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No hay una fecha, un período o un día que sea especial para ayudar a la gente que lo necesita, pareciera que reflexiona Belén Pérez Íñiguez, una mujer de 62 años que a pesar de las adversidades de salud, cada viernes dedica dos horas al día para estar en compañía de personas de la tercera edad que poco a poco se han convertido en familia.
Es el viernes 15 de diciembre y camina con gusto mientras piensa en la sonrisa de los ancianos a los que les celebra su posada de fin de año. Esta semana no es una fecha especial en la que comparte, pues cada viernes asiste con el grupo organizado por ella y le da alimentos y pasa un rato de canciones y conversaciones con los ancianos de su barrio.
Renquea mientras empuja su carrito de supermercado por las calles de la Colonia Heliodoro Hernández Loza, una de las más conflictivas del oriente de la ciudad de Guadalajara, en las periferias de la capital jalisciense. Un barrio donde abundan las historias de violencia y drogadicción en los medios locales, donde a pesar de las condiciones de vida de las personas existen historias y personas que, como Belén, dan otra cara de lo que ocurre en una zona que sólo es recordada por los gobiernos cada periodo electoral.
Desde hace tres años que emprendió esta tarea, a pesar de que se le dificulta el paso por su desgaste en el cartílago y lo “poco ladeado” que tiene el hueso sacro, síntomas del desgaste de su espalda, según Belén, pero que no la han detenido para llevarles un poco de comida solidaria a las personas mayores del lugar en que vive desde hace décadas.
“Desde que llegué aquí a esta colonia Dios me llamó y entonces hice un compromiso y lo estoy cumpliendo, a pesar de que ahorita ya mi familia me dice que ya no ayude, que ya deje a otra gente y todo eso. Pero la verdad a mí me llena, me da mucho gusto, se llena de gozo mi corazón al andar yo en estas cosas”, relata Belén Pérez en entrevista para Reporte Indigo.
El amor es recíproco, pues las tareas a las que Belén se dedica cada viernes es pensando en las horas que pasarán con los ancianos que, actualmente, suman alrededor de 21 personas. Desde muy temprano se levanta para dar el desayuno a su esposo y a su nieto Alex, un adolescente de 16 años con Síndrome de Down que regularmente la acompaña a sus actividades sociales y religiosas.
“Después de almorzar, pues según si ya tengo los nopales picados ya nada más los pongo a cocer y si no me pongo a picarlos y los pongo a cocer, ya después arreglo los tomates para hacer el chilito, los pongo a asar y hago el agua, depende de lo que vaya a hacer”, cuenta Belén.
Semana a semana se dedica a hacer los complementos de la comida, una salsa y el agua, ya que son dos las personas que le ayudan con los platos fuertes. No se anima a responder un número concreto de personas que le ayudan en el grupo de alimentación a los ancianos, pues son muchas las manos que de una u otra manera le proporcionan apoyo en acciones concretas o a través de dinero.
Las personas que le ayudan a preparar la comida fueron consecuencia del acercamiento que hace Belén con algunos vecinos para comentarles de su actividad social. La invitación la hizo a una mujer, le comentó las actividades que realizaba con los ancianos y esa misma persona invitó a otra, que hoy son las encargadas de alimentar a quienes llegan cada viernes.
“A mí me gusta mucho estar apoyando y la gente me responde bien. Yo le pido mucho a Dios que me ilumine a quién decirle que me ayude y les digo, ya si la persona me sigue ayudando, pues qué bueno, y si no, pues le digo al Señor ‘llámame a otras gentes’”, expresa Belén.
Así es como se acercan quienes son solidarios con la causa, una veces llegan por invitación directa de Belén Pérez y otras por invitación de quienes ya participan con ella. Además ella suma ese apoyo a quienes le tienden la mano en su camino difícil al Templo de María de Nazareth, donde le fue proporcionado un espacio debido a que los ancianos aumentaban y la casa en donde llevaban a cabo su actividad fue insuficiente.
Pero no ha sido una tarea sencilla, con el paso de los años las personas se van, más en el caso del grupo al que Belén está abocada: las personas de la tercera edad. Algunos ya no han podido asistir por complicaciones de salud, por irse con sus familias o porque han fallecido. Según dice la propia Belén “ya van como unas cuatro que han fallecido”.
Recuerda el caso de Conchita, una mujer de edad avanzada que vive a unas calles del templo en donde realizan la labor social, una mujer que debía llegar con el apoyo de una carriola que le hacía poder caminar. Pero que dejó de ir y Belén se enteró de que le había dado un infarto y por su estado de salud ya no pudo volver al grupo.
Por la falta de apoyo de más personas, los ancianos deben asistir por su propia cuenta, la mayoría vive con sus familias pero asisten a la comida solidaria en la medida de lo posible, salvo el caso de un hombre que llega en su silla de ruedas para no arriesgarse, señala Belén.
El trabajo lo realiza con gozo pero faltan manos, cuando llegó al grupo éste era coordinado por David Domínguez, quien invitó a Belén a ser la encargada del grupo. A partir de ahí se dedicó a encontrar más personas como ella, pues aún cuando han pasado tres años de su trabajo humanitario con los ancianos, ella lleva más de tres décadas ayudando a niños a través del catecismo en su colonia.
“Las señoras que llevan ahorita la comida ya no me dejan andar para allá y para acá en ese momento, me dicen ‘siéntese, nosotros servimos’, y ya, a mí también me llevan mi plato y mi vaso de agua y todo, para que ya no me ande parando”, indica Belén.
Su salud se ha deteriorado en los últimos años, ya no tiene la vitalidad que hace décadas le hicieron acercarse a los grupos para poder ayudar a las personas más necesitadas de su entorno: los niños, jóvenes y ancianos de la colonia tapatía.
Por ello, ahora sus familiares le piden que ya deje de hacer su labor y la delegue a otras personas, por el bien de su salud. Pero Belén es reacia y recuerda que cuando no hacía labores sociales debido a períodos de salud no tan buenos, se sentía triste.
De esta forma relata a Reporte Indigo que por indicaciones médicas debía utilizar una rodillera con fierros y un chaleco que le imposibilitaban andar, por lo que decidió arriesgar su salud y tomar medicamento en lugar de dejar sus actividades de cada viernes.
“Quería hacer algo y no podía, quería hacer quehacer y no podía, quería acostarme a descansar y no podía. Entonces le dije al doctor eso y me dijo ‘señora pues la finalidad de esto es para inmovilizarla, para que no haga nada’, le dije ‘¡uy! Pues eso me hubiera dicho’. Es que yo no puedo estar sin hacer nada, cómo me voy a estar nada más ahí, sentada sin hacer nada”, dice Belén.