El orgullo del cempasúchil en Tláhuac
El cultivo del cempasúchil se ha convertido en orgullo e identidad para el pueblo originario de Zapototlán, en la alcaldía de Tláhuac, sobre todo ahora que esta zona ha perdido gran parte de su tradición campesina
David MartínezEl pueblo originario de Zapotitlán, en la alcaldía de Tláhuac, tiene un sentimiento especial por el campo y el cempasúchil que va más allá de un valor comercial. Tiene que ver con la tradición, el orgullo y el amor a la tierra.
Poco a poco la mancha urbana devoró a Zapotitlán. Pasó de ser un pueblo dedicado al campo donde los habitantes incluso practicaban el trueque, a ser una localidad que apenas tiene vestigios de esta ocupación.
La comunidad se encuentra tan sólo a minutos caminando de la estación Zapotitlán del Metro y de la Avenida Tláhuac, una de las más importantes vialidades del suroriente de la capital.
En la localidad permanece la tradición de cultivar cempasúchil pese a que una potencia mundial como China, según estudios de la Universidad Nacional Autónoma de México publicados en 2017, ya es el mayor productor de la flor de origen mexicano.
Lo que significa que en 80 años, el pueblo originario perdió 71 por ciento de su suelo campesino.
La historia del poblado no se puede contar sin mencionar a Antonio Cruz, “El Cubano”, quien es reconocido por la localidad por su experiencia en el campo y los años que lleva de vivir en Zapotitlán.
De sus 74 años de edad, solo dos no los ha dedicado al campo por una enfermedad. Sin embargo, el resto de su vida estuvo junto a sus padres en la siembra, cuenta Antonio.
“Cuando ya aguantas el azadón (herramienta para el campo) te pones a desyerbar, a piscar. Toda la vida la dedicamos al campo, desde niños”, relata.
Para Antonio, el cultivo del cempasúchil no es una forma de vida ni da ganancias económicas, sino es el gusto por trabajar la tierra.
Los productores de Zapotitlán no esperan que vayan los grandes camiones a comprar la flor, tampoco van a la Central de Abastos a intentar comercializar sus productos. Bajan al mercado de la localidad y ahí venden su cempasúchil.
También acuden a los campos comerciantes de la alcaldía a surtirse para los Días de Muertos, pero la flor no llega más allá.
Cruz vive en el centro del pueblo, en la calle de Melchor Ocampo, donde el transporte público está compuesto de mototaxis y carritos de golf.
Para llegar de su casa a la zona agrícola tiene que caminar alrededor de un kilómetro sobre Miguel Negrete hasta Camino Real.
A lo largo de ese kilómetro se puede apreciar la bondad con la que el cempasúchil se da en Tláhuac. En un predio aparentemente baldío la flor brotó.
La diferencia entre este pueblo de Tláhuac y otras zonas productoras de la Ciudad de México, como las chinampas de Xochimilco, es que en Zapotitlán dependen del temporal y no hay riego.
En el camino hacia los campos se puede apreciar como en una casa una familia tiene su propio corral de cempasúchil.
“El Cubano” explica que hace más de 60 años, cuando él era niño, los pobladores de Zapotitlán solían tener su producción de cempasúchil para el autoconsumo. Lo usaban para poner la ofrenda o ir al panteón a visitar a sus familiares.
Tradición prehispánica
Antonio también recuerda que el origen del pueblo se remonta a la época prehispánica y que su nombre significa “Lugar de los Zapotes”.
Los campos de cempasúchil están sobre la calle Camino Real, a un lado de las minas de arena y grava que están en las faldas de la Sierra de Santa Catarina. Casi enfrente del mercado del pueblo.
Si no se presta atención, los campos agrícolas pueden pasar desapercibidos por el muro de piedra que los cubre y por el ruidoso paso de los camiones que van hacia las minas.
Tras una puerta de rejas, se observan algunas flores de cempasúchil, una vez que se cruza, los campos son tan visibles como las veladoras que alumbran la oscuridad de las iglesias.
La flor de cempasúchil, de acuerdo con las creencias tradicionales del país, simboliza el camino que las almas de los fallecidos deben recorrer para visitar a su familia.
El primer campo, que mide alrededor de 100 metros de largo por unos 20 de ancho, es de la familia del “Cubano”.
“Estas flores son las de mis primos, no crecieron tanto, tal vez fue la semilla o no llovió mucho”, indica.
El próximo predio es el de su compadre, Lorenzo Valdez, quien no estaba ese día trabajando.
Las flores de Valdez son más grandes y están más cuidadas, tienen un botón más grande. Dos de sus hijos, menores de edad, están cortando flores.
Argumenta que los aproximadamente 120 campesinos de Zapotitlán siembran cempasúchil por tradición, por orgullo y por amor a la tierra.
Ellos no son floricultores a diferencia de los productores de cempasúchil de Xochimilco, son gente que puede sembrar desde maíz hasta tomate y tener otro oficio.
“El Cubano” pone de ejemplo a Valdez, quien aparte de sembrar cempasúchil, es concesionario de la Ruta 100 del transporte público.
El cultivo de la flor de cempasúchil
Hay dos formas de sembrar el cempasúchil, ambas tradicionales de los agricultores de Zapotitlán.
La primera es por almácigo. Se siembra la semilla en una extensión de tierra pequeña para que germine, se le arroja abono orgánico y después se trasplanta a los zurcos.
El señor Antonio Cruz afirma que se tiene que empezar el proceso el día 15 de julio, “Día de Nuestra Señora del Carmen”, para que el 1 de noviembre, “Día de Todos los Santos” abra bien la flor.
La otra técnica consiste en sembrar la semilla directamente en los zurcos el 25 ó 27 de julio, para que germine y aflore justamente el 1 de noviembre. Uno de los riesgos es que existe la posibilidad de que el botón no abra para la festividad.
Para que haya flores el próximo año los agricultores no cortan algunas “cabezonas”, como se le llama a los más esplendorosos cempasúchiles, con el fin de que arrojen su semilla y así tengan con qué cultivar de nuevo.
La cosecha de la flor de “Día de Muertos” es la última del año porque ya no hay más lluvias hasta el mes de febrero y marzo.
Después de recoger las semillas de las “cabezonas”, por los campos de Zapotitlán pasará un tractor que volteará la tierra, con el fin de que el frío del invierno mate las bacterias del suelo y esté apto para el próximo periodo de siembra.