La maldición petrolera
Los proyectos de Pemex en Tabasco, lejos de impulsar el desarrollo en la región, han significado una amenaza para los pobladores; la nueva refinería de Dos Bocas, uno de los proyectos emblema de la administración federal, corre el riesgo de repetir los mismos impactos negativos
Eduardo BuendiaEntre la selva del ejido de Oxiacaque, municipio de Nacajuca, en una llanura desnuda de vegetación, reluce un gigante de metal.
Pasto seco color arena, que cruje al momento de pisarlo, rodea y adorna la torre conformada por llaves y válvulas cubiertas de óxido, que para los habitantes de esta comunidad chontal, es un monumento al olvido, a la miseria, a la negligencia de los Gobiernos federales y a la paradójica pobreza que se vive en esa zona petrolera de Tabasco, estado natal del actual presidente de México.
Ese montículo metálico son los restos del Pozo Terra 123 de Petróleos Mexicanos, el cual explotó en octubre de 2013 y dejó a su paso contaminación, muerte de animales de traspatio y enfermedades en la población.
Las tierras tabasqueñas vuelven a estar presentes en la polémica y en la opinión pública debido a que el proyecto petrolero más grande del gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador será edificado en Dos Bocas, municipio de Paraíso, a 63 kilómetros de Oxiacaque.
La refinería iniciará su construcción el 2 de junio, de acuerdo con declaraciones de la Secretaria de Energía, Rocío Nahle. Mientras, decenas de comunidades están en espera del pago de la deuda social que tienen Pemex y gobiernos anteriores.
El Pozo Terra -que forma parte del complejo Campo Sen de Pemex– sacudió la tierra hace más de cinco años. Varios kilómetros a la redonda se escuchó el estruendo, se sintió el temblor; bardas se cuartearon y los cristales se estrellaron.
“Nunca se ha visto ese fuego”, explica Victorio May, poblador de Oxiacaque de 87 años. Los dos mil habitantes tienen todavía en la memoria el momento exacto en que este pozo explotó y los 58 días posteriores que duró el incendio.
“Hasta al pueblo llegaba el calor. Toda la gente se asustó porque decían que se iba a quemar el pueblo y se fueron hacia Nacajuca a alquilar, porque tenían miedo. La gente no dormía en sus casas”, relata Victorio.
Para el estudio “Impacto ambiental en las comunidades indígenas de Nacajuca, Tabasco, a causa de la explosión del Pozo Terra 123”, la investigadora Verónica Durán Carmona y un grupo de estudiantes de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), acudieron a recoger evidencias del impacto que tuvo este accidente petrolero en la salud de las personas cercanas a las instalaciones y en el medio ambiente.
Mediante 544 encuestas, el grupo universitario halló que integrantes de comunidades como Oxiacaque, Tucta, Mazateupa, Tecoluta, entre otras, ya tenían problemas de salud desde antes de la explosión, a las cuáles se sumaron los síntomas inmediatos ocasionados por el humo del incendio que duró 58 días, como náuseas, vómitos, dolores de cabeza, insomnio y estrés.
“Es a partir de la instalación de los pozos petroleros en sus comunidades cuando los habitantes empezaron a presentar algunas enfermedades como: vitiligo, problemas de visión, de garganta, tos y gripe de una manera frecuente”, expone el estudio en la página 59.
Pese a que las entrañas de la tierra selvática de esta zona de Tabasco han sido explotadas por décadas debido al petróleo que contienen, las comunidades exigen justicia y desarrollo, pues sufren carencias básicas como el no tener drenaje o medicinas suficientes en sus centros de salud para atender padecimientos provocados por esa actividad.
Por el contrario, cuentan con una carretera de reciente creación que hizo Pemex a un costado de su poblado para llegar a los pozos petroleros que circundan Oxiacaque.
García, de 52 años, considerado uno de los líderes de su comunidad, menciona que con la explosión del Terra 123 también hubo otro estallido, pero este fue social.
“A raíz del incendio del pozo petrolero que fue en octubre de 2013, se emprendió una lucha en la que protestamos, porque cómo va a ser posible que teniendo una riqueza en nuestra comunidad vivamos en la marginación. No hay drenaje, todos los centros y talleres de costura, de herrería y carpintería, están en total abandono, al igual que la actividad productiva del campo”, agrega el exdelegado
No solo Oxiacaque resintió las consecuencias de la explosión del Pozo Terra. En Tucta, donde viven cerca de 2 mil 200 personas, en las lagunas y camellones chontales, también se vertieron derrames petroleros y la gente vio sus plantas de frutas y hortalizas llenarse de manchas negras.
