Quinientos kilos de miel al año es lo que produce la empresa de Martha Flores García, apicultora que cuando tuvo su primera colmena no sabía nada de abejas y en dos ocasiones la atacaron.
Todos los días convive con ellas, camina entre zumbidos de animales que tienen aguijones, pero ya no les tiene miedo.
“Ya aprendí a escucharlas, a trabajar con ellas”, cuenta la productora de miel capitalina.
Es una persona amable, atenta y sencilla en cuya casa en San Andrés Ahuayucan, alcaldía Xochimilco, tiene su apiario.
Su personalidad contrasta con la importancia de su gran labor: reproduce a uno los insectos más importantes del mundo, ya que ayudan a polinizar la flora del planeta y que, según la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), está en peligro de extinción.
Además, es una emprendedora en un país en el que mantener un negocio propio es complicado.
De acuerdo con la Radiografía del Emprendimiento en México de la Asociación de Emprendedores de México (ASEM), publicada en noviembre de 2020, siete de cada 10 emprendedores del país han tenido una empresa que fracasó y entre las principales causas del tropiezo está la falta de apoyo de las autoridades.
Por casualidad, Martha consiguió sus abejas: en 2004 trabajaba en la bodega de su hermano y un día notó la presencia de un panal. Entonces, le pidió a su familiar no ahuyentar ni matar a los insectos.
“Yo quería comer miel, tener para consumir en la casa”, es lo que responde, risueña, cuando se le pregunta por qué en 2004 no quiso que su hermano quitara el panal que se había formado en su propiedad.
Así fue como ella, con una caja de madera regalada por su familia, tuvo su primera colmena.
La apicultora recuerda los dos ataques que la lastimaron y que la obligaron a profesionalizarse para conseguir tanto el equipo como los conocimientos necesarios.
“No sabía el peligro, no sabía nada de abejas, yo solo adapté un sombrero viejo con una crinolina y así fue como coseché mi primera alza de miel. Una vez nos acercamos, otra persona y yo, solo con unos guantes sencillos y nos picaron mucho”, dice.
Mientras que la segunda vez ocurrió cuando fue a sus cajones junto con sus hijos y volvieron a sentir los aguijones de las abejas.
“Aprendí que, si no tenía equipo de protección, no podía acercarme (…) Anduve un buen tiempo con miedo pero ahorita ya se me pasó y ya entro al apiario con todo el equipo de protección”, confiesa.
Nace Flores de San Andrés
En 2010, tras los percances con las abejas, la mujer consiguió los trajes especiales que evitan que las picaduras pasen al cuerpo y recibió sus primeras capacitaciones en la Comisión de Recursos Naturales (Corena) de la Secretaría de Medio Ambiente de la Ciudad de México.
En ese mismo año, decidió crear su empresa apicultora, Flores de San Andrés.
Poco a poco, desarrolló jabones, chocolates, ungüentos, miel cristalizada y dulces a base de miel. Sin embargo, el producto favorito de Martha es la miel pura, la que se puede usar en té, también para ponerle al pan y como remedio casero para la tos.
“Fue muy importante para mí la empresa porque me ha ayudado a sobresalir y conocer mucha gente de la que he aprendido”, relata.
Posteriormente, el gobierno de la primera alcaldía de Xochimilco le dio cursos y talleres para especializarse en herbolaria y en el mantenimiento de una empresa.
De esta manera, con el apoyo de la administración local y la Corena, la apicultora pasó de tener una caja de colmena a administrar 26, de la cuales, cada una tiene entre 32 mil y 40 mil abejas, y en un año, todas producen media tonelada de miel.
“No me imaginaba que fuera así, yo solo lo veía como un pasatiempo, para tener miel para mi casa, pero conforme pasó el tiempo fui teniendo más cajas y más abejas. Ahora a esto me dedico”, recalca.
El proceso para la apicultora emprendedora
El apiario de la xochimilquense está ubicado en la zona cerril de la demarcación, en medio de cientos de hectáreas de vegetación, y a lado de un maizal de su familia, que se dedica al campo.
“Yo antes tenía mis primeras dos cajas en el centro de San Andrés, ahí fue la primera alza, pero se alborotaron mucho las abejas y picaron a mi hermano y a sus hijos, ahí estaban porque me prestaban el terreno. Me las traje para acá y aquí han estado mejor”, relata la apicultora en referencia a cómo llegaron las colmenas a su predio.
Martha menciona que cada que se pone el traje especial y entra al apiario siente mucha relajación; el olor de la cera la ayuda a calmarse y se olvida de los problemas cotidianos.
Con amabilidad, la mujer cuenta que cada año, por julio o agosto, mete a cada colmena dos bastidores —similares a los de los cuadros de pintura— con una hoja de cera.
Los dos bastidores son de diferente tamaño, en el más grande las abejas se reproducen por medio de la abeja reina y en el más chico hacen la miel.
En noviembre, sus hijos y dos personas más que le ayudan, rompen con tenedores los panales de los bastidores chicos, que después dejan escurrir en un contenedor metálico de aproximadamente un metro de altura, uno de ancho y metro y medio de largo.
“También se llama opérculo a lo que se rompe, se escurre, se pasa al extractor donde la miel sale más limpia y se deja reposar en botes blancos”, menciona.
Después se envasa y ahí comienza la creación de los productos derivados que ofrece Flores de San Andrés, que comercializa en la Ciudad de México, principalmente en su alcaldía.