El mundo a través de la costura
Para Araceli, cuya vida gira en torno a confeccionar ropa y a quien no le gusta salir de su casa, su manera de saber lo que pasa fuera de esas cuatro paredes es a través de los ojos y vivencias que le relatan sus clientes
Ernesto SantillánLo primero que Araceli aprendió a hacer, incluso antes de hablar, fue a coser. Una actividad que le enseñó su madre y mediante la cual no sólo se gana la vida, sino que le permite conocer lo que pasa “allá afuera”, lejos de las cuatro paredes en donde ejerce su oficio.
“Cuando mi mamá llegó de su pueblo, Teotitlán del Valle, en Oaxaca, a la Ciudad de México, apenas tenía once años, no hablaba bien español y estaba sola. Lo único que sabía hacer era coser y así fue como sobrevivió.
Pero la vida de mi madre (Celia) realmente cambió cuando una pareja de americanos adinerados a quienes les arreglaba su ropa le ofrecieron trabajar exclusivamente para ellos. Al aceptar, le pagaron la carrera técnica de corte y confección y les llevó su guardarropa por más de 20 años”.
Araceli no ve la costura como un trabajo, pues desde que era niña, su madre se los enseñó como si fuera un juego.
“A mis cuatro hermanas y a mí lo que más nos gustaba de niñas era hacer nuestras propias muñecas para después poder vestirlas con toda la ropa que hacíamos. Una vez que mi madre vio que éramos lo suficientemente buenas, nos permitió ayudarle con la ropa de sus clientes”.
No obstante, Araceli relata que su mamá obligó a todas a estudiar una carrera y a volverse profesionistas.
“Yo estudié administración e incluso ejercí por un tiempo. Pero la verdad nunca me ha gustado estar en la calle. A mí lo que me gusta es coser. Estar afuera me da miedo, siempre siento muchas ansias de que algo malo me puede pasar.
Los seis meses que trabajé en mi carrera, me la vivía estresada, no disfrutaba nada. Fue así que tomé la decisión de regresar a mi máquina, a mis telas, a mis hilos y no me arrepiento en lo absoluto”.
El cuarto en donde Araceli trabaja está dentro de su casa en el Estado de México y está compuesto por una pequeña cocina, cuatro mesas grandes, un espejo de cuerpo completo y decenas de cajoneras en donde guarda desde agujas hasta telas.
“Este cuarto parece un mercado, dice entre risas. Siempre hay gente entrando y saliendo, algunos vienen recoger su ropa, otros a que les tome las medidas y otros tantos a que les cotice lo que quieren que les confeccione.
La única que casi no se mueve de aquí soy yo. Y como puedes ver tampoco tengo una tele, por eso para mí es muy importante llevarme bien con mis clientes y poder platicar con ellos.
Como ejemplo, Araceli dice que se enteró del Buen Fin porque una de sus clientas le dijo que había conseguido muy buenos precios en varias telas, o que en las noches ya no es seguro usar el transporte público en su colonia porque últimamente están asaltando mucho, información que asegura nunca hubiera conocido de no ser por las pláticas que entabla con todas aquellas personas que la visitan.
A lo largo de su vida como costurera, Araceli dice que lo que más orgullo le da es que sus vestidos hayan viajado por todo el mundo.
“Me encanta escuchar las historias de las fiestas o lo eventos en los que mis clientes usaron la ropa que confeccioné, ya sea un vestido para una cena de gala o un traje para para una boda; si los llevaron a otro estado del país o si estuvieron fuera de México no importa, lo bonito es que anden por todos lados”, finaliza.