“Desde luego que llegaron (las afectaciones), sobre todo para la laguna, las aguas, fue una contaminación que trajo la muerte de peces que estaban en viveros; y no solo eso, había manatíes, ahora sé que solo queda uno, los demás murieron por la contaminación de la explosión que hubo del Pozo Terra”, explica Vicente Hernández Pérez, delegado de Tucta.
En cuestiones de salud, Verónica Durán expone que en la Chontalpa las consecuencias de la contaminación petrolera siguen siendo un misterio, aún cuando su equipo documentó problemas que deben atenderse.
“Los efectos de este suceso, que ya tiene varios años, fueron posteriores. Porque la contaminación tuvo una parte inmediata, pero las consecuencias se ven después. Porque ellos comen pescado contaminado, y eso va a repercutir. Muchos de los elementos que tiene el petróleo, entre ellos el plomo, provocan cáncer. Si tú comes alimentos contaminados va a llegar un momento en que te va a producir algo en el cuerpo”, sostiene la investigadora de la UACM.
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La historia se repite
El Gobierno federal emprenderá a partir del 2 de junio uno de los proyectos más ambiciosos en materia energética de las últimas décadas, la refinería de Dos Bocas.
Con un costo aproximado de 8 mil millones de dólares y en un espacio de 566 hectáreas, la promesa es que este proyecto quede listo en tres años.
Sin embargo, aún cuando ha recibido recomendaciones y advertencias por parte de la sociedad civil y grupos políticos opositores sobre la falta de viabilidad del proyecto, la administración federal se ha empecinado en iniciar su construcción y convertirla en una de las insignias de su Cuarta Transformación.
Una de esas advertencias data desde noviembre de 2008, cuando el Instituto Mexicano del Petróleo (IMP) presentó el “Análisis de prefactibilidad ambiental y socioeconómica de diferentes sitios para la localización del proyecto de ampliación de capacidad de proceso del SNR (Sistema Nacional de Refinación)”.
En dicho documento, el IMP evaluó siete lugares de la República donde podría ser construida una nueva refinería, que son Lázaro Cárdenas (Michoacán), Manzanillo (Colima), Minatitlán y Tuxpan (Veracruz), Salina Cruz (Oaxaca), Tula (Hidalgo) y Paraíso (Tabasco).
El análisis coloca a Paraíso como el municipio que “presentó el mayor riesgo relacionado con la instalación de una nueva refinería, por lo que no es recomendable la elección de este sitio”.
Los riesgos, señaló el IMP, son en materia ambiental, social y de infraestructura, pues se encontró la mayor cantidad de limitantes comparado con los otros sitios estudiados.
En la localidad tabasqueña el Instituto consideró que en el rubro ambiental presenta una problemática relacionada con los pantanos y mangles, que eran hogar de especies protegidas o en peligro.
Aún con la evaluación del IMP, en la zona de Dos Bocas el terreno que ocupará la refinería ya fue desmontado desde hace meses.
De hecho, la Agencia de Seguridad, Energía y Ambiente (ASEA) informó en enero pasado que impuso una multa de 13.9 millones de pesos a la empresa responsable de haber realizado la remoción de plantas y animales sin autorización.
No obstante, este desmonte en la zona se hizo con total ilegalidad y sin un estudio previo de impacto ambiental, comenta Gustavo Alanís, director del Centro Mexicano de Derecho Ambiental (Cemda).
El director del Cemda agrega que un estudio de impacto ambiental para un proyecto de las dimensiones de la refinería podría llevar entre seis y ocho meses como mínimo. Y que sin los estudios necesarios, el inicio de la construcción de este complejo petrolero se dará en falta y omisión al marco jurídico ambiental.
A dos kilómetros del campo talado donde se erigirá la refinería, se encuentra la comunidad de Nuevo Torno Largo, dedicada principalmente a la pesca. Sus habitantes denuncian que no han sido informados sobre el proyecto y las consecuencias que podría traer a su salud.
