La historia de la mujer hondureña de 51 años encuentra su reflejo en otros migrantes que duermen en el parque, entre ellos una joven salvadoreña que cruzó el río Suchiate con sus tres hijos de forma ilegal.
La mujer rubia y robusta nunca había viajado a México, preguntó por indicaciones y terminó encerrada en Tapachula como otros centroamericanos sin documentos. Sabe que su situación la coloca como un individuo que se mueve en los márgenes de la ilegalidad y prefiere también ser una viajera sin nombre.
La policía le prometió que la iba a proteger y cuidar su identidad, pero comenta que en su país cambian constantemente de detectives, entonces algunos venden información y su identidad fue revelada.
Unos hombres llegaron a su casa, la encerraron con su familia y la amenazaron. Le dijeron que iban a matar su esposo, luego a cada uno de sus hijos y después a ella.
“Al que yo denuncié fue un jefe de una estructura muy grande de narcotraficantes, entonces mi caso fue muy dramático porque le dieron 20 años nomás por matar a un niño de 14 años”, dice la mujer en un tono de inconformidad por la sentencia.
Después de las amenazas decidió dejar el país, pero ahora vive con miedo en el parque de Tapachula porque sabe que puede dormir al lado de criminales que provienen de su país como quienes le arrebataron a su hijo.
Es por eso que quiere que ya le den una respuesta en Comar. Dice que metió su solicitud de asilo el 3 de mayo y su cita para continuar con el proceso para lograr un estatus como refugiada es el 11 de junio.
Desde el 30 de abril duerme en el parque con sus tres hijos porque no puede pagar la renta de un cuarto en Tapachula, pero no puede dejar la ciudad hasta que tenga documentos.
Asegura que las personas en Tapachula tratan bien a su familia. Lo único que le molesta es que a las 6 de la mañana el ayuntamiento pasa con una pipa de agua para lavar el parque y en algunas ocasiones moja a todos los migrantes que aún se encuentran durmiendo.
“Tenemos que empezar como locos a recoger todo y a enrollar. Nos movemos y después regresamos, empezamos a secar y nos podemos volver a acomodar. Ahora nos los hacen todos los días”, cuenta la mujer de El Salvador.
La mujer tampoco puede trabajar porque no tiene ningún tipo de documento que se lo permita y si quiere hacerlo sin su estatus regular los empleadores le ofrecen sueldos de 100 pesos al día. Sólo gasta 50 pesos en el desayuno de su familia y considera que las personas en Tapachula le venden todo más caro por ser migrante
“Yo sé que el parque es para las personas que viven y nacen aquí, pero nosotros por la necesidad lo estamos invadiendo. Si a nosotros nos ayudaran en Comar para que nos dieran una cita más pronto podríamos movilizarnos más rápido e irnos de aquí”, concluye la mujer salvadoreña.
Las historias de familias marcadas por la tragedia están en todos los rincones del parque. Orlando Bustillo Hernández, un hombre hondureño de 59 años, abraza en el lugar público a sus cuatro hijos menores de edad que están enfermos por dormir sobre cartones y un par de cobijas.
“Decidí venir por los problemas que suceden en nuestro país: la pobreza, la delincuencia, los maras y los que matan a sueldo. Tengo cuatro hijos y necesito un futuro para ellos. Me arriesgué a venir hasta acá con ellos porque tuve problemas con la mamá de los niños y me dejó por viejo”, comenta el hombre.
Ya tiene dos citas en Comar para obtener documentos que permitan que sus hijos de entre tres y siete años y su hija de nueve años puedan estudiar, pero por el momento la falta de documentos los obliga a enfrentar hambre y frío.
El parque tiene mil facetas. En la noche es un dormitorio y un lugar donde muchos salen a divertirse, pero en la mañana tiene la capacidad de convertirse en una playa donde una mujer hondureña teje trenzas a chiapanecas y migrantes.
Elma Dolores Castro es una mujer que proviene de La Ceiba, una ciudad portuaria caribeña en el norte de Honduras. Desde que era niña hace trenzas cerca del mar para sobrevivir, sabe tejer cabello de diferentes formas y agregar extensiones para que cualquiera pueda tener la melena de una sirena.
Vive en una casa rentada en Tapachula desde hace dos meses con su hija y su esposo. Las trenzas la ayudan a pagar lo que otros centroamericanos no pueden, pero igual espera los resultados de un trámite que comenzó en Comar para obtener la residencia.