La noche en que Juchitán lloró

El municipio de Oaxaca fue uno de los que más dañado resultó tras el sismo de 8.2 grados que sacudió al centro y sur del país el jueves pasado. La ayuda llega lenta y los pobladores no saben qué va a pasar con ellos
J. Jesús Lemus J. Jesús Lemus Publicado el
Comparte esta nota

En Juchitán no acaba de pasar la noche. Aun no amanece para más de 70 mil oaxaqueños que perdieron todo. Con la mirada fija en los escombros todos intentan despertar de la pesadilla en la que se encuentran atrapados desde el jueves 7 de septiembre, cuando el terremoto de 8.2 grados los sacudió.

El saldo preliminar de las autoridades habla de 46 muertos, sólo en la zona del Istmo en el estado de Oaxaca. A ellos se suman los 15 registrados en municipios de Chiapas y otros cuatro Tabasco, todos dentro de esta región, la más agosta del país; el número de viviendas colapsadas ya llega a más de 6 mil 677.

El panorama luce desolador.

“Parece que cayó una bomba. Todo se lo tragó el terremoto. Se lo tragó la noche en que bufó la tierra”, cuenta Teresa Jiménez, una mujer que desde hace tres días busca afanosamente a alguna autoridad que vaya a ver las condiciones en las que quedó no sólo su casa, sino la de todos los vecinos, en la colonia Segunda Sección, a donde no ha llegado la ayuda.

El reclamo es generalizado: a la falta de ayuda humanitaria, la que sólo fluye a través de los albergues temporales que ha dispuesto el gobierno estatal, se suma la ausencia de brigadas de protección civil que verifiquen las condiciones de habitabilidad en por lo menos 3 mil 500 viviendas que sufrieron daños en sus estructuras.

Los estragos del terremoto, el que se mantiene presente en la memoria colectiva a través de sus ya 846 réplicas manifiestas hasta el mediodía de este domingo, se observan en 41 municipios del estado de Oaxaca, los que fueron declarados oficialmente en estado de emergencia por parte del gobierno de la entidad.

Juchitán es el más golpeado de todos los municipios colapsados por el sismo. Aquí la tragedia no tarda en convertirse en una crisis humanitaria. Comienza a escasear el agua potable. La rapiña va en aumento y la mayoría de las tiendas de conveniencia y tiendas de autoservicio han cerrado sus puertas.

Los comerciantes que disponen de medios para suministrar alimentos, han comenzado a hacer su agosto: la mayoría de los insumos básicos registran aumentos en los precios. Por citar un ejemplo, un kilo de huevo se llega a cotizar hasta en 80 pesos y los garrafones de agua de 18 litros se están vendiendo hasta en 45 y 50 pesos. La falta de maíz ha hecho que la tortilla se cotice hasta en 22 pesos el kilogramo.

“Estamos en crisis. No tenemos qué comer. Estamos subsistiendo con la poca despensa que pudimos rescatar de entre los escombros. No sabemos qué va a pasar cuando esto se nos termine. Nadie del gobierno nos ha venido a ver para ver qué es lo que necesitamos”, dijo un jefe de familia que lleva tres noches vigilando los escombros de su vivienda, por temor a ser víctima de la rapiña.

En Juchitán el gobierno local sólo ha dispuesto un albergue temporal para los damnificados, el que se encuentra en las instalaciones del Instituto Tecnológico del Istmo. Organizaciones civiles y agrupaciones religiosas han instalado al menos otros cuatro albergues temporales dentro de esta zona urbana. Pero son pocas las personas que se quieren refugiar en esas instalaciones.

La mayoría prefieren permanecer en sus domicilios. Todos tienen temor a perder lo poco que se les quedó. Y es que la rapiña aquí se ha manifestado intensa. Grupos de delincuentes merodean las zonas devastadas para ubicar las viviendas colapsadas y saquear lo que más se pueda. Van por comida, pero si encuentran electrodomésticos, igual cargan con ellos.

Es lenta la respuesta que el gobierno local y federal ofrecen los damnificados

Se salvaron de milagro

Aquí todo es desolación. La mayoría de los damnificados en Juchitán están pasando penurias. Los atormenta no sólo haberse quedado con nada de la noche a la mañana, sino el recuerdo de la noche del terremoto. No existe un sólo testimonio que no dé cuenta de la angustia vivida al sentir cómo sus casas se les venían encima.

