación del 22 al 26 de marzo, en la estación ferroviaria de Arriaga, en Chiapas, donde La Bestia inicia su viaje. Tres meses después llegó a las afueras del comedor FM4 Paso Libre, a Guadalajara.
Ángel Hernández impartió talleres de creación artística y teatro a todo aquel que quisiera olvidarse un rato del mal sabor de boca que deja el tren a su paso.
El escenario consistió en una carpa, tarima y luces prestadas por la Secretaría de Cultura de Guadalajara. Un automóvil bloqueaba el acceso a la calle donde el comedor para migrantes tiene su sede.
Fotografías: Víctor Fernández.
La banqueta que bordea la barda sirvió como cama a un grupo de hombres que descansaban del sol. Todos esperando algo.
La migración sigue, el sueño de Aztlán, el norte de frente, pero un pequeño festival los distrajo de las vicisitudes del camino. Una bocina llamaba a todo aquel interesado en participar en los talleres; las festividades comenzaban.
Pasadas las cinco de la tarde del 24 de julio, uno de los organizadores convocó a todos los que quisieran compartir algo por escrito. Se leyeron cartas a familiares y reflexiones en torno a la vida.
Algunos al borde del llanto, otros con resentimiento por la situación en su país, pero todos buscando poder dejar un poco de la carga que llevan consigo en el tren.
Llegaron varios automóviles cargados con lonches, jugos y frutas. Una mujer que bordeaba los 40 años invitó a los hombres frente a ella a que dieran un testimonio de la grandeza de Dios, muchos lo hicieron agradeciendo el poder haber llegado hasta ahí.
A unos cuantos metros, justo en la intersección de calzada Federalismo y la calle Inglaterra, en un pedazo de concreto en el suelo pintado de azul se leía “Él Salva”; alguien me preguntó a lo lejos: “¿Por qué haces esto?”, mientras tomaba una fotografía del pedazo de muro. Mi primer instinto fue alejarme, retornar a la seguridad del toldo, pero no lo hice.
La voz era de Fernando; nació en Culiacán y se fue desde muy pequeño a los Estados Unidos, dice que lo deportaron porque “ya la debía”. A su alrededor había cuatro hombres más: Jerson, un salvadoreño que no pudo cruzar en Mexicali, “El Pelón”, cuyo acento lo delataba como mexicano, muy reservado; y un hombre mayor que solamente se limitaba a reír con los comentarios que hacía el resto del grupo.
Ninguno de ellos tenía intenciones de participar en las actividades del festival, pese a las invitaciones por parte de los organizadores.
Jerson apunta mirando a los ojos: “Mirá vos, que no muchos tienen recuerdo de unos sicarios”, mientras se toca una parte del cráneo. A él se lo llevó una camioneta en Tabasco, dice que eran Zetas y que lo golpearon mientras le decían que ahí se iba a quedar.
Durante su narración, Jerson no paraba de tocarse la herida, misma que se convirtió en una hendidura en la cabeza, en sanar se le fueron dos meses de su vida.
“Nomás sentí el cachazo en la cabeza”. Cuando recuperó la conciencia y caminó hacia donde estaba el tren para seguir su viaje, se topó con los cuerpos de dos personas que no corrieron con tanta suerte como él, también migrantes: Sus compañeros maniatados y con el tiro de gracia.
Comenzaban los preparativos para una pieza de danza contemporánea llamada Historias que Migran, dirigida por Ana Paula Uruñuela, una de las directoras del comedor.
Los asistentes rodearon el escenario donde algunas vigas de acero soldadas imitaban a las vías del tren. No faltó quien se cruzara para ver cómo estaban hechas. Minutos después comenzó el espectáculo que duró media hora.
La mayoría de los concurrentes estaban bastante contentos con poder ver a las dos bailarinas actuar la breve historia. Uno de ellos, Merán Estuardo, no paraba de quejarse: Decía que no sabían cómo subirse al tren, y con 18 años yendo y viniendo en La Bestia, sus apreciaciones sonaban válidas.
Finalmente, ese primer día del festival cerró en una muestra de cortometrajes con temática de la migración.
Manuel de Jesús, un hondureño que no puede regresar a Honduras ni volver a Estados Unidos, dice que fue una experiencia fuerte. Siempre estaba sonriente y bromeando, sin embargo llora cuando recuerda la ocasión en que su madre le dijo que se fuera a Estados Unidos y dejara su tierra, que lo quería con el alma y que prefería tenerlo lejos a tenerlo muerto. Los Maras Salvatrucha lo quieren matar.
Y ese fue solo el primer día, hubo un segundo y un tercero; el viernes 25, donde organizaron un taller de teatro con más de 30 participantes, y el sábado, donde la poesía se entremezclaba con los sonidos de una banda de blues que tocaba en vivo.
Hubo talleres de teatro y de percusión, así como música en vivo y poesía. Las actividades mitigaron el tedio entre llegadas y partidas del tren. Hubo bailes, cantos y un poco de alegría para todos aquellos que llevan la pesada carga de viajar por La Bestia.