Un día sin migrantes
El llamado fue escuchado. Miles de migrantes realizaron un paro en Estados Unidos para demostrar el impacto que tienen en la economía y la vida social de ese país.
Fue una respuesta a la política de miedo iniciada por Donald Trump desde el día 1 de su administración.
Con golpes mediáticos, como las redadas, la detención de un dreamer o la revisión en las aduanas, Trump ha creado un ambiente de miedo entre la comunidad inmigrante de Estados Unidos.
Muchos decidieron no esconderse y se hicieron notar desapareciendo de la vida económica del país.
Imelda García
El llamado fue escuchado. Miles de migrantes realizaron un paro en Estados Unidos para demostrar el impacto que tienen en la economía y la vida social de ese país.
Fue una respuesta a la política de miedo iniciada por Donald Trump desde el día 1 de su administración.
Con golpes mediáticos, como las redadas, la detención de un dreamer o la revisión en las aduanas, Trump ha creado un ambiente de miedo entre la comunidad inmigrante de Estados Unidos.
Muchos decidieron no esconderse y se hicieron notar desapareciendo de la vida económica del país.
Ayer, miles de migrantes –mexicanos y de otras nacionalidades- no acudieron a sus trabajos, a las escuelas, no abrieron sus negocios y tampoco compraron en grandes tiendas de autoservicio.
Muchos otros se unieron a su causa y, en solidaridad, no abrieron sus negocios o restaurantes, y se solidarizaron con el paro.
La intención fue concientizar al país sobre la importancia que tienen los migrantes en Estados Unidos.
“Señor presidente, sin nosotros y sin nuestro aporte, este país se paraliza”, decía el anuncio de la convocatoria al paro de este 16 de febrero, que se regó como pólvora en redes sociales desde principios de mes.
Nadie tiene claro dónde o quién empezó el movimiento.
Las organizaciones de migrantes dicen que lo conocieron igual que todo mundo, en redes sociales. Esto volvió aún más ciudadana la convocatoria.
La protesta también tuvo otra vía. En redes sociales, el hashtag #DayWithoutInmigrants ocupó el primer lugar como Trending Topic durante todo el día de ayer.
En una jugada oportuna, Trump nominó ayer al abogado Alexander Acosta, hijo de inmigrantes cubanos, como secretario del Trabajo. No fue su primera carta; había elegido a Andrew Puzder para ese puesto, pero él decidió renunciar a la nominación.
Mientras en las calles había protestas y negocios cerrados, en la Casa Blanca Donald Trump defendía su postura contra los indocumentados.
“Salvamos vidas todos los días”, dijo en una conferencia de prensa.
El movimiento de los migrantes forma parte de toda la serie de protestas que ha habido contra las políticas de Trump desde que arrancó su gobierno.
Para hoy viernes, un grupo llamado “Strike 4 Democracy” convocó a una huelga general para defender la Constitución de los Estados Unidos.
Donald Trump gobierna en medio de una batalla interna desde varios frentes. Ayer, los inmigrantes mostraron músculo en muchas ciudades de la Unión Americana.
La política del miedo
Los inmigrantes en Estados Unidos, sobre todo los indocumentados, han entrado en pánico. Son presa del miedo por algunas acciones del gobierno de Donald Trump que les demuestran que el mandatario hablaba en serio cuando decía que deportaría a millones de personas.
Las comunidades de inmigrantes son presa de los rumores sobre si “la Migra” va a hacer redadas en el barrio o en los centros de trabajo; si al llamar a la policía por algún incidente, se encontrarán con que ellos mismos serán detenidos; o si los pueden parar en la calle solo porque sí.
Tal parece que la estrategia de Trump ha dado resultado. Al dar algunos golpes certeros, que han sido difundidos por los medios de comunicación, el mandatario ha logrado que muchos se escondan, que se regresen a sus lugares de origen o que desistan de intentar llegar a Estados Unidos.
El primer gran caso fue el de Guadalupe Ramírez, quien llevaba 22 años viviendo como indocumentada en Arizona y que, al ir a reportarse ante las autoridades, fue aprehendida y deportada, pese a que su familia y activistas detuvieron por horas la camioneta en que se la llevaban.
Comenzaron después las redadas en varias ciudades del país. Aunque las autoridades de Migración estadounidenses insistieron en que se trató de procedimientos de rutina, activistas denunciaron que cientos de personas habían sido detenidas y deportadas en pocos días.
Los agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés), detuvieron esta semana a Daniel Ramírez, un joven de 23 años protegido por el programa de Acción Diferida para Llegados en la Infancia (DACA, por sus siglas en inglés).
Gracias a este programa, emprendido por el expresidente Barack Obama, los ahora jóvenes que llegaron a Estados Unidos siendo unos niños, tienen protección y permiso de trabajo.
Trump ha declarado que DACA es “un tema difícil” para él y cuando tenga que decidir el futuro del programa lo hará “con el corazón”.