Román Vásquez, al igual que miles de juchitecos, vivió para contarla.

“Por obras de Dios nos pudimos salvar. Fue un milagro”, cuenta que durante el terremoto él, su esposa y una nieta se quedaron atrapados dentro de la casa.

“Las puertas se trabaron y todo comenzó a caer; pedazos de barda y tejas cayeron sobre nosotros”.

Quedaron sepultado bajo los escombros, pero resultaron ilesos.

“Me despertó un bufido que salía de la tierra. Yo pensé que eran maquinas excavando aquí cerquita… luego mire que todo se movía y fue cuando desperté a mi mujer y a mi nieta. Nos fuimos a la puerta para salir, pero la puerta estaba trabada. Quisimos salir por la ventana, pero también estaba igual. Abrace a mi esposa y a mi nieta y nos refugiamos en un rincón…después sentimos como todo se nos caía encima”, recuerda.

Cando terminó el sismo, en minutos que fueron eternos para Román Vásquez, cuenta que ya estaba bajo los escombros. Como pudo sacó a su familia de entre las tejas. Los tres resultaron sin lesiones, pero a los tres les partió el alma ver como el terremoto acabó con todo lo que tenía. La casa que habitaban era una herencia que se había pasado directa en las últimas tres generaciones.

La noche se lo llevó todo, dice Vásquez en un intento de autoconsuelo.

“Cuando nos fuimos a dormir todo era normal, y sólo unos minutos después, ya habíamos perdido todo. Afortunadamente estamos a vivos todos”, detalla, pero ahora se pregunta: “¿Qué vamos a hacer?”.

Román Vásquez está jubilado desde hace 15 años, y a sus 72 años se emplea en chambitas que van cayendo. Hoy come de lo poco que comparten sus vecinos y su casa es debajo de un árbol de mango.

Juchitán es el más golpeado de todos los municipios colapsados por el sismo y la tragedia no tarda en convertirse en una crisis humanitaria

‘Hay que ver por nosotros’

Ante la lenta respuesta que el gobierno local y federal ha dado para responder a la ayuda reclamada por los damnificados, grupos de la sociedad civil se han comenzado a organizar para salir adelante. En todas las colonias afectadas dentro de la zona urbana de Juchitán, hay grupos de vecinos que están saliendo adelante con sus propios medios.

Un ejemplo de ello son los vecinos del Barrio del Calvario, los que ante la necesidad de cuidar sus viviendas y tratar de subsistir, instalaron su propio campamento en la plaza de ese barrio. Ellos, de manera organizada, bajo el liderazgo de Jesús Muñoz, están haciéndose llegar víveres y mantienen una vigilancia comunal en las casas colapsadas.

Lo mismo está haciendo el grupo de vecinos de las colonias Segunda Sección, Séptima Sección y Cheguigo, quienes realizan rondas de vigilancia por todas las calles de la colonia, a fin de desalentar a la rapiña. Otros vecinos se encargan de buscar víveres ante las instancias oficiales para hacerlos llegar a los miembros de sus comunidades.

Las rondas de vigilancia de los vecinos organizados son más notorias durante la noche. Ya llevan cuatro jornadas durmiendo en las calles. Las primeras dos noches lo hacía cada familia a lo que una vez fueron las puertas de sus casas hoy colapsadas, pero ahora se instalan pequeños campamentos, en donde se agrupan familias completas, procurando la seguridad a mujeres y niños.

Entre los vecinos organizados existe la convicción de que la condición de emergencia que viven no se resolverá pronto.

“Esto tardará de uno a dos años para volver a regresar a la normalidad”, dice Jesús Muñoz, “no queda otra que ver entre nosotros mismos por nosotros mismos”.

Él sabe que la noche de Juchitán, traducida en crisis “es larga y va para rato”. Es la noche en que Juchitán lloró.

70,000
Oaxaqueños perdieron todo tras el sismo del jueves pasado
46
Muertos es el saldo preliminar en Oaxaca hasta la noche del domingo
3,500
Viviendas sufrieron daños en sus estructuras
846
Réplicas se habían registrado hasta el mediodía del domingo
Síguenos en Google News para estar al día
Salir de la versión móvil