La mujer que ‘borda’ su destino

Humberta es una indígena mazahua que encontró en el ambulantaje la forma de sostener a su hija; es en las calles del Centro de la CDMX en donde cada fin de semana sortea a los policías para poder comercializar sus artesanías
Mara Echeverría Mara Echeverría Publicado el
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Humberta Martínez viaja desde San Simón de la Laguna, una comunidad indígena cerca de Valle de Bravo, al Centro Histórico de Ciudad de México todos los fines de semana. Acompañada de su hija Jaquelín, de apenas 10 años, la mujer mazahua trae a cuestas un bulto en el que atesora las artesanías que borda durante la semana.

Monederos, mochilas, fajas, manteles y chales que coloca en el piso sobre  Avenida Juárez, a unos pasos del Barrio Chino, en donde se reubica cuando la policía capitalina aparece para quitar a otros ambulantes con quienes comparte la banqueta.

“Venimos para acá porque en el pueblo en donde vivimos no hay trabajo. Lo bueno es que soy valiente para andar, si no me perdería aquí”
Humberta MartínezArtesana Mexicana

Además de ese animal, Humberta borda flores, pavo reales y otras aves que con destreza y sin necesidad de un patrón forja sobre la tela. Sin embargo, es el venado es el más importante para ella, porque mazahua en español se traduce como “Gente del Venado”.

Su abuela y su madre le enseñaron el arte de los hilos cuando tenía la edad de Jaquelín. A los 10 años, Martínez comenzó a ayudar en la elaboración de las artesanías, que además de una tradición, son el sustento de su familia.

Doña Humberta, quien porta un faldón morado de lana que cubre con otro vestido de olanes de satín color verde, la vestimenta original de su pueblo, cuenta apenada que no aprendió a leer y escribir, pues pertenecer a un pueblo originario fue la barrera que impidió su ingreso a la escuela y, en su juventud, a un trabajo que le permitiera mejorar su calidad de vida.

Pese a las calamidades que ha transcurrido a lo largo de su vida, la mujer de trenzas largas considera que ella y su comunidad están mejor ahora que hace casi cuatro décadas, pues se pueden desplazar con mayor facilidad más allá del Estado de México para comercializar sus diferentes artesanías.

La madre soltera encontró en el ambulantaje la forma de mantener a su hija. Tiene cerca de 9 años vendiendo en la capital del país, pero ha tenido que moverse a diferentes calles por las movilizaciones de la policía para quitar a los comerciantes informales.

Humberta vende desde hace siete años en Avenida Juárez, una de las más transitadas del Centro Histórico y a pesar de que decenas de personas hacen una pausa en su camino para ver los bordados en las artesanías que vende, son pocos los que están dispuestos a pagar su valor en pesos.

“La gente luego no quiere pagar, se les hace caro, pero no se dan cuenta de que todo está hecho a mano y no a máquina como en otros puestos”, declara.

En esta ecuación, el tiempo es el factor invisible. La artesana puede tardar hasta una semana en elaborar un chal que mide cerca de dos metros por 50 centímetros y cuyo costo es de 350 pesos, que puede subir a 800 pesos en el caso de que la tela sea lana. En una mochila tarda hasta dos días y en los monederos y fajas un día

Humberta se da oportunidad de elaborar los productos en la semana, actividad que combina con los quehaceres del hogar. Además, esos días prefiere no viajar a la Ciudad por temor a perderse y porque su hija, que cursa el quinto de primaria, los dedica a ir a la escuela  estudiar.

“Gracias a Dios ahorita estoy bien y voy a sacar adelante a mi hija en lo que va a la escuela”, finaliza la mujer.

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