A uno metros del río que pasa a un lado de Torno Largo, se aprecian las gruesas tuberías de Pemex. En la punta de una columna de metal arde una llama que en ningún momento se apaga. El olor del lugar, igual al del aceite automotriz quemado, hace un contraste con su vasta naturaleza compuesta de árboles selváticos y agua; después de unos minutos, el dolor de cabeza llega.
Los pobladores no creen que la refinería les traerá beneficios, sino todo lo contrario.
“En lo que se refiere a la pesca no creo. Lo que va a traer va a ser contaminación. De por sí Pemex nos ha afectado mucho, actualmente los pescadores tienen que embarcarse varias millas afuera a buscar el pescado y cada día escasea más”, relata el pescador Manuel Robles, poblador de Nuevo Torno Largo.
Robles, de 52 años, muestra sus redes vacías y su pileta para enjuagar pescados seca, asegura que a la llegada de la refinería también se suma el cierre que hizo Pemex de una de las dos bocas del puerto que lleva el mismo nombre y con ello cada vez menos peces llegan a los ríos.
Es así como Nuevo Torno Largo se convierte en una fotografía de abandono y rezago igual a la de las comunidades chontales, también comparte padecimientos dermatológicos y dolores de garganta entre sus habitantes, principalmente en los niños.
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Esperanza intacta
Los tabasqueños de la Chontalpa ven en su paisano López Obrador una esperanza para salir adelante. Al hoy jefe del Ejecutivo dirigen sus peticiones y aseguran que lo malo ocurrido a sus comunidades será tomado en cuenta por él y el gobierno estatal, que hoy comparten el partido y el proyecto de nación.
Los chontales culpan a las administraciones anteriores del rezago y, aún cuando ha pasado medio año del gobierno de la Cuarta Transformación, confían.
El líder comunitario exige que Pemex haga válidas sus promesas de construir un hospital y que el Gobierno federal voltee y atienda las carencias más sensibles como la implementación de drenaje y el olvido en el que se encuentra su actual centro de salud.
En la comunidad de Tucta, López Obrador obtuvo un bono democrático que todavía posee. En 1978, como coordinador del Instituto Nacional Indigenista (INI), el hoy presidente del país, implementó un programa social que dio sustento a los habitantes de este lugar: los camellones chontales.
La creación de estos camellones consistió en construir extensiones de tierra en medio de la laguna de Tucta para en ellas sembrar árboles frutales y hortalizas. Pese a que la explosión del Pozo Terra 123 trajo consigo la contaminación a gran parte de este lugar, hoy esta zona agrícola y piscícola se reactiva justo por un programa social implementado por el Gobierno federal, en control del mismo personaje.
Aún con la puesta en marcha de recuperación a los camellones,los pobladores de Tucta también piden a López Obrador regresar a la comunidad y atender principalmente la falta de limpieza de sus lagunas para seguir produciendo frutas, hortalizas y peces para comerciarlos.
En el primer camellón chontal, Antonio de la Cruz, de 60 años, cuenta con 13 trabajadores que reciben una beca de 3 mil 600 pesos mensuales por el programa Jóvenes Construyendo el Futuro. Ellos aprenden de los consejos de don Antonio, para arar la tierra y quitar la maleza de las lagunas.
Los chontales culpan a las administraciones anteriores del rezago que viven y consideran que el actual gobierno atenderá sus necesidades y los ayudará a tener un mejor futuro
Don Antonio transmite sus conocimientos y a la vez ve crecer sus matas de cilantro, de chile habanero y de melón; las presume.
“Falta una semana para cosechar el cilantro y en tres meses el habanero estará en proceso de cosecha”, comenta.
Para Gaspar Montero Pérez, socio de una empresa dedicada a la crianza de mojarra, los camellones son una oportunidad de salir adelante y no tener que irse de su lugar de origen para triunfar.
“Siempre hemos sido agradecidos con las personas. Estamos hablando del presidente, del licenciado Andrés”, dice Gaspar al hablar del camellón en el que hoy alimenta a sus más de 20 mil mojarras.
El criador asegura que su sueño es vender en el mediano plazo esta especie al alto vacío para exportarlas.
“Vimos nosotros que aquí hay cómo salir adelante; nos juntamos y nos constituimos. Y gracias a esa unión vimos que se puede trabajar de otra manera, legalmente (…) eso nos ha servido también para demostrar ante las instituciones que nosotros estamos trabajando. Los camellones no están en el abandono”, concluye Gaspar.