El párroco de los marginados
En el corazón de una de las colonias con mayores problemas sociales de la metrópoli de Guadalajara, el padre Alberto Ruiz Pérez encabeza el templo El Refugio, donde ayuda a migrantes, niños y ancianos en pobreza
Luis Herrera[kaltura-widget uiconfid=”39952882″ entryid=”1_3w99ga8w” width=”100%” height=”75%” responsive=”true” hoveringControls=”false” /]
Alberto Ruiz Pérez es un sacerdote diocesano que trabaja en una de las zonas de mayor marginalidad de la metrópoli de Guadalajara: el Cerro del Cuatro, y cuya labor social lo hace pertenecer a esa ala de la Iglesia Católica que ha hecho de la vocación por los pobres su razón de ser.
Anteriormente, el albergue estaba concentrado en la atención de jóvenes consumidores de drogas; sin embargo, la problemática social imperante en la zona cambió hacia el fenómeno migrante, lo que hizo cuestionarse seriamente al padre Alberto sobre cuál debía ser la misión central del lugar.
“En esa ocasión había aquí ya mucha gente, muchos migrantes y drogadictos en rehabilitación, chavos, y entonces me llegó una familia cuando ya terminé la bendición, ya iba a cerrar el templo, sube las escalinatas del templo una familia, un señor, me acuerdo, con un hijo en su mano izquierda, un niño como de unos tres, cuatro años, y la mamá con un niño como de un año, o menos, en los brazos.
“Yo había estado predicando eso, y dije ‘¿cómo voy a dejarlos aquí?’, y pues para mí fue un signo, una señal de Dios que me dijo ‘dedícate a ellos’. En ese momento ya no fui a mi casa, ya no fui a darles el abrazo ni a cenar, y se convirtieron prácticamente en mi familia los migrantes, dije, ‘pues aquí nace la Casa del Migrante’”, relata el sacerdote.
El padre Alberto se considera en su perfil social como un producto de tres grandes experiencias en su vida: la educación como arquitecto tomada en la Universidad de Guadalajara, orientada, dice, a hacer algo por los otros; la formación sacerdotal en el Seminario de Guadalajara, auspiciada por su padre; y el aprendizaje con monseñor Rafael Uribe, quien lleva 50 años trabajando de igual forma por los más necesitados del Cerro del Cuatro, una zona con actividad industrial que la hace destacar por la contaminación atmosférica.
“Nunca pidió (el monseñor) que lo cambiaran a otro lugar, él dijo ‘yo me quedo con los pobres, para atender a los pobres, y viviendo con los pobres’, que es lo más importante, porque uno podría decir yo me voy, vivo en tal parte y vengo y atiendo.
El padre Alberto, hoy de 53 años, nació en Guadalajara pero vivió toda su infancia en Sonora, en lugares como Empalme, donde los migrantes se bajaban de los trenes para pedir comida en los hogares vecinos.
“Nunca se les negó un taco, siempre se les dio comida, yo eso lo aprendí de mi familia desde niño, por eso no veo al migrante como un peligro, porque yo desde niño conviví con los migrantes”, asegura.
La iglesia El Refugio, de la que es párroco el padre Alberto, opera tanto el albergue como un comedor para niños y ancianos en pobreza de la zona, en el que atiende todos los días a cerca de 40 migrantes, el segundo alimenta a 120 personas diariamente, todo con base en donaciones y el voluntariado de familias de la misma área, sin ningún apoyo gubernamental; así también salió avante ante las recientes caravanas en las que llegó a auxiliar a más de 700 individuos en un solo día.
“Yo creo que hay muchas personas que nos necesitan y si Dios nos da la oportunidad a veces de tener salud, de tener una carrera, algún empresario de tener una empresa, recordar que lo que somos y tenemos no es nuestro, somos administradores, un día nos vamos a ir y no nos vamos a llevar nada, así que la invitación es ésa: abrirnos a esas personas necesitadas”, reflexiona.