“En algunos casos, tienen DACA y son miembros de pandillas, y traficantes de drogas también. Pero hay jóvenes absolutamente increíbles, diría que la mayoría, que fueron traídos acá de una forma. Es un asunto muy, muy duro”, dijo ayer el presidente norteamericano.
No son los únicos casos que han conmocionado a la opinión pública y que mantienen a los migrantes en vilo.
Este miércoles se dio a conocer información de que agentes de ICE detuvieron a una mujer indocumentada en una Corte de la ciudad de El Paso, Texas, cuando acudió a denunciar un caso de violencia doméstica.
Los inmigrantes también son presa de los rumores. Que si van a detener a alguien y se llevan a otros; que si entran a los restaurantes y buscan empleados indocumentados, pero también comensales; que si están afuera de los supermercados. En muchas regiones se vive una auténtica paranoia.
A estos casos se suman los excesivos controles de seguridad que EU ha instrumentado en sus aeropuertos y aduanas en donde, se ha dicho, revisan hasta los celulares o las redes sociales para ver si una persona representa o no un peligro para el país.
El grito del boicot
En varias ciudades de EU, los migrantes no solo decidieron no ir a trabajar o no abrir sus negocios, sino realizaron marchas y protestas contra la política migratoria de Trump y las redadas contra personas indocumentadas.
En Los Angeles, Chicago, Nueva York, Las Vegas, Oklahoma y Washington, el boicot fue más visible por la importancia que tienen los inmigrantes en la economía de esas ciudades.
No es para menos. Según datos de la Encuesta sobre la Comunidad Estadounidense, del Censo de Estados Unidos 2015, en ciudades como Los Angeles y Miami, el 60 por ciento de los obreros son personas nacidas en el extranjero. En el caso de los servicios, un 40 por ciento de quienes ocupan esos trabajos no nacieron en EU.
En redes sociales, miles de mensajes mostraban zonas de ciudades, como Boston, donde la mayoría de los negocios lucían cerrados por haberse unido a la protesta. Incluso, algunos restaurantes de alto nivel cerraron sus operaciones en apoyo a sus empleados.
La revista Los Angeles Magazine hizo un trabajo donde habla sobre la importancia de la comunidad inmigrante en esa ciudad. El diario hispano La Opinión, de Los Angeles, retomó algunos puntos.
Entre sus conclusiones están que, si todos los inmigrantes fueran expulsados, la ciudad se quedaría sin un tercio de su población; no habría rascacielos, pues el 76 por ciento de los trabajadores de la construcción son inmigrantes; o no habría alimentos para comer, pues tres de cuatro trabajadores del campo son inmigrantes, la mayoría indígenas.
No habría ropa suficiente, pues el 49 por ciento de quienes trabajan en labores de costura, son mujeres inmigrantes; y no podría sostenerse el transporte público, porque la mitad de sus usuarios, que pagan el costo, son inmigrantes.
Aunque no se tiene una cifra exacta de las pérdidas por las protestas y el boicot de ayer, sin duda los inmigrantes dejaron ver el efecto que tendría su ausencia en el país más poderoso del mundo.
Un frijol entre el maíz amarillo
Fernanda García
Mi nombre es Fernanda García. Tengo 16 años y soy mexicana, residente legal en Estados Unidos. Ayer aprendí que en este “país de las libertades”, a veces hay que callarse y desvanecerse para que los demás te vean. Quién diría.
Desperté a la misma hora para ir a la escuela, como lo hago siempre, en mi rutina. Porque así es la vida en Estados Unidos: rutinaria.
Pero hubo algo que no estaba en la rutina. Mi teléfono no dejaba de sonar por los mensajes de mis compañeros de la escuela que me preguntaban si asistiría o no a clases por el paro convocado no solo en Texas, donde yo vivo, sino en todo Estados Unidos.
Decidí ir a la escuela, a pesar de que varios de mis compa-ñeros me habían dicho que no asistirían.
Me quedé platicando con mi maestro de Estudios Sociales. Me dijo que piensa que Donald Trump y sus secretarios no están suficientemente educados en temas de migración y que la idea de construir el muro es estúpida.
Él es ejemplo de un ciudadano americano que cree mejor crear acuerdos de comercio con México y Latinoamérica. Dice que el sistema electoral de su país es un error y Donald Trump es la mayor prueba. Lo vi a él mismo avergonzado conmigo, como queriendo pedir una disculpa por obligarnos a hacer lo que hicimos ayer.
Todo en la escuela se veía vacío. Entonces tomé la decisión de irme –aunque mi mamá me regañara-.
Es que me sentí como si fuera el único grano de frijol entre las mazorcas amarillas de maíz dulce.
Porque así es cuando llegas a un nuevo lugar. Llegas a ser discriminado por dejar tu hogar muchos kilómetros atrás. Así me pasó hace un año y medio, cuando mi familia cambió de vida debido a las difíciles situaciones en México, mi país.
