El tren del Metro nunca deja de pasar para Armando
Armando Hernández es trabajador del Metro desde hace 15 años y reconoce, con orgullo, que ser parte de este Sistema le ha enseñado a valorar el bien común, a la familia y el trabajo en equipo; narra cómo es un día en el taller del transporte
Karina VargasLa red del Sistema de Transporte Colectivo (STC) Metro es la única vía para cruzar la ciudad al menor costo y, a pesar de los inconvenientes que se han registrado en los últimos años, aún representa una opción práctica para que las familias de la capital puedan reunirse día a día, incluso en días de asueto y fiestas decembrinas, en donde estar en casa para trabajadores y pasajeros es el mayor anhelo.
Armando Hernández Paulín tiene 36 años y desde hace 15 labora en el taller de la terminal Zaragoza, al oriente de la ciudad. En ese tiempo ha experimentado lo que es brindar un bien a la sociedad sin buscar o recibir elogios, por lo que manifiesta sentirse orgulloso de ser parte de un enorme engranaje que enlaza cotidianamente a decenas de millones de usuarios.
“Pensar que yo le estoy dando mantenimiento al medio de transporte más importante de la ciudad y del país, por donde todos los días: estudiantes, trabajadores, familias, amigos, parejas, mis papás, la gente que quiero, se movilizan, es una responsabilidad muy grande, es un gran orgullo.
“A mí me queda claro que si no hubiera Metro, la ciudad no podría funcionar como lo hace”, afirma.
Un día de trabajo para Armando comienza a las 4:00 de la mañana cuando se prepara para llegar a la estación; una hora y media más tarde, está listo con su uniforme y sus botas en el taller para recibir indicaciones de lo que realizará en la primera parte de su jornada, que consiste, regularmente, en revisar los receptores de alta tensión de los vagones del tren, verificar que no haya alguna pieza rota o fisurada, o que no falte algún material o esté desajustado –todo esto lo registra en un control donde especifica el número de carros que interviene, así como su nombre, posiciones y modelo–.
Hernández Paulín cuenta que, tras dichas revisiones, informa a su superior de lo que halló y, si tiene que cambiar alguna pieza, realiza un vale para que en bodega le entreguen el nuevo material, regresa a hacer el montaje y pruebas de recepción.
Después de 40 minutos de desayuno en el comedor de la terminal, alrededor de las 9:30 o 10:00 horas, regresa al taller para hacer una inspección a fondo de su trabajo y del de sus compañeros, ya que normalmente las actividades se realizan en equipos hasta de cinco personas.
Al terminar de hacer todo el mantenimiento, entre las 14:30 o 15:00 horas, regresa a su área de trabajo, presenta un reporte, y sube a su vestidor, se baña, se arregla y vuelve a casa.
Sobre el trabajo en épocas navideñas, relata que la dinámica no cambia a lo que realizan el resto del año, porque a los trenes se les da mantenimiento de acuerdo con los kilómetros recorridos y no por fechas específicas; aunque acepta que en Navidad y Año Nuevo se les permite salir un poco más temprano, “obviamente con trabajos terminados y reportes hechos”.
‘La gran familia Metro’
La alegría y satisfacción que Armando Paulín siente por trabajar en el Metro se intensifica al considerar que su familia se erigió alrededor de este transporte, pues su padre comenzó a trabajar en él poco después de que se inauguró el Sistema, y su hermana lleva dos décadas como conductora de los trenes que corren de Indios Verdes a Ciudad Universitaria.
“Mi hermana es conductora de la Línea 3 y lleva casi 15 años trabajando en el tercer turno, entonces cuando es época navideña, 24 y 31 de diciembre, salvo que le haya tocado descansar, que es muy rara la vez, tenemos que esperarla.
“Pensamos que mientras toda la gente está en su casa cenando, mi hermana sigue dándole servicio a los que no tienen la oportunidad de estar temprano con su familia. Normalmente cenamos después de la medianoche, primero nos damos el abrazo y luego nos ponemos a cenar para estar juntos”.
Destaca que historias como ésta son ignoradas ante la recurrente premura de quienes quieren llegar a sus hogares en el último servicio, ya que, afirma, si hay un tren a las 11:00 de la noche, tiene que haber un conductor que lo lleve, además de un regulador, o un jefe de estación.
“Hay muchas personas que trabajan en esos días festivos, hay compañeros que dejan todo eso que disfrutamos por dar el servicio al usuario y mi hermana es una de esas personas”, dice sonriente.
Los trabajadores que son parte de la maquinaria que mueve al Sistema de Transporte pertenecen a una comunidad conocida como “La gran familia Metro”, donde las relaciones se estrechan a ese punto de cercanía debido a las condiciones en las que llevan a cabo sus actividades.
“A lo mejor puede sonar a un eslogan muy ‘choteado’, pero lo somos. Y, al menos en mi caso, el destino de mi familia, todo lo que tenemos, todo lo que hemos disfrutado y todas las posibilidades de desarrollo que hemos logrado es gracias al Metro.
“Gracias a que hace muchos años, mi papá consiguió un trabajo y se esforzó por entrar, que no fue nada fácil, y se desarrolló. Él hizo una carrera dentro del Metro, subió categorías, creció, avanzó, conoció, se jubiló. Por eso, es el gran cariño que le tengo al Metro y a todo lo que implica estar ahí”, manifiesta.
Sobre la expresión “el tren nunca deja de pasar” con la que acompañó una imagen que publicó recientemente en sus redes sociales –donde de manera habitual comparte fotografías de sus días al interior del taller–, Armando concluye: “No sé si sea el corazón, pero estoy seguro de que el Metro representa las venas por las que corre la sangre de la Ciudad de México, entonces siempre tiene que estar funcionando, siempre tiene que pasar otro tren.
“Eso me ha servido como filosofía de vida: avanzar sin importar la situación”.