Ahora el país está dividido en dos; están los que creen que el ser blanco define lo grande e inteligente que eres. Y estamos los que hacemos el trabajo duro, los que contribuimos con este país sin querer recibir nada a cambio. Solo queremos aceptación; porque somos personas, como ellos.
Soy residente permanente de los Estados Unidos de América, pero antes que eso soy mexicana. A pesar de que vivo en este país, el más grande, no es donde yo nací.
Duele saber cómo puede existir una sociedad donde te tienes que callar, quedándote en casa o faltando a tus actividades solo para ser escuchado; donde hay miedo de no saber cuándo será la última vez que verás a tu amigo o a tu familiar indocumentado.
A muchos compañeros les costó días, incluso meses, llegar hasta aquí. Ahora todo lo ven pasar y temen ser expulsados para solo quedarse con las cicatrices que se hicieron gracias a las espinas de los cactus y los raspones en el desierto, cuando cruzaron la frontera. Lo dicen llorando.
Otros están tranquilos. Aunque son jóvenes indocumentados y están en el país más poderoso del mundo, dicen extrañar sus raíces. Ponen su futuro en manos de Dios.
En mi comunidad no se habla del tema, pero el miedo está en el ambiente. Yo misma lo siento porque, con o sin papeles, se siente el rechazo y la duda de qué pasará conmigo y con los míos en el futuro. No queda más que decir: “God bless America” y “God bless us”.
Estamos… pero no estamos
María S
Soy María S. No es todo mi nombre, pero prefiero que quede así para evitar algún problema con la autoridad. Soy indocumentada en Estados Unidos y como la mayoría, vine aquí porque en mi país no tuve la oportunidad de salir adelante.
Siempre defendí la idea de que no tenía el sueño americano. Algunos familiares y conocidos viajaron al norte para buscar una vida mejor para sus familias. Para mí era triste ver cómo se convertían en héroes que valientemente se iban a la batalla para ganar el sustento.
Tal vez yo no conocía las razones precisas por las cuales ellos decidieron dejar a sus esposas e hijos y padres para mudarse de país, para exponer su vida, para empezar de cero y ser parte de la esclavitud moderna. Ahora lo entiendo.
Hace un año mi esposo se quedó sin trabajo y ahí fue que decidimos dar el salto. Mis dos hijos y nosotros teníamos visa, así que emprendimos la aventura. La cosa para nosotros fue sencilla a comparación de quienes tienen que cruzar a la mala.
Recuerdo nuestra plática en el avión: “Si algo no sale bien, nos regresamos y luchamos acá como sea. No vamos a perder los pies del suelo ni olvidarnos de quiénes somos y de dónde venimos”, le dije a mi esposo.
No hay un solo día que no me diga a mí misma quién soy en realidad y les repita a mis hijos de dónde vienen. Ellos se han enfrentado al cambio drástico de la cultura y el idioma, al igual que yo. Pero pienso que a mi esposo y a mí nos ha tocado la peor parte de este cambio.
Uno no conoce lo que realmente es trabajar, hasta llegar aquí.
Mi sorpresa es que en todos los lugares donde he trabajado saben que son papeles chuecos y aun así nos contratan. “Good workers”, me dijo el gerente gringo que me contrató en mi último trabajo.
Hasta sé de algunas empresas que avisan a sus trabajadores cuando viene una redada o cuando hay peligro. O que si ya les cayó una revisión y descubrieron que empleaban a ilegales, dan de baja esa empresa y crean otra, con otro nombre, para recontratar a sus trabajadores. Muchos gringos nos prefieren por ser “good workers”. Saben que vinimos de tan lejos a trabajar.
Ahora vivo la transición del poder en Estados Unidos y todas sus consecuencias. Claro que tengo miedo.
Ayer viví una experiencia más entre tantas aquí. Vi que la gente comenzó a organizarse, pero sin disturbios, sin peleas… solo nos ausentamos de nuestras labores.
Muchas cosas se detuvieron. Las construcciones estaban abandonadas, algunas tiendas cerradas y en las calles solo se veía a unos cuantos, todos blancos.
Y yo sé que como ayer no fui a trabajar, hoy tendré más cosas qué hacer, pero no importa. No es que yo sea indispensable, nadie lo es; pero se trata de que se vea que no somos delincuentes. Y con lo de ayer se notó aunque sea poquito dónde estamos y qué hacemos.
Los “ilegal aliens”, como nos dicen aquí, somos personas que estamos… pero no estamos.
Estamos en la medida que nos necesitan para limpiar sus jardines, sus casas, cuidar a sus niños, en la construcción, en las fábricas o los restaurantes. Pero no estamos cuando requerimos de un seguro médico o una licencia de conducir.
¿Y eso para qué lo necesitamos? Para curarnos una gripa o una lesión de trabajo; para transportarnos de un lugar a otro y seguir haciendo lo que vinimos a hacer: trabajar para estar mejor. ¿Dónde está el crimen en eso?
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